viernes, 8 de marzo de 2019

Cristo, nuestro mayor tesoro.


    CRISTO NUESTRO MAYOR TESORO”


TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                                               

Primera Lección: Joel 2:12-19

Segunda Lección: 2 Corintios 5:20b–6:10

El Evangelio: Mateo 6:1-6, 16-21

Sermón

El miércoles de Ceniza marca el inicio de la temporada de Cuaresma. Si bien no se celebra en todas las iglesias cristianas, esta celebración ha servido durante cientos de años para recordar a los cristianos una oscura verdad. La verdad de que somos una raza caída, que vivimos en una creación que sufre nuestra caída, “porque somos hombres y mujeres de labios impuros, que vivimos en medio de un pueblo que tiene labios inmundos” (Isaías 6:5). Este tiempo nos recuerda nuestra fragilidad, debilidad y la consecuencia final de nuestro pecado, la muerte. Aprovechamos esta celebración para recordar que somos polvo y al polvo volveremos.


El uso de las cenizas en el día de hoy es una confesión. Se trata de confesar que vivimos bajo una maldición de la cual por nuestra propia razón o poder no podemos escapar. Por más que nos afanemos en ser serviciales, por más que nuestros ojos derramen millones de lágrimas, aunque nos comprometamos a ser mejores en el próximo intento, no podemos negociar nuestra liberación de esta maldición. Esta maldición es de origen genético, por así decirlo. Se transmite de generación en generación a través de nuestros padres y hacia nuestros hijos. Sin embargo, esta maldición no te afecta solo a ti y a mí, sino que pertenece y es compartida por toda la humanidad ya que viene por le herencia de un solo hombre, Adán, que ha corrompido a toda la creación (Romanos 5:12). Por lo tanto, nuestro Dios Todopoderoso declara: Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:19). Es notorio ver en los funerales de las celebridades que han fallecido a lo largo del tiempo, como distintos amigos y familiares dedican emotivos discursos recordando las bondades y obras de las personas fallecidas. Bondades, obras y ni siquiera sus millonarias fortunas han podido con el destino final que nos espera a todos los humanos. La maldición que cargamos sobre nuestras espaldas es común a todos los seres humanos, no escapamos de ella, a todos nos espera tarde o temprano, lo que llamamos muerte. Por esto es importante recordar en este día que con las cenizas que representan la muerte física estamos confesando que este destino es lo que el pecado nos ha otorgado a cada uno de nosotros.


Para muchos hablar de muerte es una molestia, un tema tabú, un incordio. Hay que reconocer que estas palabras son más bien sombrías y que muchas veces es más fácil ocultarlas con una celebración como Halloween para hacerla mas divertida, pero todo esto no cambia la verdad sobre ella. Por más que tratemos de ocultar o negar esta realidad, no cambia en nada su efecto devastador sobre el hombre. Es cierto que es incómodo contemplar nuestra mortalidad y fragilidad. Pero así debe ser y es importante que así sea. Sin duda esto es incómodo, porque la muerte no es natural, no es nuestra amiga, no es parte del gran círculo de la vida y en especial porque la muerte es una maldición, en realidad no existe tal cosa como la muerte con dignidad. No fuimos creados para morir, sino para estar en armonía con nuestro creador y con quienes nos rodean, por esto la muerte nos resulta extraña.


La muerte es un extranjero, un intruso que llega para robar la vida de la creación de Dios. Así, como en el pasado y en algunos sitios hoy día, las personas se ponen ceniza sobre sus cabezas en señal de penitencia y luto, hoy traemos la imagen de la ceniza a nuestra mente para confesarnos y recordarnos a nosotros mismos que un día no muy lejano, también moriremos y seremos polvo.

Miércoles de Ceniza es un día particular, es un recordatorio solemne y sobrio de que el juicio de Dios sigue en pie, que no ha sido revocado, ni anulado, que no ha cambiado ni una jota ni una tilde. El juicio de Dios viene a través de la historia y llega a cada pueblo, de toda raza y nación. No hace acepción de posición social, tanto ricos y pobres están bajo este hecho. Ninguna persona está ajena y nadie escapará a la condena del Señor que es la muerte. Pero no todo son malas noticias, condenación o muerte en este día, las cenizas son el recordatorio de la maldición de Dios, la realidad de la muerte y la tumba. 


Miércoles de Ceniza y toda la Cuaresma, tienen un solo propósito, que es el de enfocar los corazones y mentes del pueblo santo de Dios, al Viernes Santo y la mañana de Pascua. Los eventos del Viernes Santo son un antídoto de Dios para la maldición de la muerte y la mañana de Pascua es el sello de Dios de la aceptación y aprobación del Viernes Santo. Eso es lo que quiere decir Jesús cuando nos dice: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:19-21) En este tiempo también recordamos y celebramos que nuestro mayor tesoro está en la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.


Oímos la voz de Dios que nos dice “convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento.” (Joel 2:12). Para vivir este arrepentimiento o reconocimiento de nuestra realidad no necesitamos estar todo el día con caras tristes y largas o hacer un gran espectáculo de lo terrible que hemos sido. Dios también nos dice en Joel 2:13 “Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios.” Por lo cual la Cuaresma no es una cuestión de llanto, tristeza y caras largas. No es un asunto de mostrarnos exteriormente para llamar la atención o impresionar a otros, para que vean los buen cristiano que somos, de cuán santos y respetuosos somos de las tradiciones. Todo esto es sólo un espectáculo vacío de nuestra propia justicia y piedad que no conduce a nada, salvo a la ira de Dios. Los que hacen un gran espectáculo de estas cosas sólo buscan impresionar a los hombres y Jesús nos dice que ya han recibido su recompensa. (Mateo 6:16).


La Cuaresma tampoco es un programa de autoayuda de 40 días en el que nos levantamos y renovamos de nuevo por nuestros propios esfuerzos. El enfoque de la Cuaresma, no es sobre lo que nosotros hacemos o dejamos de hacer, sino en lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo Jesús. Por lo cual el foco del Miércoles de Ceniza y la Cuaresma está en la misericordia de nuestro Señor mostrada en Cristo Jesús.

La misericordia del Señor en este tiempo se muestra en que a pesar de nuestros pecados, grandes o pequeños, a pesar de lo que merecemos, la maldición de la muerte ya no tiene dominio sobre su creación, sobre nosotros. Porque nuestro Dios “es misericordioso y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo” (Joel 2:13). Dios ama a toda la humanidad, incluso a aquellos que le odian o niegan. Dios, el Padre, en lugar de hacerte daño a ti, volcó su juicio y condena en su Hijo, con el fin de salvarte del terrible castigo, con el fin de anular el poder de la maldición a través de la Sangre de Jesús. Pero en Cuaresma hacemos algo más que valorar, celebrar o recordar el sacrificio del Señor por nosotros. En Cuaresma recibimos todas las cosas que ha ganado en la cruz por nosotros. Tanto el perdón de nuestros pecados, la seguridad de vida eterna y la garantía de nuestra salvación vienen a nosotros en los medios que Cristo dispuso para ello. 


Cuaresma nos hace revivir el pacto del Bautismo, donde Dios nos ha dado vida por medio del agua y de su Espíritu porque “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:5). Lo recibimos en su Cena, donde una y otra vez se hace presente para decirnos “Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.” (Mateo 26:26-28). También por medio de su palabra de perdón y absolución que nos dice que “esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios. (1Corintios 6:11). Este es verdaderamente el tesoro del cielo en el que vamos a confiar, porque todo esto lo recibimos por la vida que Él dio en nuestro lugar en el Calvario. En estos medios nos da la vida, su vida, otorgada a y por nosotros para borrar la maldición de la muerte y librarnos de la tumba y castigo eterno. Estos tesoros nos son dados para que sean el deseo de nuestros corazones. Estos son realmente los tesoros que ni la polilla ni el orín corrompen.


Así que las cenizas se usan no solo para mostrar nuestra fragilidad son también para confesar y vivir otra verdad, una verdad más grande que la muerte. Las cenizas nos recuerdan que no son sólo una confesión de la caída de la creación y la maldición de la muerte. Ella nos ilustra la vida que tenemos en el sufrimiento, muerte y resurrección de Jesús por nosotros. Nos coloca bajo el signo de la cruz que simboliza la vida que ahora se encuentra en lo que antes era un instrumento de muerte. Las cenizas indican que hemos sido liberados por la gracia y la misericordia del Señor de la maldición de la muerte y la tumba.


Las cenizas también son un signo de lo que será en el último día, porque la fe que profesamos nos afirma en la resurrección de los muertos y la vida eterna. Como describe Lutero en su explicación del tercer artículo del Credo Apostólico, “creo que en el postrer día me resucitará a mí y a todos los muertos y me dará en Cristo, a mí y a todos los creyentes, la vida eterna. Esto es ciertamente la verdad”. Vamos a ser levantados del polvo, de las cenizas de la tumba, nuestros cuerpos vivos por el soplo del Espíritu. Porque Jesús es “...la resurrección y la vida; el que cree en él, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en él, no morirá eternamente” (Juan 11:25-26). Así que ya no vivimos bajo la maldición de muerte, pero las cenizas de este día nos recuerdan lo que el Señor Jesús ha prometido que “transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (Filipenses 3:21). Creemos y confesamos que Jesús ha ganado nuestra salvación, que la muerte, el infierno y el pecado han sido superados y que la tumba queda vacía, para siempre. Porque nuestro Dios es “clemente y misericordioso, lento para la ira, y grande en misericordia”. Tu Señor ha sido un Dios misericordioso y se ha apiadado de ti. (Joel 2:18) Él no ha permitido que su Hijo muera en vano. Él ha aceptado su sacrificio y desde el polvo de la tumba vacía dice “¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? … Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más”. (Juan 8:10-11).

No hay comentarios:

Publicar un comentario