viernes, 25 de enero de 2019

Arrepentimiento y Confesión.

“Ahora, pues, dice Jehová, convertíos ahora a mí con todo vuestro corazón, con ayuno, llanto y lamento. Rasgad vuestro corazón y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová, vuestro Dios; porque es misericordioso y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y se duele del castigo. (Joel 2:12-13) 

El Oficio Divino que celebramos siempre comienza con el llamado al arrepentimiento y la confesión de pecados por parte de los asistentes. Eso es lo que el profeta Joel nos está instando. Vuelvan, arrepiéntanse, retornen… porque Dios es clemente y misericordioso. Él restaura y reconstruye. El arrepentimiento es el primer paso para cualquier trabajo de la iglesia. Lo que el arrepentimiento requiere en primer lugar es una evaluación precisa de dónde estamos, quiénes somos y lo que hacemos. Eso es lo que es Miércoles de Ceniza. Eso es de lo que se trata el tiempo de Cuaresma. Alegrarse porque hay un Salvador que busca al arrepentido de sus pecados. 

Hoy que es Miércoles de Ceniza, tenemos un nuevo comienzo. Para examinar cuidadosamente nuestras vidas debemos usar la ley de Dios, los Diez Mandamientos. Cuando somos honestos con nosotros mismos y apreciamos que hacemos lo que es natural a nuestra naturaleza pecaminosa (como culpar a otros por nuestros errores, poner excusas o excepciones hacia nosotros mismos) nos encontramos con que estamos muy lejos de las exigencias de los Mandamientos o sea de lo que Dios requiere de nosotros. Cuando uno escucha cada mandamiento vemos como se destruyen nuestros autoengaños y se aplastan todas esperanzas de vivir de acuerdo con esas demandas. Después de todo tu pecado ha colgando un cartel de muerte en tu frente que dice “Recuerda, oh hombre, que polvo eres, y al polvo volverás”. La muerte viene a por ti. Es el precio y la paga del pecado. La muerte significa juicio y Dios es un juez severo. Guardar los mandamientos es una quimera, vana ilusión. Por eso muchas veces en este día pintamos nuestras caras con hollín para recordarlo.

Todo esto está en la primera parte de la confesión que encontramos y leemos en el Catecismo de Lutero. En la parte de “confesamos nuestros pecados”. Esto no sólo significa que tener en cuenta el coste de nuestros pecados que conocemos y que nos duelen. Además significa “declararse culpable de todos los pecados, incluso los que no somos conscientes.” Allí afirmamos lo que Dios dice acerca de nosotros, que somos pecadores y que por esto pecamos. “Pecamos en pensamiento, palabra y obra por lo que hemos hecho y dejado de hacer”. No nos merecemos todo lo que Dios nos ha dado. Estamos lejos del Señor por nuestros pecados.

Pero Dios no solo nos llama, sino que viene a nuestro encuentro y aquí estamos, ante Dios, sin nada que ofrecer, salvo nuestros pecados, rogando por misericordia,

Crea en mí un corazón limpio, oh Dios, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de tu presencia, y no quites tu santo Espíritu. (Salmo 51)

En la segunda parte de la confesión lo que hayamos es el pronunciamiento de lo que no merecemos. Lo llamamos la absolución. Es la Solución de Dios a todos tus pecados, a todos tus males. Es el ahogamiento de nuestra naturaleza pecadora de nuevo en el Santo Bautismo.
No es magia, sino una conexión con la gracia y la misericordia de Dios. Ese Dios grande en misericordia. Ese es el don de Jesús en la cruz.

Cuando vamos a Dios con nuestros pecados está su mano extendida, que no perdona por nuestro arrepentimiento. Él no perdona porque lo que sentimos por nuestro pecado y por el deseo de no querer volver a pecar. Él perdona por causa de Jesús. Eso por esto que el Santo Bautismo es una conexión con Jesús. Sin Jesús también los pecadores arrepentidos obtendrían nada más que la ira de Dios.

Jesús es la respuesta de Dios a su ira. Hágase todas las preguntas de nuevo, sobre su vida, su muerte, sus pecados, sobre todo aquello en que ve su propio fracaso. Marquelas con una pequeña cruz.

Porque cuando tu has fallado, Jesús no lo ha hecho. Las preguntas que son tu perdición y derrota, son la victoria de Jesús. De hecho, eso es exactamente lo que significa la justicia, “guardar los mandamientos de Dios a la perfección”. En cada una de las preguntas (y más) Jesús responde correctamente. Él guarda los mandamientos a su máximo y más profundo significado. Jesús no se limita a hacer las cosas bien, es perfectamente justo en cada pensamiento, palabra y obra. Es tan absolutamente cierto que Dios el Padre dice de Jesús: “Este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia” Y para demostrar que esto es cierto sobre Jesús, después de que Jesús fue crucificado..., muerto y sepultado…. Descendió a los infiernos. Al tercer día resucitó de entre los muertos (Credo de los Apóstoles). Ninguna historia es más importante que la resurrección de Jesucristo. Él vence el pecado con la conquista de la muerte. La paga de la muerte de Jesús es la vida. 

Por eso Dios es lento para la ira y grande en misericordia. En la cruz, Jesús, un inocente, es condenado a muerte como el mayor pecador de todos los tiempos. Cada mandamiento se amontona y deposita sobre él. Uno tras otro, la paga de los mandamientos rotos se acumulan en Jesús. Sin pecado Jesús lleva nuestros pecados por medio de la cruz sobre la muerte. Su justicia es suficiente para cubrirlo todo. El castigo por el pecado es ejecutado en la muerte en Jesucristo.

Todo esto es por y para ti. La vida de Jesús. La muerte de Jesús. La resurrección de Jesús. Para ti, todo para ti. Confía en Dios que tiene misericordia y compasión de ti, porque Jesús hizo todo esto por ti. Dios se duele del desastre del pecado debido a que Jesús fue cubierto con ellos para ti. Aférrate a la fe de Jesús. Regocíjate en Jesús y su perdón. De cara a tu confesión, Jesús es la absolución. Es en las aguas de bautismo, en la fuente de vida, en la presencia de Cristo cubriéndote que el viejo Adán fue ahogado. El hombre nuevo nació en ti. Muerte y resurrección de Jesús te fue dada, es así que tu también has experimentado su muerte y resurrección. Tu confesión de los pecados no queda sin ser oída, Dios manifiesta su clemente perdón. Ese es el Santo Bautismo para usted.

¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida. En efecto, si hemos estado unidos con él en una muerte como la suya, también lo seremos unidos con él en su resurrección. Sabemos que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea llevado a la nada, por lo que ya no estaríamos siendo esclavos del pecado. Para alguien que ha muerto, ha sido liberado del pecado. "(Romanos 6:3-7, NVI)

En este bautismo Dios te hace su propio hijo, parte de su familia. Esta es la realidad de nuestro arrepentimiento. El pecado y el perdón que se unen para ti en Jesucristo. Él vertió sobre ti el agua y la Palabra de Dios, Evangelio puro. La confesión y la absolución afirman que el Bautismo sigue vigente, que tu debes recordarlo y usarlo, que se repite todos los días. El ahogamiento de nuestro pecado una y otra vez y el privilegio de vivir nuevamente como un hijo de Dios porque todos tus pecados han sido perdonados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

viernes, 18 de enero de 2019

“En Cristo nos erguimos y levantamos nuestras cabezas”


TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                                                   

Primera Lección: Malaquías 4:1-6

Segunda Lección: 2º Tesalonicenses 3:6-13

El Evangelio: Lucas 21:5-28





Otro final se acerca: Otra vez estamos llegando a fin de año, me refiero al año litúrgico. Esta es la época del año en que hablamos específicamente sobre el fin de los tiempos, sobre los últimos días. La palabra que se usa en teológica para esto es “escatología”. Se podría pensar en esto como el día del juicio, la segunda venida de Cristo, o también como el comienzo del reino por venir.


No importa cómo llamemos a ese día y sus acontecimientos, hablar del final hace que la gente, incluso muchos cristianos, se pongan un poco nerviosos. Tal vez muy nerviosos. Siempre surgen muchas preguntas al respecto ¿Habrá realmente tanto pesimismo y destrucción, plagas, terribles desastres y abundantes catástrofes? ¿Tendré que estar en pie delante del trono de Dios y responder por todos mis pecados? ¿Cómo voy a ser juzgado? Estas son algunas de las preguntas que hacen que las personas quieran leer y oír sobre otros pasajes de la Biblia y no pensar en ello, que hay cosas más bonitas sobre las cuales hablar. Esto no nos debería tranquilizar.


Nuestra actitud  ante el fin: Lo que dice Jesús en el Evangelio de hoy puede traernos miedo. Porque mientras Él habla, por un lado, sobre la caída de Jerusalén, también anuncia predicciones sobre el día final. Sin embargo, se las arregla para incluirnos a nosotros y a todos los creyentes en sus advertencias y en sus promesas sobre las cosas por venir. 


Jesús sabía que sería difícil para sus discípulos y para ti vivir la fe y realizar la tarea encomendada. Sabía que habría todo tipo de problemas y tentaciones. Persecución y trampas. Advierte de las dificultades, no sólo de vivir en este mundo, sino de hacerlo como sus discípulos. La dificultad de evitar los falsos maestros que vienen en su nombre. Los peligros planteados por las autoridades que son hostiles a su enseñanza y al de su pueblo que lo rechaza. Hay muchas cosas en nuestra contra. Todas ellas pueden hacer que desesperemos y bajemos los brazos, desistamos de vivir nuestra fe y certezas. 


Sin embargo hay esperanza. Jesús unos versículos más adelante nos dice: “Mira a la higuera y todos los árboles. Cuando ya brotan, viéndolo, sabéis por vosotros mismos que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas,  sabéis que el reino de Dios está cerca”. En otras palabras, cuando veas los signos, ya sabrás que el final se acerca y esto es motivo de alegría. Porque este final será un día de alegría para su pueblo, para vosotros. Así que levantad vuestras cabezas y mirad hacia el cielo. Esta vez no vengo como un niño indefenso, sino que vengo con poder y autoridad para rescatar a todos los que me pertenecen. Para los cristianos que viven en este mundo, no habrá dificultad, problemas, penas o dolor... porque todas estas cosas son temporales. 


Incluso las cosas más permanentes en este mundo desaparecerán, así como sucedió con el gran y poderoso templo de Herodes, construido con enormes piedras, alto y magnífico, sería derribado en no más de 40 años de la partida de Jesús. 


Las Señales de Hoy: Lamentablemente por estadística sabemos que vamos a morir. Sabemos que este cuerpo corrompido que tenemos no durará por siempre, no puede, no debe. La tumba nos espera a todos. No importa cómo llegamos a ella, si es por enfermedad o accidente, porque alguien nos quita la vida, eso no importa. Nuestra vida en la tierra se “termina”, pero la vida eterna es segura y no tiene fin. Nuestro cuerpo puede ser destruido, pero tenemos un Dios que dispone de nuestra eternidad. Tenemos la promesa de que resucitaremos al final y viviremos en cuerpos glorificados, viviremos con el Señor con todo su pueblo para siempre. Ninguno de los problemas de este mundo va a durar para siempre. Incluso la muerte será vencida. Cristo dice que solo sus palabras perdurarán para siempre, aun en medio de nuestras aflicciones y confusiones esa promesa sigue en pie. Creemos, por su gracia, que desde ahora y sobre todo cuando esté llegando el final, que estas promesas nos ayudarán a mantener nuestras cabezas en alto. 


Todo el terror y la destrucción que la Biblia describe en estos y otros pasajes, todos los horrores del día final, son todas consecuencias del pecado. Si bien sufrimos las consecuencias del pecado y los dolores de parto de la creación y estos aumentaran hacia el día final, también podemos ver una luz de esperanza y paz en medio de tanto sufrimiento: Jesucristo. 


Nuestra Esperanza: Su cruz es el fin del poder del pecado en este mundo. Su sacrificio no es solo la derrota de la muerte, sino que además y en especial es la fuente de tu vida. Las palabras que ha pronunciado allí perdurarán para siempre: “Consumado es” o sea todo está cumplido. El pecado, la muerte, el poder del diablo, han sido derrotados en la cruz. Tu rescate y salvación del juicio final se ha llevado a cabo en el Calvario. Confirmado en la tumba vacía en su resurrección y se cumplirá totalmente el día que Él ha destinado para el fin. 


No sabemos cuándo será, pero vemos las señales. La higuera ha brotado, a nuestro alrededor vemos las cosas que Jesús ha anunciado como guerras, terremotos, hambruna y pestilencias. La persecución de los cristianos,  incluso podemos sentir que estamos un sitio como la antigua Jerusalén. Miramos a nuestro alrededor y el mundo parece estar en mal estado, nuestro país está en crisis y nuestra vida personal muchas veces es un desastre.


Nuestra Fortaleza: A pesar de esto Levantamos nuestras cabezas. No hay porque temer, sus palabras permanecen para siempre. Nos sigue llamando y dando la fuerza necesaria para soportar, por la fe y estar firmes en su Palabra. Es una palabra segura, de esperanza en medio de todo lo que está cayendo a nuestro alrededor. Es una palabra llena de promesas de que nos lleva a través de oscuros días a esa brillante mañana de la eternidad. 


Tienes claras señales que sus promesas son hechas realidad, por ejemplo tu Santo Bautismo. El Mesías estuvo presente allí. Él te ha unido a Él, a su muerte y resurrección. Esa es la clave para el Día del Juicio, en tu Bautismo el Señor te ha dicho: “no vas a morir por tus pecados en el día del juicio, porque yo te he unido a mi muerte y has sido limpiado de tus pecados. Te he unido a mi resurrección, también, así que el cielo es tuyo. Enderézate y levanta la cabeza, porque yo te he rescatado”.


En el altar, en la Santa Cena, allí el Señor se hace presente para darte su cuerpo y su sangre, con los que ha conquistado a la muerte, descendido a los infiernos y manifestado a sus discípulos para ti. No hay destrucción para ti, porque el Señor te ha rescatado, te fortalece y preserva para la vida eterna, porque donde hay perdón de pecados allí hay vida eterna y salvación.


El Señor sigue estando presente en su templo para ti, es por eso que este mundo no está perdido. Es sólo que, en lugar de un templo hecho de grandes piedras, ahora Él mora en el templo de sus medios de gracia, pero Él está con tanta seguridad, totalmente presente como lo estuvo en el templo de nuestro texto. No es de extrañar que los medios de gracia tengan tan poca estima hoy, Cristo mismo fue tratado de la misma manera en Jerusalén. Pero Él está presente y Él no nos abandonará. Cualquier dificultad que veas en ti, en tu vida, en este mundo, recuerda que el Señor está tan cerca de ti como su Palabra y los Sacramentos. No tendrás que pasar vergüenza en el Día del Juicio, sino que podrás enderezarse y levantar la cabeza en presencia de tu glorioso Señor resucitado, porque has sido perdonado de todos tus pecados por su obra.


Nuestra certeza es eterna: Tenemos la salvación por la gracia mediante la fe. Ahora tenemos la promesa de vida eterna, a través de Cristo Jesús, que viene a nosotros y está presente hoy con nosotros. Pero todavía esperamos la perfección que vendrá sólo cuando nuestras almas partan de este mundo. Mientras tanto, seguiremos sufriendo las consecuencias del pecado mediante enfermedades, sufrimientos y finalmente la muerte. Somos concebidos y nacidos en el pecado y nuestros cuerpos tienen que regresar al polvo de donde proceden. Pero estamos seguros, que su redención de estas cosas está acercándose. El mismo Jesús que fue crucificado y murió por tus pecados y resucitó para conquistar tu muerte, volverá en una nube como tu Redentor. 


Un redentor es una persona que rescata a otra mediante el pago de un rescate. El rescate que Jesús pagó por tus pecados no fue una suma de dinero. Porque ni todo el oro y plata del mundo podrían haberte llevado al cielo y rescatado. No, lo hizo con su preciosa sangre, su sufrimiento y su muerte. El oficio de Cristo como Redentor ilustra muy bien lo que lo hizo por ti y por mí. Es más específico incluso que Salvador. Porque quien salva lo puede hacer simplemente mostrando el camino o sirviendo como un mero ejemplo para la vida piadosa, o incluso por medio de la lucha sin necesidad de perder nada. En su primera venida, Él te adquirió de la potestad de Satanás, no lo hiso en el templo o en el Monte de los Olivos, ni siquiera por medio de sus sermones, sino en el Gólgota, donde derramó su sangre y murió en la cruz. Cuando venga en su segunda venida, Él te salvará de las  consecuencias del pecado. No habrá más pecado, no habrá más tristezas, no más sufrimientos y no habrá más muerte. Hasta ese gran día, la Iglesia seguirá proclamando el mensaje del arrepentimiento y el perdón de los pecados. Lo hacemos al proclamar la Palabra de Dios con fidelidad, recordando lo que Pablo escribió a la iglesia en Roma, que lo que fue escrito en tiempos pasados ​​fue escrito para nuestra instrucción, para que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza. A medida que el Señor viene a nosotros con sus dones, somos consolados en el conocimiento de su amor y de la redención que nos ha dado. A medida que sufrimos en este mundo, no nos desanimamos sino que levantamos la cabeza con confianza en la redención que está por venir. Ahora, el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz, para que por el poder del Espíritu Santo sea posible que abunden en su esperanza, y que la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestra mente a través de la fe en Cristo Jesús.

viernes, 11 de enero de 2019

¡Cuán grandes cosas ha hecho Dios con nosotros!





TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                                                    



Primera Lección: Gálatas

Segunda Lección: Isaías

El Evangelio: Lucas 8: 26-39

Sermón

         Introducción

A diario llegan hasta nosotros noticias de guerras, violencia doméstica, asesinatos, fraudes, y toda clase de hechos deplorables. A esto podemos sumarle la infinidad de mentiras, envidias y todo tipo de transgresiones de la Ley de Dios que, no siempre son evidentes y detectables. El ser humano es capaz de los hechos más terribles no sólo contra él mismo, sino también contra la maravillosa Creación, y así destruye, contamina, extingue y daña aquello que Dios por Amor creó para nosotros. Sin tratar de ser negativos, podríamos decir que el fruto del pecado del hombre, campa a sus anchas por esta tierra. Y a esta acción, obra del pecado humano, debemos sumarle la propia que el mal en sí mismo, genera y promueve con su presencia en nuestra realidad. Pues la Palabra nos enseña que esta presencia es real y contínua, y que debemos estar preparados y protegidos contra ella. Libramos una batalla espiritual aquí en la tierra, entre la acción vivificadora del Espíritu Santo, y la del enemigo que pretende apartarnos y hacernos resistentes a dicha acción de Dios en nuestros corazones. Sin embargo, podemos decir que asistimos a los últimos estertores de esta batalla, pues el resultado de la misma ya está decidido de manera definitiva. El mal y su hijo, el pecado, han sido derrotados por Cristo en la Cruz, y lo que ahora vivimos es, con todo, el preludio de la llegada del Reino de la Luz y la desaparición de la oscuridad. Estemos no obstante atentos y mantengámonos protegidos, pues el mal, aún derrotado pero en su desesperación, todavía puede hacer daño y arrebatar almas al Reino.

         La victoria ya es de Cristo

La presencia de entidades malignas actuando en nuestra realidad, es constante en las Escrituras desde los mismos inicios de la existencia del hombre en la tierra. Así, encontramos ya en los comienzos a Satanás transfigurado en una serpiente en el libro del Génesis, induciendo mediante el engaño y la duda a Adán y Eva al pecado (Gen 3:1), o en los Evangelios tratando de tentar al mismo Jesús (Lc 4:1-13). Y desde que el pecado anidó en el corazón humano, el maligno que es su fuente original, no ha dejado de estimularlo y propagarlo aprovechando nuestra debilidad carnal, y nuestra vulnerable voluntad cuando nuestro corazón está lejos del Padre. Esta debilidad puede llegar a tal extremo que el hombre se convierta él mismo en morada de las mismas fuerzas de ese mal que en el fondo, sólo busca su perdición y destrucción. Pues nada hay más deseable para estas fuerzas que ejercer un dominio absoluto sobre la voluntad del ser humano, doblegándolo a sus deseos y como fin último, apartándolo de la acción de la gracia de Dios. Y así es como Jesús se enfrenta en la lectura de hoy a esta acción maligna en la persona de un endemoniado. De un hombre para quien la sola presencia del Hijo de Dios, no es sin embargo gracia, Paz y misericordia, sino tormento y sufrimiento: “Este, al ver a Jesús, lanzó un gran grito, y postrándose a sus pies exclamó a gran voz: ¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te ruego que no me atormentes.” (v28).Vemos que el mal ha obrado en este hombre una alteración aberrante, transformando y corroyendo su alma y su mente de manera que su percepción de la realidad está enfocada sólo en la oscuridad. Así actúa igualmente una parte de este mundo, enfocando sus deseos y acciones en provocar dolor y sufrimiento, y sobre todo, en tratar de anular la presencia de la Palabra liberadora de Dios entre los hombres. Pues podemos decir sin temor a equivocarnos que allí donde la Palabra y Cristo son rechazados y combatidos con más denuedo, es donde el mal se siente más amenazado y donde resiste con mayor intensidad. Pero ya hemos dicho que derrotado el pecado y el mal en la Cruz, ahora su acción es una resistencia desesperada, donde tratará de ganar no ya batallas, pero sí de arrastrar tras de sí aquellas almas que, en su retirada, aún pueda hacer perder. Sin embargo, nada de esto debe temer el creyente en fe, ni debemos ahora anidar o vivir en el temor por ello, pues protegidos con la coraza de la fe, y dispuestos con la espada de la Palabra, el mal se lanza en retirada ante la visión victoriosa de la Cruz : “Sobre todo tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios” (Ef. 6:16-17).

         El mal como degenerador y destructor del hombre

Muchos ponen en cuestión la existencia del mal, e incluso dando un paso adelante ridiculizan la idea de que tenga en sí mismo personalidad e inteligencia. Sin embargo la Palabra atestigua de cómo el mal actúa con un plan definido, y con un objetivo claro que no es otro que la perdición del hombre: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef 6:12). El endemoniado de la lectura de hoy era probablemente un pagano, dada su ubicación geográfica entre los gadarenos. Y no sabemos de qué manera llegó a ser poseído por esta “legión”(v30) de demonios; quizás entregado a algún culto idolátrico propio de la región. Su caso era extremadamente grave y por ello es difícil conjeturar las causas. Sabemos por el relato de Lucas que cuando Jesús lo encontró, su estado era ya deplorable, y fijémonos que Lucas distingue claramente aquí la acción de un mal real y con entidad propia a la de una mera enfermedad mental. Y podemos ver aquí, en este hombre, la crueldad de este mal que degenera al ser humano, llevándolo a perder la autoestima, a sumergirlo en las sombras de la mente, e incluso a habitar en sepulcros y lugares de muerte: y no vestía ropa, ni moraba en casa, sino en los sepulcros” (v27). Un mal que en su inteligencia, paradójicamente se presenta ante Jesús reconociéndolo como el Hijo de Dios: “¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo?”(v28),y que presiente la acción de liberación sobre el hombre de parte de Dios temiéndola. Y así Jesús encara a este hombre conminando a estos demonios a abandonarlo y liberarlo, como testimonio de su misión aquí en la tierra, para traer redención a los hombres de la esclavitud del mal, del pecado y la muerte. En estos casos extremos de posesión,  sólo podemos creer que estas situaciones que Dios consiente tienen alguna finalidad que escapa a nuestra comprensión. O creer como nos dice Cirilo de Alejandría que: “el sufrimiento de uno edificará a muchos.” (Comentario de Lucas, Homilía 44). Sin embargo, no es necesario ser poseído corporalmente como el caso de este endemoniado para estar bajo el dominio del mal. No es necesario estar poseído para pensar, actuar y servir a la voluntad del maligno. Ya que en principio todo aquello que hacemos contrario a la voluntad de Dios expresada en su Ley, e incluso todo lo que no proviene de la fe (Rom 14:23) presta de hecho un servicio al mal. Y en este servicio, no lo olvidemos, el primer perjudicado no es otro que el hombre mismo. Pero al contrario que el endemoniado, que no podía ser retenido ni con cadenas (v29), el pecado arroja sobre el ser humano una esclavitud de la que no es posible liberarse. No, estas cadenas malignas que lo atenazan cuando en su endurecimiento rechaza la gracia de Dios, no pueden ser rotas por la voluntad del hombre. ¡Y el mal se encarga de endurecerlas más y más!. ¿Qué hará entonces el ser humano en esta situación?, ¿dónde y cómo podrá ser liberado de esta esclavitud a la que está sometido desde su nacimiento?. La respuesta, la única respuesta para romper estas cadenas es precisamente renunciar a nuestros propios esfuerzos para ello, y poner nuestra vida en manos de Aquél que es el único con poder de someter a los mismísimos demonios: Jesucristo. Sólo Él representa para la humanidad la acción liberadora de Dios en este mundo:“el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Col 1:13-14).  


         Viviendo fortalecidos por los medios de gracia: Palabra y Sacramentos


Para evitar ser atacado por diversos virus o enfermedades, el ser humano hoy día se cuida y protege con vacunas y diversos medicamentos que ayudan a sus defensas y lo hacen más resistente a la enfermedad. Pero ¿y nuestra alma?, ¿cómo cuidarla y protegerla para que sea capaz de resistir los envites del maligno?. Debemos tener presente que, si bien como hemos dicho, el creyente en fe no debe vivir temeroso respecto a la acción del mal en su vida, sí es cierto que no hay que bajar la guardia en exceso. El mal adopta innumerables formas y pone ante nosotros infinidad de deseos y tentaciones adecuados a nuestras propias debilidades. Su experiencia respecto a la nuestra es comparable a la de un consumado maestro respecto a la de un neófito. No, no podemos relajarnos demasiado, tal como nos advierte el Apóstol Pedro: “Sed sobrios y velad, porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 P 5:8). Pero, ¿qué estrategias puede el mal usar contra nosotros?. Hay algunas muy claras, y así en los momentos en que nos creemos más fuertes, el mal usará nuestro exceso de confianza para atacarnos por medio de ella y hacernos confiar en nuestras propias fuerzas y seguridades humanas. O bien, en los momentos de tristeza, inquietud o depresión, usará nuestro miedo y debilidad para hacernos dudar de las promesas divinas. Por ello el creyente no debe nunca dejar de alimentar su confianza en la Palabra de su Dios, la cual es su principal alimento para sostener su fe. Es Ella como medio de gracia, tanto en su forma proclamada como por medio de los Sacramentos, la que centrará nuestra mente, tanto en los momentos de fortaleza como de debilidad, en la Palabra de nuestro Dios que nos anuncia restauración y Paz eterna en Cristo Jesús. Y recordemos que cualquier otra cosa en lo que pongamos nuestra confianza, y en lo que creamos ver nuestra seguridad espiritual, no será al fin sino otro engaño que el mal nos tiende: “porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hech 4:12).

         Conclusión

El Evangelio de hoy nos narra la liberación de un endemoniado por obra de Jesús, como prototipo de la liberación que Dios trae a todos los pueblos, y como muestra de que Él, el Hijo del Dios Altísimo, tiene poder para someter incluso a los poderes del mal y romper las cadenas del pecado y la muerte. Tristemente, esta acción de Dios en Cristo aún es rechazada por muchos que en sus corazones resisten la acción del Espíritu y, al igual que la multitud de la región de los gadarenos, piden a Jesús que se aleje de ellos (v37). Desesperanzador es el fín de los que en su insensatez rechazan la mano de la gracia. Pero a los que han recibido esta gracia en fe, y han estrechado con firmeza sus manos en la mano tendida del perdón y la misericordia divina, Cristo les dice: “Vuélvete a tu casa, y cuenta cuán grandes cosas ha hecho Dios contigo”(v39). ¡Que así sea, Amén!.           

viernes, 4 de enero de 2019

Nuestra transfiguracion en Cristo.



INTRODUCCIÓN:


Prácticamente no tenemos límites, podemos ir dónde se nos ocurra. Más allá de los costes, las distancias ya no son un obstáculo. Hoy no solo volamos en enormes aviones, se dice además que estamos conquistando el espacio. Los medio de transporte son cada vez más veloces. Pero aún queda un sitio al que es imposible acceder para el hombre por sus propios medios: Dios. Hagamos lo que hagamos nunca podremos alcanzarlo. Es por ello que este Domingo de Transfiguración Él nos quiere recordar que viene a nosotros para transformarnos por medio de Cristo.


LA LEY DE DIOS: En el Monte de la Transfiguración, vemos la manifestación de Moisés, el hombre llamado por Dios para llevar el mensaje de la Ley de Dios al pueblo. A Moisés, la Palabra le fue dada desde arriba, en el Monte Sinaí Dios le dio los Diez Mandamientos. “La Ley por medio de Moisés fue dada” (Juan 1:17). En la Ley, la declaración de Dios es: “haz esto” y “no hagas aquello”. No hay excepciones y no hay misericordia para todo aquel que infrinja alguno de los mandamientos de Dios. La violación de un mandamiento, por breve o insignificante que sea, es suficiente para condenar eternamente a una persona. Un pensamiento que no es piadoso es suficiente para recibir tan terrible castigo. El mensaje de la Ley requiere la perfección absoluta, sin una segunda oportunidad y no hay perdón para los transgresores.


Si tú o yo fuésemos capaces de hacer esto, capaces de cumplir la ley de Dios perfectamente, y así deshacernos de nuestra vieja naturaleza pecaminosa, entonces tendríamos el cielo asegurado. Pero la salvación por el cumplimiento de la Ley es un sueño, que nunca sucederá. “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago 2:10)


Por ello se nos relata la presencia de Moisés en el Monte de la Transfiguración. Aunque el Señor había llamado a Moisés a su eterno descanso siglos antes, aquí estaba Moisés en su cuerpo glorificado. Él es glorificado, santo y puro. Sin embargo, Moisés no se presentó así porque no tuviese pecado o porque cumpliese perfectamente la ley de Dios. Más bien, Dios dio a Moisés el don de la fe y Moisés confió en el Señor. Por lo tanto ni Moisés, ni la Ley son nuestros salvadores.


LOS PROFETAS DE DIOS. En segundo lugar, en el Monte de la Transfiguración, encontramos la manifestación de Elías. Elías, como Moisés, fue un profeta de Dios enviado a proclamar la Ley y el Evangelio. Por medio de Elías llegó el mensaje del Señor, su Dios. Es la palabra de advertencia a todos aquellos que no tienen al Señor como su único Dios, sino que lo sustituyen o reconocen y toleran a otro dios como Baal, el dinero, la fama, el poder, ellos mismos o una religión. En Elías reconocemos que el Señor quiere ser nuestro único Dios, y que no va a aceptar, permitir ni tolerar a cualquier otro en su lugar o en su presencia. Esta fue la Ley que incluyó Elías en su proclamación mientras vivía en este mundo.


Pero hay más de parte de Elias: un mensaje de esperanza y una promesa de perdón, salvación y vida. No es el hijo muerto de la viuda, al que resucitó por el poder del Señor a través de la palabra del profeta. En Elías reconocemos que Jehová no quiere que muramos. Él desea que vivamos. Así lo ha manifestado en la vida misma del profeta, ya que Él proporciona una fuente inagotable de alimentos para Elías, la viuda y su hijo. Dios envía el agua de la vida para apagar lo que se había resecado. Anuncia la condena del malvado rey Acab y el profeta proclama la victoria para el pueblo de Dios.


Aunque no tuvo una vida fácil, Elías cometió pecados que lo alejaron de Dios, se quejó de Él, huyo por miedo y dudas de la protección divina, pero el Señor a pesar de esto no lo abandonó. Elías no podía ir a Dios, pero Dios podía venir, estar con él y saciar sus necesidades. En un acto de pura gracia y misericordia el Señor envió carros de fuego y Elías fue llevado al cielo.


Ahora Elías se presenta en el Monte de la Transfiguración. Aunque el Señor lo había llamado a estar en el Paraíso siglos antes, aquí estaba Elías en su cuerpo glorificado. Él es glorificado, santo y puro. Sin embargo, Elías no se presentó así porque no tuviese pecado o porque cumpliese la ley de Dios perfectamente. Más bien, Dios le dio a Elías el don de la fe y Elías confió en el Señor. Por lo tanto, ni Elías, ni los mensajeros de Dios, ni la Ley son nuestros salvadores.


LA GLORIA DE CRISTO. En tercer lugar, en el Monte de la Transfiguración, se manifiesta la gloria de Jesucristo. El apóstol Juan nos dice que, si bien “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.” (Juan 1:17). Alguien mayor que el templo, los profetas, Moisés y los reyes terrenales se hace presente, es Jesús de Nazaret. Pero ¿Quién es Él? Es Jesús el Cristo, es Jehová de Sabbaot, y no hay ningún otro dios. Él es el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre. Él es Jehová encarnado. El Cristo es verdaderamente hombre a fin de nacer bajo la misma Ley que Él ha escrito en los corazones de cada ser humano. Tuvo que ser hombre bajo la ley, para sufrir y morir en nuestro lugar. Jesús de Nazaret es verdaderamente Dios. El Salvador tenía que ser Divino con el fin de ser un rescate más que suficiente para todas las personas del mundo.


¿Cómo puede Cristo hacer esto? Pensemos por un momento lo que Moisés y Elías no son capaces de hacer. Se quedaron en el cielo cuando el Hijo eterno de Dios dejó el esplendor de esa morada eterna, para descender a este mundo. Jesús viene hacia abajo, al valle de la muerte, sufriendo una muerte inimaginable en nuestro nombre. Sufre el abandono de Dios en la cruz con el fin de facilitar el camino para que nosotros evitemos ése sufrimiento eterno. No podemos llegar a Dios, por eso es por lo que Él viene a nosotros, baja a las profundidades a la cual nos condenaba ley, con sus manos traspasadas por los clavos. La sangre derramada del Salvador clama por nuestro perdón.


Cristo viene a los valles de la muerte, las calles de los pobres, la vida de los enfermos del cuerpo y del alma, a los cargados de culpas y cansados de esforzarse por complacer a Dios sin éxito. Jesús dirige a tres de sus discípulos al monte y allí les revela la verdadera gloria que tiene desde la eternidad hasta la eternidad. Mientras están en su presencia, Jesús se transforma. Mientras que Moisés y Elías aparecieron en la gloria, Jesús y “sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos” (Marcos 9.3).


LA VOZ DE DIOS. En cuarto lugar, en el Monte de la Transfiguración, consideremos la Revelación de Dios Padre. Cómo los tres discípulos del Señor Jesús estaba allí y una gran nube los cubrió y una voz salió de la nube. Dios el Padre habla: “Este es mi Hijo Amado. Escuchadle”. Esto se dice en beneficio de todos los discípulos... Pedro, Santiago, Juan y el resto... tú, yo y la Iglesia toda. Escuchar a Jesús y escuchar lo que Él ha dicho:


“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).


“El Hijo del Hombre no vino para ser servido sino a servir ya dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:28).


“Vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado” (Juan 15:3).


“Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:3).


“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).


“Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío.  Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo.  A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos.” (Juan 20:21-23).


“Tomad, comed, éste es mi cuerpo... Esta es mi Sangre del nuevo pacto, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados” (Mateo 26:26-28).


“Nunca te dejaré ni te abandonaré” (Hebreos 13:5).


EL MANDATO A LOS DISCIPULOS. Por último, en el Monte de la Transfiguración, es necesario tener en cuenta las palabras que se aplican a Pedro, Santiago y Juan en el día en que Jesús se transfiguró, y que simplemente se aplican a nosotros hoy. A medida que bajaban del monte, Jesús les mandó que no contasen a nadie lo que habían visto, es decir, no hasta que el Señor hubiera resucitado de entre los muertos. Estos discípulos no tenían que difundir y dar testimonio de lo que se había revelado en el día de la Transfiguración.


Este silencio fue ordenado por un tiempo limitado antes de la resurrección de Jesús, el Cristo en la mañana de Pascua. Pero Cristo ha resucitado y los seguidores de Jesús no estamos aquí para mantener la boca cerrada. Estamos llamados a anunciar a Cristo a todo el mundo, a ser sus testigos entre quienes nos rodean. El mensaje del Evangelio ha sido confiado a la Iglesia, no para mantenerlo encerrado en una caja fuerte o escondido debajo de un cajón, sino para que sea anunciado según tengamos oportunidad. ¿Por qué? Porque el hombre nunca podrá llegar a Dios y en especial porque Dios viene al hombre en los medio de Gracia, Palabra y Sacramento. Muestra fiel de esta presencia es que, por medio de ellos te han sido perdonados todos tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.