viernes, 21 de junio de 2019

Ven a adorar a Jesús.



 


TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                               

Primera Lección: Isaías 60:1-6

Segunda Lección: Efesios 3:1-12

El Evangelio: Mateo 2:1-12

 “VEN A ADORAR A JESÚS”


Cuando se llega al seis de enero, se comienza con el periodo de Epifanía, 12 días después de Navidad. Mientras terminamos nuestras celebraciones de Navidad, noche vieja y “Reyes”, comienza la temporada de Epifanía, que hace hincapié en la revelación de Jesús como Dios y hombre. La palabra epifanía significa “revelar o dar a conocer”. A lo largo de estas semanas venideras nos centraremos en cómo Dios se nos reveló. Empezamos esta temporada litúrgica con la invitación a ir y adorar a Jesús con los Magos, que desde lejos llegan para postrarse ante su Rey recién nacido. No sabemos sus nombres. No sabemos cuántos eran. Tampoco sabemos con precisión cuando llegaron. Eran hombres misteriosos llegados de Oriente siguiendo una estrella en el cielo para adorar al Cristo, el Hijo de Dios. Ellos llegaron después de que los pastores habían regresado al campo y los ángeles al cielo. María y José habían cambiado el pesebre por una casa en Belén.

¡Ven a adorar a Jesús! Aunque puede sonar como una invitación muy común, no hay nada de ordinario o de común en ir a adorar a Jesús, nuestro Rey. Los hombres sabios o magos que viajaron desde Oriente llegaron sin invitación o promesa de lo que iban a encontrar, pero llegaron para adorar a este niño que había nacido como el Rey de los Judíos. ¿Cómo supieron conectar la estrella al nacimiento de Jesús? ¿Qué esperaban encontrar? ¿Por qué razón creen que como extranjeros y gentiles serían bien recibidos en su nacimiento? Hay muchas preguntas interesantes que nos gustaría saber acerca de estos Reyes Magos, pero incluso el evangelio de Mateo no da ninguna información específica salvo que eran “del este”. Por lo general se cree que vinieron de Babilonia o Persia, porque la palabra “magos” era utilizada en Persia para describir a los astrólogos reales o asesores. Además, la gente de allí habría estado en contacto con los judíos exiliados llevados a Babilonia y Persia como prisioneros de guerra. Tal vez oyeron o leyeron las escrituras hebreas sobre este gran acontecimiento.

¡Ven, adora a Jesús! con la convicción que da el Espíritu Santo de que Jesús viene a tu encuentro! Aquel que está apartado de Dios, que venga a adorarlo con el corazón arrepentido del hijo pródigo que se fue de casa, pero ahora vuelve a su padre. Quien no conoce a Dios, venga, adórele y vea cómo este rey redime y salva. Quien se esconde de Dios en la timidez o el miedo de sus pecados, que venga, le adore y reciba un nuevo corazón y el coraje que Dios da a los creyentes. Quien este triste y perdido, que siga la luz de su estrella, que es su Palabra, a la presencia de Dios y compruebe cómo Dios se ha hecho hombre para incorporarlo en su eterno reino y cuida de los suyos.

¡Ven, adora a Jesús con la sinceridad y la verdad de los Reyes Magos! Ellos vinieron al rey Herodes buscando la verdad sobre Jesús. ¿Dónde se encuentra la verdad? En las Sagradas Escrituras, en el profeta Miqueas, diciendo que Jesús nacería en Belén. El pueblo humilde e insignificante de Belén que ganaría un nuevo honor y fama porque a partir de ahí nacería un nuevo rey de Israel,  un Pastor que establecería un reino mucho más grande y duradero que el de David. Los sumos sacerdotes y los maestros de la ley en Jerusalén conocían la verdad de las Escrituras, conocían la profecía sobre el Mesías y ahora unos extraños personajes les confirmaban que esta profecía se estaba cumpliendo en ese mismo momento ¿Qué hicieron? ¿Alguno fue a adorar al Mesías con los Reyes Magos? Ninguno. ¿Fue el miedo al rey Herodes que les impidió unirse en esta búsqueda del Mesías? ¿Fue una fría indiferencia o escepticismo a la realidad de esta promesa? Que esto no te detenga para adorar a tu Señor.

¡Ven, adora a Jesús a pesar de los obstáculos! Tal vez tu vida está llena de “Herodes”. Hay mucha gente en tu vida que quieren que creas que se puede confiar en ellos, pero una vez que bajas la guardia te apuñalan por la espalda. Tal vez haya una batalla con un Herodes dentro de ti, que no quiere dar a Jesús un segundo de su tiempo o simplemente relegarlo a un segundo plano. Tal vez por el Herodes te tienes en tu interior, Jesús fue eliminado de tu vida. Herodes no quiere que asistas a iglesia, que estudies la Palabra de Dios. Este Herodes dentro de ti quiere convencerte de que la Paz es algo que tú solo puedes ganar. Isaías fue honesto acerca de la oscuridad a la que nos enfrentamos, pero también fue honesto acerca de la esperanza que tenemos. Él escribió: “más sobre ti amanecerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria” Isaías 60:2 b. Tu vida, no es ordinaria y común, porque Dios está aquí por ti. En todos y cada momento de tu vida, Él te acerca cada vez más a la vida eterna que ha puesto a tu disposición a través de Jesucristo. A través de Jesús, todo se vuelve nuevo.

¡Ven, adora a Jesús con la alegría de los hombres sabios! Cuando salieron de Jerusalén y vieron de nuevo la estrella que brillaba delante de ellos, señalando el camino a Belén, se regocijaron con muy grande gozo. ¿Alguna vez haz sentido ese tipo de alegría que sólo se derrama desde lo más profundo de ti, que parece que tu corazón fuera a saltar de tu pecho? El miedo y la oscuridad a menudo pueden conspirar para apagar nuestra alegría, para tapar la luz natural de Dios, pero la luz de Cristo, la estrella de la mañana que se levanta en nuestros corazones (2 Pedro 1:19, Apocalipsis 21:16) proyecta su luz, aún en la más profunda oscuridad. ¿Están tus ojos puestos en la esperanza de ver la luz de Jesús o están fijos en las miserias que nos afectan? Ven a adorar el milagro de Cristo, nacido en el pesebre y asómbrate ante el milagro de la salvación de Dios. Alégrate con gran gozo en el camino de la salvación obrada por Dios.

¡Ven, adora a Jesús con tus regalos! Cuando los Reyes Magos llegaron a su destino y vieron al niño Jesús. Fue digno de apreciar el ver a los sabios inclinarse en adoración ante un niño. Aquellos asesores de los reyes, que ahora se inclinaban ante el Rey. Quienes eran libres, terrenalmente hablando, y no tenían necesidad de riquezas, de poder o ejércitos. Ante la presencia de un rey como Jesús ¿qué otra cosa se puede hacer sino inclinarse en adoración y ofrecer los pequeños regalos uno tiene? Incluso los costosos regalos que trajeron, dignos de un rey, eran un tributo insignificante para el Creador de todo el Universo, el que tiene toda la tierra en sus manos, recibía regalos de unas personas mortales. Pero ¿Qué podemos ofrecer en la adoración a nuestro Rey? Nada menos que nuestra alma, nuestra vida, nuestro todo. Sabemos, gracias a los Salmos, que Dios desea de nosotros una cosa por encima de todo: “Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría; No quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51:16-17).  Nosotros, que no tenemos ningún tributo digno para traer a nuestro Rey, sólo podemos traer lo que Él quiere, un corazón quebrantado y arrepentido. Porque sólo Él puede tomar nuestro corazón, roto por el pecado, y darnos un corazón nuevo y lleno de alegría. Recién entonces podemos traer el tributo de nuestras alabanzas, con nuestras voces, podemos hacer de nuestra vida una ofrenda, con las manos y los pies ofrecer el servicio de su reino a quienes nos rodean. Pero aun así, estos regalos que podemos ofrecer en adoración a Jesús son pequeños. Así como los magos, podemos abrir nuestras cajas de pequeños tesoros y ofrecer nuestros dones. Estas cosas que traemos como ofrenda ya pertenecen a Dios y Él nos las dio primero a nosotros. Pero a medida que comenzamos a adorar a Jesús vemos que el hecho real de la adoración no es nuestro sacrificio y alabanzas. El hecho real del culto para los sabios y para nosotros es que Dios abrió sus tesoros  y los compartió por medio de Cristo. Cualquiera pequeña acción de gracias que mostramos a Dios en la adoración nos recuerda que es porque Él obró primero y de manera mucho más grande al darnos el gran tesoro de la salvación.

Tanto los Reyes de Oriente como nosotros adoramos a quien nació como Rey, lejos del palacio real, muy cerca de un cofre de tesoros similar a una caja para alimentar animales y nació para ser Rey Siervo. Él no vino a ser servido, sino a servir. Así que abrió sus tesoros dando su vida al servicio a la humanidad, curando a muchos y anunciando la buena noticia a los demás. Hasta que sus manos y pies fueron fijados con clavos a un madreo en forma de cruz. Pero allí en la cruz, sus manos y pies indefensos lograron el más grande acto de servicio de un Rey. Allí fue vertido el tesoro más preciado, Su sangre inocente en rescate por todos los pecadores. Esta obra de Jesús fue de valor infinito, porque con ella ha logrado nuestro perdón, vida y salvación. El único indicio que tenemos de que los Reyes Magos podrían haber anticipado este acto de sacrificio real, era para ellos y para toda la gente, fue el regalo de la mirra, una especia que se utilizaba para la sepultura, de hecho, también se utilizó en el entierro de Jesús. Fue este sacrificio que hizo que nuestro acercamiento a Dios sea posible. Por esto no adoramos a Jesús solo por ser un Rey recién nacido como los Reyes Magos lo hicieron. Ahora adoramos al Rey que llegado la plenitud de su edad y sabiduría, vivió rectamente, murió en justicia y se levantó victorioso de entre los muertos y está sentado como Rey en el trono de Su Padre. Es a Él a quien venimos a adorar.

¡Ven, adora a Jesús donde Él se encuentra! Así como la estrella de Belén indicó a los Magos donde estaba Jesús, Él nos sigue indicando dónde se encuentra realmente, para que vayamos y disfrutemos de su presencia. Nos indica que Él nace en nuestros corazones cuando leemos u oímos su Santa Palabra. Nos invita a su presencia en la Santa Cena, donde se hace presente para perdonarnos y animarnos una y otra vez. Ya lo hizo en tu Santo Bautismo, donde te incorporó a su Familia Real. Fuera de estos sitios es imposible encontrar a Jesús para adorarlo realmente. Allí encontraras la felicidad de estar en la Presencia de tu Señor y Salvador.

viernes, 14 de junio de 2019

La Pasión de Cristo.

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                                          

Primera Lección: Zacarías 9:9-12

Segunda Lección: Filipenses 2:5-11

El Evangelio: Juan 12:20-43







Saludos en el nombre de nuestro Señor Jesucristo …





Hoy empezamos la última etapa de nuestro peregrinaje hacia Jerusalén. Hacia la cruz y la tumba vacía. Hacia la Pasión y Resurrección de Jesús. Hacia el sufrimiento y la muerte de Jesús para el mundo que amó tanto. Un mundo por el que Jesús estaba dispuesto a sacrificar su vida.

Jesús describió su Pasión a Felipe, Andrés, y a todos los griegos en esta manera. Que sería necesario ser levantado en el árbol para atraer a todos a sí mismo.

Los griegos vinieron a Felipe y Andrés con el deseo de ver a Jesús. ¿Creen que ellos pensaban que sería por medio de un árbol que la muerte seria vencida?

Jesús les dice el verdadero motivo del deseo de verlo: Ha llegado la hora” dijo Jesús “en que el Hijo del hombre sea glorificado.”

Jesús no podía ser glorificado sin cumplir con la voluntad del Padre: Ahora está turbada mi alma,” el dijo, “¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Pero para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre.”

Una voz del cielo anuncia la glorificación de Cristo. La voz explicó cómo será glorificado a Jesús. Jesús será glorificado por su victoria sobre Satanás: Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo.”

El evangelista San Juan dice que Jesús decía esto “dando a entender de qué muerte iba a morir.”

Qué extraño es el Dios que tenemos…

Cuan contrario son los caminos de Dios en contraste con las expectativas de nuestro mundo.

¿Ser levantado en la cruz es ser glorificado?

Ser levantado en la cruz en la muerte ilustra para nosotros como es Dios. Que Jesús es un Dios de vida porque es un Dios que muere. Que el árbol de la cruz es el árbol para la vida del mundo. Que la muerte de Jesús trae vida al mundo. Que la muerte de Jesús trae esta vida a todas las personas.

Jesús les dice a estos griegos otra declaración desconcertante: que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo, pero si muere, lleva mucho fruto.”

Cuando Adán y Eva comieron el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. En el Edén, vino la muerte al mundo.  Adán y Eva entendieron el resultado de su pecado. Ahora tendrían que trabajar y sudar. Ahora tendrían que trabajar la tierra y sembrar semillas que morirían. Adán y Eva sabían lo que pasaría en la muerte de estas semillas: Que habría fruto nuevo para comer, que habría fruto nuevo para sustituir el fruto del paraíso, que habían perdido con su pecado.

El ritmo de la naturaleza es el ritmo de sembrar y cultivar, el ritmo del descenso en la tierra y el ascenso en la creación con los arboles fructíferos.

Jesús es la semilla de la nueva creación. El creador de todo debe hacerse uno de nosotros. Debe ser concebido por el Espíritu Santo. Nacer de la Virgen María. Padecer bajo Poncio Pilato. Ser crucificado y morirse en el árbol.

Como todas las semillas antes de El, este cordero que fue matado debe ser enterrado en la tierra.

Pero la muerte y el entierro de este cordero son para la vida del mundo. Y en el tercer día, comienza su ascenso hacia el cielo levantándose de la muerte.

Su resurrección es el primer fruto de todos que se han fallecido. Su ascensión es nuestra entronización en el cielo incluso ahora entre los santos que están con El.

El foco de nuestra vida se basa en el árbol de la cruz. Esa cruz ahora es el árbol de vida. Esa cruz es donde Jesús nos sirvió al dar su vida en rescate por todos.

Ser siervo de Cristo es un llamado a seguir a Jesús en sufrimiento y muerte. Ser siervo de Cristo es ser levantado en sufrimiento como Jesús fue levantado. Ser siervo de Cristo es interpretar nuestros sufrimientos y los sufrimientos del mundo por medio de la pasión de Cristo Jesús.

Muchos que contemplan esta cruz cumplirán con la profecía de Isaías. Ellos no verán ni oirán, ellos no serán sanados por la sangre que brota de las heridas de Cristo para dar salud y restauración a un mundo roto por el pecado.

Porque tienen miedo de confesar esta “Pasión” del Cristo. Pero ustedes que comparten esta pasión santa de Jesús.

La pasión de participar y proclamar el sufrimiento y la muerte de Cristo a un mundo caído.

Ustedes que comparten esta pasión santa de Jesús. Levanten sus ojos para ver en la cruz su Dios.           
Vean el Dios que sacrificó su vida para ustedes. Vean el Dios que expió por sus pecados por medio de una muerte brutal y violenta.         

Si ustedes desean ver qué tipo de Dios tienen,  levanten sus ojos al árbol y vean la Pasión del Cristo.

El objetivo de la pasión de Cristo ha sido alcanzado. Consumado es. La hora ha llegado. Es glorificado el Hijo del hombre.                                                                              

Amén.





sábado, 8 de junio de 2019

El regreso de Cristo está cerca y nos preparamos para ello.



Antiguo Testamento: Daniel 12:1-3

Nuevo Testamento: Hebreos 10:11-25

Santo Evangelio: Marcos 13:1-13



Es común decir o escuchar: “Esa persona tiene un buen corazón”. Por lo general, con esto queremos decir que son amables, generosos, amorosos o algo por el estilo.  Esto puede ser cierto para nuestros parámetros sociales o morales. El problema es que muchas veces llegamos a conocer personas que pueden ser de “buen corazón” pero que al tiempo descubrimos defectos, vicios y pecados que nunca nos hubiéramos relacionado con ellos. Es allí que podemos pensar que si ni siquiera las personas que considerábamos buenas lo son, que nos queda para el resto de los mortales… si las personas que parecían tener una vida perfecta no la tienen… quién la tiene?? Si oímos que Dios nos dice sean perfectos con Él lo es…

El concepto de pureza de Dios es la perfección total. Creemos que ya tenemos suficientemente con esforzarnos en no tener acciones, pensamientos e intenciones pecaminosas.  Que cumplir con “no matarás, no cometerás adulterio, no robarás” es  un gran esfuerzo. Pero Jesús muestra que la Ley de Dios va más allá, va al corazón: no odiar, no desear a otras mujeres u hombres que no sean nuestros cónyuges, no codiciar. Él nos dice que los planes y deseos de hacer el mal son acciones pecaminosas en sí mismas, incluso sin llegar a cometer dichas acciones. Eso tiene que ser una noticia devastadora para cualquier persona que está construyendo su propia escalera para llegar al cielo, tratando de acceder a Dios por sus propias acciones o buenas obras. Es como subir por una escalera con peldaños agrietados y rotos sólo para darte cuenta de el camino al cielo tiene muchos kilómetros por encima de tu pequeña escalera. Al examinar nuestros corazones, vemos que nunca podremos ser considerados puros o perfectos. El egoísmo, la amargura, los celos, la rivalidad, la codicia afloran de nuestros corazones mas a menudo de lo que quisiéramos. El problema no son solo las consecuencias de nuestros pecados las que tenemos que soportar,  sino que esto nos dice que  hemos fallado y no alcanzaremos la vida con Dios. 

Si esto ha sacudido su auto-confianza, entonces es algo bueno. La Palabra de Dios debe sacudir la confianza en nuestras obras y nuestra capacidad para llegar a Dios, así no colocaremos nuestra confianza en nosotros mismos a la hora de dar cuentas a nuestro creador. Más bien, necesitamos la confianza de que el escritor a los Hebreos habla. Él dice que podemos tener confianza para “teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo,  por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne”. Realmente podemos tener una confianza inquebrantable de nuestra presencia en el cielo y de disfrutar la eternidad junto a Dios. No es una confianza en nosotros, sino que confiamos en la sangre de Jesús, que abrió el camino de acceso al Padre. Es a través de Jesús que podemos tener un corazón puro. Esto es lo que sucede: podemos acercarnos a Dios con un corazón sincero, en plena certidumbre de fe con los corazones purificados. 

Nuestros corazones son lavados y hechos puros por Cristo. Un corazón perfecto es inalcanzable para nosotros pero nos es dado solo por él. El versículo 14 dice: “porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados”. De una sola vez la muerte de Jesús nos limpió perfectamente para siempre. El trabajo sobre nuestra santificación, el proceso de ser hecho santo en esta vida, no es completo, pero el versículo 22 dice “purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura”. Una mala conciencia, una persona culpable es limpia en Cristo. El corazón pecador que se ve bajo el juicio de Dios es puesto en libertad por medio de Jesús. Todas las cicatrices, las heridas de los pecados del pasado y las heridas que pesan sobre nuestro corazón están purificadas. La sangre de Jesús nos limpia como una lluvia de agua pura que cae sobre nosotros en nuestro bautismo, lavándonos y dejándonos limpios a la vista de Dios. Dándonos la renovación del Espíritu Santo para continuar la obra de Dios en nosotros a fin de reflejar su amor y misericordia al mundo. 

En el bautismo Dios pone un corazón puro en nosotros, tal como lo prometió desde los tiempos del Antiguo Testamento. Nos limpia con agua de toda impureza y pone un corazón y un espíritu nuevo (Ezequiel 36:25-26). Dios prometió que este cambio de un corazón de piedra en un corazón de carne incluiría el don de su Espíritu, para que seamos cuidadosos en obedecer las leyes de Dios (Ezequiel 36:27). Nuestros cuerpos fueron lavados con agua pura, nuestras conciencias limpias, libres de culpa, estamos listos en un nuevo camino de obediencia en la vida. No nos basamos en esta nueva obediencia para acercarnos a Dios. Nuestra confianza está en la sangre de Jesús derramada por nosotros. Esta confianza y plena seguridad de fe en Cristo Jesús, da lugar a la segunda cosa que tenemos que hacer, después de acercarnos con un corazón sincero. 

Mantenernos firmes en la profesión de nuestra esperanza. La fe siempre trae aparejada una confesión de si misma, al reconocer o hablar de Dios, de lo que Él nos ha dicho o hecho por nosotros. Mientras que la fe es la confianza en Dios en nuestro corazón, no se queda ahí, sino que nos hace hablar. Nuestra fe no puede permanecer en silencio o invisible. A Pedro y Juan le pidieron que no hablaran de Jesús, y respondieron: “No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hechos 4:20). Lo mismo sucede con cada cristiano. No podemos mantenerlo embotellado como si no hubiera nada que contar, ni a nadie transmitir este mensaje. La alegría y la esperanza de la salvación que tenemos en Cristo Jesús, naturalmente, produce hablar de ello. Nosotros, como sacerdotes escogidos por Dios hemos sido limpiados y renovados para “proclamar las maravillas” de aquel que hizo grandes cosas por nosotros (1 Pedro 2:9). Esto no quiere decir que siempre será fácil, sencillo y produzca buenas reacciones. 

No siempre somos “voceros de Dios”. La sociedad quiere que seamos cristianos mudos, silenciosos ante la oposición o desaprobación, silenciosos cuando llegan oportunidades para hablar de nuestro Dios. Ante una oportunidad para hablar de la bondad de Dios algunas veces no podemos, por miedo o timidez. Necesitamos recurrid a Dios para que abra nuestras bocas, nos provea de oportunidades y nos use como fieles mensajeros. Estamos llamados a aferrarnos a nuestra confesión de esperanza. Aferrarse es lo contrario de ser evasivo, desinterés o vacilación. Es ser firmes y decididos, tener confianzas y certezas. Pero esta confianza y certidumbre no nace de nosotros mismos, sino de la fidelidad de Cristo. La esperanza que tenemos en Él, no es una esperanza que decepciona (Romanos 5:5), sino que es una esperanza segura de que Dios cumple sus promesas. Él imprime esta certeza en nuestros corazones por la fe. 

El último punto de la lectura a los Hebreos de hoy es considerar cómo vamos a “estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”. Motivarnos, instarnos unos a otros a hacer el bien y a mostrar el amor de Dios. No caer en la complacencia o inactividad de la fe, sino ponernos a trabajar en su reino. En la vida hay un escenario completo y complejo para que podamos practicar su amor y buenas obras con sus amigos, familiares, compañeros de trabajo, vecinos e incluso a sus enemigos. Considere cómo podemos alentarnos unos a otros. ¿Hay algún talento especial o don que tengas que puedas poner a trabajar en la iglesia o en la comunidad? 

Al parecer ya era un problema en la iglesia del primer siglo que los cristianos dejaban de congregarse. Se estaba convirtiendo en un mal hábito. Hoy tenemos el mismo problema. Muchas veces nos pasa que el Oficio es sólo una de las muchas tareas en nuestra lista de tareas y que a menudo se cancela cuando surgen otras prioridades. ¿Es posible ser cristiano sin unirse a una comunidad? La respuesta es que sí, es posible. Es algo así como ser un estudiante que no va a la escuela. Un soldado que no se une al ejército. Un ciudadano que no paga sus impuestos ni vota. Un vendedor sin clientes. Un vendedor en una isla desierta. Un padre sin familia. Un jugador de fútbol sin equipo. Para decirlo de manera más bíblica, sería como un ojo que cree que no necesita un cuerpo.

Los cristianos encontramos en el tercer mandamiento una clara llamada a permanecer en la Palabra de Dios. Pero más que hacerlo porque es un mandamiento, simplemente lo hacemos por la misma razón que comemos. No podemos sobrevivir sin comida y así también nuestra fe se moriría de hambre sin la Palabra de Dios y los Sacramentos. Es como alejarse de la fuente de la salud y alimento y esperar sobrevivir. La vivencia comunitaria de la fe cristiana en las Escrituras es inconfundible. Se nos describe como una edificio espiritual montado sobre piedras vivas, un sacerdocio santo (1 Pedro 2:5), un cuerpo con miembros unidos y articulados entre sí (Efesios 4:19, 1 Corintios 12), los miembros de la familia de Dios (Efesios 2:19). Nosotros no estamos destinados a estar solos. La iglesia es el lugar principal donde estimularnos al amor y a las buenas obras. Es el lugar donde nos animamos unos a otros y preparamos para una vida marcada por la confesión de nuestra esperanza. Nos preparamos para vivir en el mundo como creyentes confesando a Dios. Porque sabemos que el día en que vendrá a buscarnos se acerca. El próximo domingo se celebra el último domingo de nuestro Año Eclesiástico y es en esta época del año donde nos afianzamos en el prometido regreso del Señor.


La expectativa de su regreso nos llama a examinar la forma en que llevamos adelante toda esta vida cristiana. Y de nuevo veremos que un corazón limpio, una confesión de fe son sólo la nuestra, por la misericordia y la sangre de Jesucristo, no por cualquier éxito o el logro de los nuestros. Confesamos nuestros pecados y volvemos a la única fuente de misericordia prometida. Sólo por lo que Jesús ha hecho, por morir y resucitar por nosotros podemos tener la confianza de que Él nos ha abierto el camino al Padre. Él descendió del cielo para llevarnos a estar con Él. Así que si dejamos nuestras escaleras, consideramos que es una buena cosa pero nuestra confianza no descansa en nosotros mismos, sino en el Dios que es fiel a lo que Él ha prometido. Día a día estamos preparándonos para el día final cuando Cristo regrese, cuando nuestra esperanza se haga realidad y vamos a entrar en el cielo por el camino que es Cristo. Con un corazón puro por su sangre vamos a ver a Dios. A partir de este día en adelante y hasta ese día, acerquémonos a Dios con corazón sincero.