martes, 24 de diciembre de 2019


TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

Primera Lección: Isaías 40:1-11
Segunda Lección: 1º Corintios 4:1-5
El Evangelio: Mateo 11:2-11

“LA PALABRA DEL SEÑOR PERMANECE PARA SIEMPRE”


Isaías comienza con las palabras: “Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios”. El profeta lleva este mensaje a un pueblo acosado por la guerra, rodeado de enemigos, de oscuridad y de incertidumbre, donde el luto y las penas eran moneda corrientes. El pueblo de Dios vivía las consecuencias de sus pecados y desobediencias, esto lo vivió antes, durante o después del cautiverio en Babilonia, era moneda corriente bajo la dureza de los romanos en el tiempo en que Jesús nació. A lo largo de la historia muchas cosas reales y duras conspiraron para extinguir la esperanza del pueblo de Dios. 

En esta época del año recordamos y nos preparamos la venida del Señor, que ha de consolarnos. Este tiempo de Adviento es similar al que los santos del Antiguo Testamento esperaban. Pero ahora estamos esperando la segunda venida de nuestro Señor y compartimos el mismo mensaje de consuelo entre quienes nos rodean, entre las circunstancias que trataran de apagar nuestra esperanza y expectativa.

Dios da al profeta unas hermosas palabras al profeta para describir a la humanidad, en la vida y en la muerte. Él dice: “toda carne es hierba, y toda su gloria como flor del campo. La hierba se seca, y la flor se marchita, porque el viento de Jehová sopló en ella; ciertamente como hierba es el pueblo. 

Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre”. (Is. 40:6-8). Dios muestra que la vida que llevamos aquí es fugaz y transitoria. Nuestras vidas florecen rápidamente, tienen la belleza y la gloria de las flores. Pero se marchitan y caen, porque el aliento del Señor sopla sobre nosotros. Por mucho que la medicina moderna, la cirugía estética, los planes de dieta y ejercicios traten de captar nuestra belleza y sostenerla en su mejor momento, tratando de congelar los efectos del tiempo, somos como la hierba que se marchita y termina por caerse. Nuestra belleza y fuerza también desaparecen, a medida que envejecemos y el tiempo manifiesta su paso.

Siempre parece que la muerte es la vencedora. Pero el salmista también resalta con poesía lo hermoso de la vida, el conocimiento de Dios con estas palabras: “Porque él conoce nuestra condición; Se acuerda de que somos polvo. El hombre, como la hierba son sus días; Florece como la flor del campo, Que pasó el viento por ella, y pereció, Y su lugar no la conocerá más. Mas la misericordia de Jehová es desde la eternidad y hasta la eternidad sobre los que le temen, Y su justicia sobre los hijos de los hijos; Sobre los que guardan su pacto, Y los que se acuerdan de sus mandamientos para ponerlos por obra”. (Salmo 103:14-18). Ambos pasajes describen nuestros días como la hierba y las flores, demasiados cortos, pasando y siendo olvidados con demasiada rapidez. Supongo que uno podría reaccionar negativamente a estas comparaciones y verlas como deprimentes.

Se puede tratar de negar la realidad de nuestra frágil naturaleza y tratar de luchar contra el envejecimiento y la muerte con todas las herramientas de nuestro arsenal médico, que cada vez se ve más poderosamente equipado. Pero si solo lo vemos como deprimente o como una visión desesperanzadora de nuestra mortalidad, nos falta ver lo que Dios nos está diciendo en Isaías y el Salmo citado. A diferencia de los días fugaces de nuestra vida, al cambio constante y la agitación de nuestra corta existencia, la Palabra de Dios permanece para siempre. Su Palabra permanece inalterada. Y el Salmo 103 nos dice que Dios “conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo”. Dios conoce nuestra fragilidad ya que Él hizo al hombre del polvo y más aún desde que Dios mismo se encarnó en Jesucristo, vivió, murió y resucitó como ser humano. Él nos conoce, literalmente, desde adentro hacia afuera. Por esto el salmista enfatiza sobre la misericordia de Dios, que es eterna para los que temen y le obedecen. Dios no cambia como tantas cosas en nuestras vidas, sino que es eternamente confiable. Pero el hecho de que la palabra de nuestro Dios permanece para siempre, no es sólo un contraste con nuestro frágil y cambiante estado, sino que por sobre todo es el remedio para nuestra deficiencia, vulnerabilidad y pecado. En lugar de la desesperación de la aparente inutilidad y fragilidad de la vida, en la Palabra de Dios, tenemos el ancla eterna para nuestra alma. Las personas y las generaciones pasarán, los problemas y dificultades van y vienen, como los tiempos de prosperidad también, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre. El consuelo de su buena noticia durará por siempre. Esta es la palabra eterna de consuelo, paz y esperanza.

¿De todo lo que conocemos en nuestra actualidad qué cosa permanecerá para siempre? Ciertamente no es nuestra seguridad o inseguridad económica, nuestro empleo o desempleo, nuestra seguridad sanitaria, o incluso la arquitectura de la cual disfrutamos en nuestras ciudades. Todas estas y otras preocupaciones muchas veces nublan nuestro futuro. Incluso éstas cosas son meras distracciones de nuestro verdadero problema, que es el pecado y la muerte. Al diablo le agradaría que nosotros nos preocupásemos por todos estos síntomas, mientras la enfermedad real de nuestro pecado permanece sin tratar y sin cuidado. Así que nos preocupamos por todo tipo de cosas que están fuera de nuestro control.

Los cristianos tenemos la certeza de que el Evangelio permanece para siempre y que es más grande que nuestras circunstancias, más grande que nuestras preocupaciones y problemas que hoy están aquí, mañana no. 1 Pedro 1:25 cita este versículo de Isaías, como “la Palabra del Señor permanece para siempre” y pasa a explicar lo que esta “Palabra” es, nada más ni nada menos que el mensaje de consuelo y amor de Dios, “el Evangelio (la buena noticia) que os ha sido anunciada”. Este es el anuncio dado a Isaías y los profetas para consolar al pueblo de Dios en la angustia. Pero este mensaje de consuelo, buena noticia, no son sólo palabras cálidas o alegres para usar en estas fiestas. No son promesas vacías a los oprimidos o temerosos. No son muleta para los débiles, es decir un escapismo, sino que la buena noticia de la Palabra de Dios se funda en la venida de Jesús al mundo, en su nacimiento, que recordamos en este Adviento. Su venida como el Buen Pastor prometido. Es la entrada real y personal de Dios en la historia como un ser humano, para dirigir con ternura a su pueblo y sobre todo para traer perdón, paz y vida a cada uno de nosotros.

El advenimiento de Jesús es el consuelo prometido para el pueblo de Dios. El anciano Simeón, que esperaba en el templo el cumplimiento de las promesas de Dios, lloró de alegría al ver al bebé Jesús. 

Dice que estaba esperando para la “consolación de Israel” y que Dios le había prometido que no moriría hasta ver al Cristo, el Señor (Lucas 2:25-26). Jesús era realmente el consuelo para Israel, para el pueblo en tinieblas y problemas. Su venida marcó la revelación de la gloria de Dios para toda la humanidad. Entre nosotros, Él creció como la hierba y flor del campo. Él vino con piel de mendigo y forma de siervo. Sin embargo, fue por Él que las buenas noticias llegaron a Jerusalén y los ángeles anunciaron: “Gloria a Dios en la Alturas y en la tierra Paz a los hombres”. Él creció como la hierba y las flores, también se marchitó y cayó en medio de nosotros. Jesús, Dios en carne, se unió tan íntimamente a nuestra frágil naturaleza, que sufrió y murió en medio de nosotros. El soplo de Jehová sopló en Él y la muerte se hizo presente en la fatídica cruz, llevando nuestra fragilidad humana a su tumba. Pero gracias a su resurrección, el grito que se proclama ahora es: “levanta fuertemente tu voz, anunciadora de Jerusalén; levántala, no temas; di a las ciudades de Judá: ¡Ved aquí al Dios vuestro!”. Vemos que gran consuelo es para el pueblo de Dios que “la palabra del Señor permanezca para siempre”, Jesús es esa Palabra. No es sólo un contraste entre nuestras momentáneas vidas con la eternidad de Dios. Más bien se nos muestra cómo Jesús, el Verbo hecho carne, se unió a nuestra moribunda raza humana, a través de su muerte para vencer a la muerte. Él trae para los que confían en su obra, perdón y vida eterna. Es la cura para nuestras frágiles y fugaces vidas, marcadas por el pecado la muerte. Confiar y esperar que en el Señor Jesús es vivir en su resurrección, sabiendo que la muerte no será la vencedora. Por la fe, estamos apegados a la Palabra del Señor que permanece para siempre. Por medio de Él tenemos el consuelo que va más allá de las meras palabras, sino que es la Palabra.

Aquí está el consuelo que habla a nuestro corazón, la palabra de perdón y vida eterna de Dios, una proclamación de la Buena Nueva de Jesús, su Hijo. La fe cristiana está lejos de ser promesas para escapar de las difíciles circunstancias o de una negación de la realidad que nos rodea. Los cristianos también sufren los efectos de un mundo dividido y pecador. Enfrentamos a los mismos problemas de salud, sentimos los mismos efectos de una economía en crisis, problemas familiares y el miedo por la falta de trabajo. Nosotros también nos marchitamos y caemos como la hierba y las flores. La diferencia no está en lo que sufrimos en esta vida, no es una cuestión de huir de los problemas o negar la muerte. Por el contrario, la diferencia entre el cristiano y el no creyente, es que tenemos estas palabras de consuelo, la palabra de nuestro Dios, que permanece para siempre. En un mar de cambio y transitoriedad, donde hay tanto incierto, tenemos el ancla eterna de nuestra alma en Dios. La diferencia entre una vida de búsqueda vacía de dinero y placer, como si no hubiera mañana, o la desesperación potencial en el sentido de la existencia, el cristiano toma su cruz y camina tras su Señor Jesús por la fe, sabiendo el consuelo que trae por medio de su Palabra, con las buenas nuevas de su Evangelio. Aunque el pecado y la muerte podrían conspirar para apagar nuestra esperanza, tenemos la Palabra Eterna de consolación, que nuestros pecados han sido pagados y que la venida de Cristo pondrá fin a nuestros sufrimientos. Porque la Palabra Eterna misma se ha unido a nuestra mortalidad, que aunque se marchita y desvaneces, nos ha prometido la resurrección y la vida eterna. 

En esta Navidad celebramos que la Palabra de Dios se ha hecho realidad en nosotros, nada más nos puede dar la seguridad, el consuelo y la fuerza, ya que la Palabra de Dios que permanece para siempre. Que la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús, para la vida eterna. Amén.

viernes, 15 de noviembre de 2019

Jesús ora por nosotros.


       Jesús ora por nosotros




TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                                                      

Primera Lección: Hechos 1:12-26

Segunda Lección: 1º Juan 5:9-15

El Evangelio: Juan 17:11b-19

Sermón

Introducción


Alguna vez te has preguntado ¿qué quiere Dios de ti? ¿Cuál es su voluntad para tu vida?

En nuestro texto de hoy, Dios nos ofrece precisamente una visión en sus deseos hacia nosotros. Él nos permite escuchar o leer la oración que Jesús ofreció por nosotros la noche antes de morir. Al escuchar lo que Jesús oró nos enteramos de lo que Jesús realmente quiere para nosotros hoy. 


Repasemos la escena en que Jesús hace esta oración. Jesús reunió a sus discípulos a una última cena en el aposento alto en la ciudad de Jerusalén. Él les ha demostrado lo que significa ser un líder que sirve a los suyos, al ponerse de rodillas y de lavarles los pies. Celebró con ellos la última cena de Pascua y al mismo tiempo, instituyó el nuevo pacto en su sangre. Ahora, justo antes de salir a Getsemaní para ser traicionado por Judas, Jesús ofrece, lo que se conoce como su oración sacerdotal. En esta oración, primero Jesús ora por sí mismo, luego por sus discípulos y finalmente por la iglesia como un todo. Hoy vamos a centrarnos especialmente en la oración por sus discípulos, reconociendo que todo lo que Jesús pidió por ellos también se aplica a ti y a mí. 


En primer lugar Jesús ora por nuestra protección:


Jesús no realiza esta oración en algún rincón, no se encierra en una habitación, no ofrece esta oración en silencio o  mentalmente. Al contrario, todo lo que Juan registra aquí, fue pronunciado en voz alta, en presencia de los once discípulos. Tu Salvador, el Hijo de Dios, ofrece una súplica apasionada a su Padre celestial intercediendo por ti. Si, Jesús está orando por ti. Es lo que los discípulos deben haber sentido en esa primera tarde de Jueves Santo. Nuestro Señor ora por nosotros.  Pero ¿qué es lo que Jesús pide a Dios para nosotros?


Juan registra la oración de Jesús: “Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre” ¿De qué nos tiene que proteger o guardar Dios? “protegerlos del Mal (otras traducciones dicen “del maligno”). Este es el principal punto de Jesús en la oración por sus discípulos: que sean protegidos, que sean vigilados, ya que el maligno, vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” 1º Pedro 5:8.


Hay dos maneras en que Dios nos protege del diablo y el mal que acedia nuestras vidas. Una de las alternativas es que Él nos libre del mal para siempre llevándonos al cielo. Pero aquí, en nuestro texto, no es esa lo que la oración de Jesús solicita. ¿Cómo los puedes saber? Debido a que Él mismo dice: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal”. Juan 17:15. Más bien, Jesús ora para que su Padre proteja a sus discípulos mientras están en el mundo.


Esto es lo que Jesús está orando por cada uno de nosotros. “Padre, mientras están en esta vida, mientras están en el mundo, protégelos del Maligno”. Pero ¿Cómo espera Jesús que su Padre nos proteja? “guárdalos en tu nombre” v. 11.  ¿Qué significa esto de  la protección o ser guardados en el nombre de Dios? Bueno, si repasamos el catecismo, veremos que implica el nombre Dios y cuál es su significado. El nombre de Dios, no son sólo los títulos que se le aplican, sino que el nombre de Dios es todo lo que nos ha revelado acerca de sí mismo en su Palabra, en la Biblia. Así que cuando Jesús ora: “Padre, guárdalos en tu nombre”, quiere decir: “Padre, protege a los creyentes del maligno en y por el poder de tu Palabra”.


Pero ahora, sobre una base práctica, ¿cómo funciona esto? En la vida real, ¿cómo la Palabra de Dios nos protege del maligno? La Palabra de Dios nos protege del maligno y nos mantienen unido a Él, a través de sus dos principales enseñanzas. La Ley de Dios nos protege, señalando el bien y el mal. La ley es la señal que nos dice: Precaución. No vayas allí. Detente. No hagas eso. Peligro. Esa actitud es perjudicial para la salud eterna. Haz esto. Sigue por aquí. Estos es lo que no debes hacer y esto es lo que debes hacer.


Desafortunadamente, muchas veces pasamos por alto todas las señales de advertencia de Dios. Terminamos desobedeciendo la ley de Dios y luego viene Satanás y nos ataca. Él nos golpea con sentimientos de culpa y vergüenza, como hizo con Adán y Eva, a fin de que huyamos de Dios y le temamos. Él nos lleva a creer que en nuestra vida no hay esperanza, que no tenemos ninguna posibilidad de ser aceptados por Dios y nuestra vida no tiene sentido. O por otro lado no s exige que para compensar el mal hecho hagamos todo lo mejor posible para reconciliarnos con Dios. Pero esto nos causa más desconsuelo y desesperanzas, ya que tarde o temprano fallamos. Pero ahí es donde otra enseñanza de la Biblia nos ofrece protección contra el Maligno: El Evangelio. Este nos declara que Jesús ha quitado todos nuestros pecados, culpa y vergüenza. En la sangre de Jesús y su justicia, estamos perdonados ante los ojos de Dios. De hecho, a causa de la victoria de Jesús sobre la muerte, podemos estar seguros y confiados que el diablo y todas sus acusaciones y tentaciones, han sido derrotados y vencidos. Ese es el poder, esa es la protección que Jesús quiere que tu tengas y Dios te la da a través de su Palabra oída, leída y unida a los sacramentos. En el bautismo Dios te ha unido a Él, en la Santa Cena su presencia en el pan y vino te perdona y sostiene en la unión con Él.


Así que la prioridad de Jesús para cada uno de nosotros en su oración es que seas protegido del Maligno. La prioridad de Jesús no es que tengas éxito en la vida, a pesar de que el mundo elige el éxito como algo importante, Jesús afirma que para ti lo más importante no se trata de ser popular, estar sano o ser rico. No, la oración de Jesús dice que lo más importante para ti y para mi es que permanezcamos unidos a Dios y así no dejarnos atrapar por las mentiras de Satanás, que nos enrede en el pecado, que sigamos el camino de Judas y nos perdamos para siempre.


Si para Jesús la unión con Dios por medio de su Palabra y la protección del mal es una prioridad que expresa en su oración por nosotros, necesitamos preguntarnos ¿si tú y yo estamos tan preocupados como Él por este tema? ¿Es tu principal prioridad y motivo de oración en la vida pedir: “Padre, protégeme del maligno. Padre, no me dejes perder la fe...”? Orar de esta manera afectará la forma en que miras la vida. Seguramente te llevará a hacerte preguntas como “¿Cómo va a afectar a esta acción particular en mi relación con Dios? ¿Mi relación con estos amigos me ayuda a estar más cerca de o lejos de Dios? ¿Qué riesgo tiene este comportamiento, o actitud hacia la vida eterna?”


Estas son algunas de las cosas que se convierten en importante cuando te das cuenta de que el Salvador está orando para que se te proteja del Maligno. Pero esta no es la única oración que Jesús hacer en su nombre en esta perícopa. Jesús, tu Sumo Sacerdote, no sólo ora por tu protección.


Jesús también está orando por tu santificación.


¿Qué significa esto de que “Jesús ora por tu santificación”? La palabra griega que se utiliza aquí significa literalmente significa “hacer santo”, “consagrado” o “ser apartado”. La idea es dejar a un lado algo para un propósito santo. Por ejemplo, en el Sacramento de la Santa Cena, se consagra el pan y el vino, es decir, que se los distingue y aparta para un propósito santo. Es nuestra manera de hacer saber que no vamos a jugar con las formas o usarlas como fichas en un juego de mesa. Ellos se reservan para un uso muy especial, un propósito divino.


Aquí, en su oración sacerdotal, Jesús está orando para que tu también seas consagrado o santificado, es decir, que seas apartado para un propósito especial, una tarea sagrada, una misión divina. Ahora, si pensamos en cómo encaja esto con lo que Jesús está diciendo, de que sus discípulos deben estar en el mundo, pero no son del mundo. Jesús tiene un propósito para nosotros y no es encerrarnos en un monasterio o apartarnos de aquellos que no comparten nuestra fe. No se trata de formar parte de una determinada comunidad aislada. No, Jesús nos envía al mundo a relacionarnos con nuestros vecinos, para que nuestra luz brille, para ser sal y luz en la tierra. En esta oración Jesús envía a sus discípulos como portadores de un mensaje y a la vez nos está enviando a nosotros también. Pedro nos expresa en su carta que “sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” 1Pedro 2:9. Estamos unidos a Dios y estamos protegidos del mal, no para quedarnos estáticos, sino para anunciar el mensaje de nuestro único y suficiente salvador Jesucristo.


Conclusión


Jesús nos compró con su sangre. Él nos ha escogido para un propósito. Y ese propósito no es simplemente “comer, beber y ser feliz, porque mañana moriremos”. Nuestro propósito no es simplemente tener una vida cómoda. Dios tiene un propósito mucho más alto para nosotros. Nuestro propósito es reflejar su gloria en nuestras vidas, para compartir el amor y el perdón que Cristo logró en la cruz por todos nosotros, con las personas que estamos en contacto, con quienes pasamos tiempo juntos, con quienes compartimos nuestras habilidades y usar el dinero que nos ha dado para ayudar a predicar a Cristo a otros. A la vez que recordamos que tenemos un Salvador que no sólo nos amó y murió por nosotros, sino que también intercede por nosotros ante el trono de Dios. Alégrate de que tu Señor sigue velando por ti, y no sólo eso, sino que también sabes exactamente lo que está pidiendo por ti. 


Jesús ora por ti. Él ora para que Dios use su Palabra para protegerte de las tentaciones y acusaciones del maligno. Ora para que Dios te aparte y guíe a llevar a cavo  el propósito divino, la sagrada misión que Él tiene para cada uno de nosotros. Esa es la oración de Jesús. Que sea también nuestra oración. En nombre de Jesús. Amén.

viernes, 8 de noviembre de 2019

A los pies de Jesús.



 


TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                                                

Primera Lección: Génesis 18:1-14

Segunda Lección: Colosenses 1:21-29

El Evangelio: SAN LUCAS 10:38-42

 



La historia de nuestro texto ocurre en una aldea bien conocida de la Tierra Santa. Se llama Betania. Esta aldea era de gran importancia durante la vida de nuestro Señor Jesucristo. En ella vivía una familia que había evidenciado y demostrado claramente que su hogar era verdaderamente cristiano. 

Los miembros de la familia mencionados en las Escrituras consistían en un hermano llamado Lázaro y sus dos hermanas que se llamaban María y Marta. Nuestro Señor Jesucristo tuvo siempre mucho gusto en visitar la casa de estos amigos tan buenos y sinceros. Cristo siempre era un huésped muy 
bienvenido, y con frecuencia, después de un largo viaje, se complacía en visitar a sus amigos.

Nuestro texto Indica la relación que existía entro el Salvador y sus amigos de Betania. Juan, el discípulo y apóstol del amor, nos dice: “Y amaba Jesús a Marta y a su hermana, y a Lázaro” (S. Juan 11:5). No podemos sabor cuando ellos se hicieron discípulos del Señor, pero hay una cosa que puede afirmarse con toda seguridad: siguieron fielmente a su Señor y Salvador. En nuestro texto tenemos la historia de otra visita que hizo el Señor a esta casa en Betania. También esta vez, como siempre, llegó Jesús no sólo para hacerles una visita amigable y social, sino también para otro fin divino. Llenó para darles una lección, una instrucción sobre las cosas más importantes de esta vida y la venidera. Lo que Cristo les proporcionó en aquella ocasión y en aquel ambiente familiar es también para nosotros y para nuestra edificación espiritual. Si hacemos caso serio de esta joya entre las muchas palabras de Jesús, ciertamente mejorarán nuestro conocimiento y aprecio de las espirituales.


Sentémonos a los pies de Jesús. Acompañemos a María, escuchemos las palabras del Maestro. Él fija sus ojos en nosotros; habla claramente. Nadie puede entender mal sus palabras "Una cosa es necesaria; y María escogió la buena parte.” En con traste con lo que precede a estas palabras, esta “una cosa necesaria” no se refiere a ninguna cosa material. Cristo deja a un lado, pasa por alto un servicio netamente de la carne, un servicio que hacemos o cumplimos solamente con las manos. A María, la otra hermana, se le atribuye otra clase de servicio, otra cosa distinta de la de María. Se nos dice: “Marta se distraía en muchos servicios”: servicios domésticos; servicio de la cocina; servicio diario y corriente; servicio de una que sirve. La expresión “servicio material” abarca o encierra toda esa clase de servicio.


No hay necesidad de menospreciar o culpar a Marta. Lo que hizo era bueno. Cristo también reconoció el valor relativo de su actividad. Ese día había mucho que hacer. Cada voz que llegaba Jesús con sus discípulos, había más trabajo que en otros días. La presencia de trece personas adicionales en la casa exigía que se pusiera más atención a las necesidades del hogar. Si no había lugar en la casa para todos, había necesidad de salir a buscarles alojamiento en otra parte. Los viajeros, los discípulos, y aun Cristo, que también era verdadero hombre, ya sentían el cansancio. Una visita como ésta siempre causaba mucho trabajo.


Pero, ¿cómo hizo Marta su trabajo? No se quejó del trabajo ni murmuró. Lo hizo con alegría. Tuvo gran placer en hacer algo para su Señor y para sus discípulos. Manifestaba Marta una disposición muy agradable en todas las visitas de Jesús. El Señor estaba muy agradecido por todo lo que tan bondadosamente le había hecho Marta. Pero, en nuestro texto, Jesús quiere enseñar que tal servicio, que al fin y al cabo es un servicio carnal, un servicio material, un servicio manual, no es aún el servicio mayor en el mundo. Tal servicio, a pesar de sus méritos, no puede llamarse “una cosa necesaria.”


Mientras Marta sigue trabajando, observemos a María, la otra hermana. No vemos a María trabajando en la cocina, o en otra parte de la casa. No salió a hacer compras para la comida. Ni siquiera la vemos poniendo la mesa o ayudando con la preparación de la comida. San Lucas dice que Marta “tenía una hermana que se llamaba María, la cual sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra” (S. Lucas 10:39). María escogió hacer eso, fue su voluntad, su decisión, su preferencia. No debemos pensar que María era perezosa, que no quería o que no le gustaba trabajar. En otras ocasiones, estando solamente la familia presente, hacía lo que le correspondía. No aprovechó la visita de una persona distinguida como pretexto para ausentarse de la cocina. Pero ésta era una ocasión muy especial. Había venido el Maestro. Ya ella tenía cierto conocimiento de las enseñanzas de Jesús. Pero quería aprender más. Deseaba saber más acerca del mensaje de la salvación. Su propósito era oír otra vez la dulce consolación, gozo de todos los creyentes fieles.


Está sentada a los pies de Jesús como los alumnos se sientan a los pies del maestro para oír todo lo que él les va a decir. No quieren perder ni siquiera una Palabra. Asimismo presta atención María a las palabras de Jesús. Nada le va a quitar su atención. También fija su atención en el rostro del Salvador, para captar todas las expresiones. Por el momento no le interesa su hermana, el trabajo, los discípulos, absolutamente nada. La única cosa que le interesa al momento es la Palabra de Dios. María ya había oído la palabra de Dios. Pero también sabía que tenía necesidad de seguir oyendo continuamente la Palabra de Dios. María sabía que había pecado contra su Señor, y que tenía que pedir diariamente la gracia y el perdón. Conociendo sus verdaderas obligaciones, se sienta a los pies de Jesús, para oír la Palabra de Dios de la boca del Señor mismo.


Jesús se fijó en lo que hacían estas dos hermanas. Sí, eran hermanas, miembros de la misma casa, la misma familia. Pero sus actividades en cuanto al Señor eran completamente diferentes, tan distintas como el día y la noche. Cuando vino Marta, preocupada por algo, le dijo Cristo: "Marta, cuidadosa estás y con las muchas cosas estáis turbada: empero una cosa es necesaria; y María escogió la buena parte, la cual no le será quitada” (S. Lucas 10:42). Con esto quiere decir el Señor que aunque conviene trabajar, ser diligente y estar muy ocupado en las cosas materiales, es mucho mejor, es necesario, ocuparse en las cosas del alma, las cosas espirituales.


Así contesta Cristo la queja, el comentario de Marta. Pero esta hermana no es una excepción. Ella representa una gran parte de la gente, de aquellos que se llaman cristianos, pero que se afanan también en las muchas cosas. La pregunta de Marta a veces se encuentra también en nuestras mentes. 

Aunque somos cristianos y cumplimos con ciertos deberes en la iglesia, sin embargo es fácil olvidar la única cosa que es necesaria. En esta era tan materialista, si el cristiano no lucha sincera y tenazmente contra las tendencias generales en el mundo, también se interesará demasiado en las cosas de este mundo.


Como pretexto para no asistir a los servicios divinos en la iglesia y ocuparnos en otras cosas, no debemos decir que podemos estudiar y aprender mejor la Palabra de Dios en el hogar que en el culto divino. Tampoco debemos caer en el error de Marta, opinando que la preparación de una cena es de más importancia que nuestra asistencia a los servicios divinos y que Dios puede aceptar nuestras buenas intenciones. Si poseemos ese concepto o punto de vista, estamos haciendo lo mismo que hizo Marta: distrayéndonos en muchos servicios.

Muchas personas han construido templos; han levantado escuelas. Han contribuido grandes cantidades de dinero a la iglesia. Han dado la impresión de ser cristianos muy activos y nobles en la iglesia. Pero no todos han tenido siempre la única cosa que es necesaria. Éstos han ascendido a lugares prominentes en la iglesia; han grabado sus nombres en la memoria de muchas generaciones. 

Pero, nunca han aprendido a sentarse a los pies de Jesús. Ojalá que nos turbemos o inquietemos al leer esta historia de María y Marta, y al oír este mensaje. Pero que nos inquietemos no con muchas cosas, sino con la cosa que es necesaria. Cristo en su Sermón del Monte también tuvo que mencionar el valor relativo de estas cosas, diciendo: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas casan os serán añadidas” (San Mateo 6:33).


También conviene saber por qué esta necesidad de que habla el Señor se limita no a varias cosas, sino a una sola cosa. Mientras Marta trabajaba con afán y María estaba sentada a los pies de Jesús escuchando sus dulces palabras, vino Marta a Jesús y le dijo: “Señor, ¿no tienes cuidado que mi hermana me deja servir sola? Dile, pues, que me ayude” (S. Lucas 10:40). Inmediatamente, Jesús interrumpe la instrucción que estaba dando a María, fija sus ojos y su atención en Marta y le dice: “Marta, Marta, cuidadosa estás, y con las muchas cosas estás turbada” (v. 41). Cuando somos indiferentes, cuando no hacemos caso de las cosas del mundo, entonces nadie puede acusarnos de estar turbados con ellas; pero, cuando esas cosas nos causan inquietud, cuando requieren toda nuestra atención, cuando no hay tiempo para otras cosas, entonces estamos turbados con ellas. Cuando nos afanamos demasiado en las cosas de este mundo, entonces nos olvidamos de la única cosa que es necesaria. Ya no nos sentamos a los pies de Jesús; ya no buscamos el aliento espiritual y la consolación que siempre proceden de Él. Nos escondemos en el rincón de nuestra propia mente y razón. Amados, hay que llenar nuestros corazones de un deseo ferviente de las cosas espirituales, la cosa necesaria.

No es posible servir al mismo tiempo a nuestros deseos materiales y a las necesidades espirituales. 

También aprendemos del ejemplo de Marta que cuando ella estaba muy turbada con las muchas cosas, se ponía a censurar a otros. Asimismo nos pasa a nosotros: censuramos a aquellos que saben apreciar la única cosa que es necesaria. Entonces la gente incrédula pregunta: “¿Por qué lee usted su Biblia siempre? ¿Por qué va usted con tanta frecuencia a su iglesia?” Estas son las preguntas no sólo de los incrédulos, sino también de aquellos que no evalúan las cosas correctamente. El verdadero cristiano contesta así: “Amigo mío, yo sé qué valor tiene el Salvador en mi vida. Yo sé que tengo que seguir escudriñando las Escrituras.” Cada niño puede decir a otro niño vecino: “Oye, cada vez que voy a la escuela dominical o a la de doctrina, aprendo más acerca de las buenas nuevas, lo que Cristo hizo por mí.” Gracias a Dios, que no sólo los adultos, sino también los niños tienen la costumbre de ocuparse en la única cosa que es necesaria, a los pies de Jesús.

¿Qué en realidad encontramos en los servicios divinos y en el estudio de la Palabra de Dios? 

Descubrimos la fuente de toda confianza. Recibimos aliento espiritual, el consuelo que el mundo no conoce. En la Palabra de Dios tenemos un mensaje amoroso, una Palabra verdadera y distinta de la parlería y las mentiras de los falsos profetas. Los que se sientan a los pies de los grandes filósofos, los sabios, los teólogos modernos, reciben argumentos humanos, esperanzas vanas y vacías, teorías superfluas. Pero a los pies de Jesús, se reciben palabras de autoridad. Por eso la Biblia tiene un valor y mérito absoluto, una revelación completamente verdadera. Cuando abrigamos dudas en nuestras mentes, cuando empezamos a perder nuestra confianza, nuestra esperanza, cuando se debilita la fe, ¿dónde vamos a recobrar nuestra seguridad cristiana, dónde vamos a fortalecer y reavivar nuestra fe? Ciertamente no vamos a acudir a los libros escritos por hombres insensatos de este mundo, sino al Evangelio, a la única fuente de consuelo y promesa.

Jesús dice: “Una cosa es necesaria; y María escoció la buena parte, la cual no le será quitada.” Ésa es la promesa absoluta, la esperanza sin par que recibe María.


María quiere estar sentada a los pies de Jesús, recibiendo en su mente y en su corazón la bendita Palabra de Dios, porque sabe que su Palabra y la fe en esa Palabra no perecerán. Esa es la gran diferencia entre las cosas de este mundo y la única cosa que es necesaria: lo espiritual. El dinero, las casas, Ios grandes edificios, los imperios, los gobiernos, las reputaciones, los sueños del hombre: todo esto pasará. En cambio, las cosas espirituales son eternas. Por eso dijo Jesús en cierta ocasión: “El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán” (San Mateo 24:35). Edifiquemos nuestras esperanzas, nuestra fe, nuestro interés y devoción, en ningún otro fundamento, sino en el de Jesucristo mismo. Ciertamente, la parábola del hombre que edificó su casa sobre la arena, y el otro que edificó la suya sobre la roca, sirve para hacer aún más clara la bendición y dicha que obtendrán todos aquellos que se sientan a los pies de Jesús.


También estamos seguros de que Dios nos ayudará por medio del Espíritu Santo, conservándonos en la verdadera fe, para que continuemos fielmente en su gracia y en su camino. Los enemigos de nuestras almas: el mundo, el diablo y nuestra propia carne siempre tratan de quitarnos esta confianza. 

Tienen estos enemigos la meta, el propósito común de matar nuestras almas. Estos enemigos también buscan la manera de hacer que estemos turbados con muchas cosas. No les conviene a estos enemigos que estemos sentados a los pies de Jesús. Pero si imitamos el ejemplo de María; si comemos y bebemos el alimento espiritual que Dios nos proporciona por medio de su Palabra, entonces tenemos para nuestra defensa las mejores armas, la mejor protección. Dios mismo nos asegura que si tenemos esa defensa, ni aun las puertas del infierno podrán hacer nada contra nosotros.


Por esta razón, sigamos siempre en el camino de nuestro Señor Jesucristo. Recordemos siempre el bendito ejemplo de María, nuestra hermana en la fe. Apreciemos el ambiente piadoso y consagrado que existía en aquel hogar de Betania. Aprendamos a sentamos, al igual que María, a los pies de Jesús. Si siempre conservamos viva la advertencia y la promesa hecha por Cristo en este caso, también nosotros seremos elogiados por Cristo por haber escogido la única cosa que es necesaria. Se requiere conocer bien estas promesas, se requiere aceptarlas, se requiere confiar en ellas incondicionalmente. Hay que meditar en ellas de día y de noche. El corazón tiene que darles completa cabida. El premio de gracia de tal fe y confianza es un premio eterno. El servicio carnal, el servicio hecho por las manos sólo recibe recompensa terrenal y pasajera.


Anhelamos y esperamos ese premio en los cielos, donde no habrá ningún servicio carnal, donde los fieles no estarán turbados con las muchas cosas, donde se encontrarán todos aquellos que han escogido por medio de Cristo la única cosa que es necesaria. Es un privilegio que sólo pocos alcanzarán. Sólo se logra por los méritos de nuestro Señor Jesucristo que recibimos mediante la fe en Él, por la gracia divina.

F. B. G.

Púlpito Cristiano


sábado, 2 de noviembre de 2019

Siervos fieles de Cristo.


TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA.

Primera Lección: Amós 8:4-7

Segunda Lección: 1ª Timoteo 2:1-15

El Evangelio: Lucas 16: 1-15

Sermón

• Introducción

Administrar algo implica una responsabilidad y exige poner nuestra atención en cuidar de aquello sobre lo que tenemos la potestad. Y si es algo que nos ha sido dado o dejado a nuestro cargo en nombre de otro, la responsabilidad aumenta por el hecho de la confianza que se ha depositado en nosotros. En la administración pues debemos poner atención en hacer una buena gestión de lo que nos ha sido encomendado a nuestro cuidado, demostrando que hemos somos fieles administradores y que la confianza que se ha depositado en nosotros estaba justificada. Pues haciéndolo nos haremos merecedores del respeto y la consideración como hombres íntegros y confiables. Ahora bien, ¿podemos aplicar esta misma idea en lo que se refiere a nuestra vida personal?, ¿cómo la administramos?, y lo más importante, ¿qué uso hacemos de todos aquellos bienes que el Señor ha puesto a nuestro cuidado?. Pues aquí está la clave, en entender que todo lo que somos y tenemos, no es sino un depósito que el Señor ha dejado temporalmente bajo nuestra administración. 

¿Administramos nuestros bienes pues sirviendo a los intereses de nuestro Señor?, ¿o servimos por el contrario a otros señores?. Reflexionemos sobre si, como el siervo infiel, estamos trabajando ahora por administrar de manera inteligente y sabia los bienes que nos han sido dejados bajo nuestra tutela en esta vida, y teniendo presente el futuro eterno.

• Todo proviene de Dios

Nos encontramos en la lectura de hoy con una parábola que contiene una gran sabiduría, y donde un mayordomo es descubierto haciendo un mal uso de los bienes de su señor: “y éste fue acusado ante él como disipador de sus bienes” (v1). En primer lugar dice la Palabra que este hombre los disipaba, o lo que es lo mismo, los malgastaba sin su consentimiento. Ya de por sí esto demuestra que este mayordomo confundía gravemente el hecho de que aquellos bienes, aún siendo él su administrador, no eran suyos en realidad sino de su amo. Pero descubierto el engaño, la realidad se impuso para él y fue destituido de su cargo: “Da cuenta de tu mayordomía, porque ya no podrás ser más mayordomo” (v2). Todo lo tenía, y todo lo perdió por su mal comportamiento y su deslealtad. Detengámonos sin embargo ahora a reflexionar un momento sobre nuestra propia vida, y sobre todo aquello que tenemos. Pues es fácil perder el sentido de la realidad muchas veces por el uso y abuso del término posesivo “mi”. Solemos decir a diario: mi casa, mi familia, mi coche, mi dinero, mi vida, y un largo etcétera de “mies” que nos hacen pensar que los bienes que poseemos son nuestros por derecho y mérito propios. Olvidamos así que en realidad todo ello y nuestra vida incluida, no pertenecen a otro sino a Dios mismo, y que sin su voluntad nada tendríamos, ni siquiera nuestra existencia. Este Universo y en particular este mundo donde habitamos con todo lo que contiene, son creación de Dios en Cristo, y nosotros vivimos esta vida en esta tierra gracias al favor y el Amor de Dios. Él nos entregó este mundo para habitarlo y disfrutarlo sabiamente, y esta sabiduría incluye el no olvidar quién es en realidad el Señor de esta viña, y que en cualquier momento él puede reclamar lo que es suyo: “Jehová dió y Jehová quitó” (Job 1:21). Sin embargo el mayordomo cometió otra grave falta contra su señor. Disipó los bienes de su amo. Es decir, no solo se enseñoreó de ellos creyendo poder usarlo cual si fueran suyos, sino que además no los usó sabiamente ni con un fin noble. Sencillamente los derrochaba. Sí, el pecado del hombre hace que sea seducido a menudo por los bienes materiales, y así, transite los caminos del egoísmo y la insensatez. Pues es insensatez pensar que estos bienes nos han sido dados para el derroche, y no para ponerlos al servicio de una vida dedicada a vivir según la voluntad del Señor. Y suele ocurrir que la dura realidad se impone cuando, como a este mayordomo infiel, el Señor nos hace entender que no hemos sido fieles administradores de Sus bienes y que
debemos ser destituidos y destronados del pedestal que nos habíamos construido torpe e insensatamente los seres humanos: “mas no irán más adelante; porque su insensatez será manifiesta a todos” (2ª Tim 3:9).

• Usando los bienes con sabiduría

La lectura explica que, sabiéndose descubierto en su engaño, el mayordomo visitó a los deudores de su amo para rebajarles su deuda. Pensaba que así se aseguraba el favor de estos en un futuro y que podría ser ayudado por ellos y recibido en sus casas. La sagacidad humana en las cuestiones mundanas es rica e imaginativa: “porque los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de la luz” (v8). Mas en realidad todos somos, a causa del pecado, mayordomos infieles de los bienes de Dios. Y son muchas las ocasiones en que no hacemos un buen uso de ellos. Pues aquí está una de las claves de esta parábola, en buscar las maneras de usar los bienes que hemos recibido con sabiduría y con la mira en que sirvan de la mejor manera posible a los deseos del Señor para nuestra vida y, desde ella, a la de nuestro prójimo. Recordemos que Dios espera que nuestra vida en toda su extensión, sirva a Su voluntad y que pongamos nuestra inteligencia y recursos no solo al servicio de nuestras necesidades personales, sino también de la extensión del Reino y del Amor de Dios para este mundo. Y cuando hablamos de bienes, no hablamos solo de recursos materiales o simplemente dinero. También los dones o habilidades que tenemos, o sencillamente nuestro tiempo pueden ser útiles y valiosos para este fin. Pero ¡solemos excusarnos y quejarnos tantas veces de tener poco de esto o aquello!. Sin embargo para el Señor poco nunca es poco realmente, y valora siempre ante todo la sinceridad de un corazón entregado y generoso pues: “el que es fiel en lo muy poco; también en lo más es fiel” (v10). Y para esto nada mejor que seguir el modelo que para nosotros es Cristo, el cual fue el primero en disponerse al servicio fiel a favor de la humanidad, no escatimando nada y entregando voluntariamente hasta la última gota de su sangre por nosotros. Tengamos en definitiva en mente siempre que nada hemos traído a este mundo, y nada nos llevaremos del mismo; todo lo que somos y tenemos se lo debemos a Dios nuestro Creador, y en realidad, como proclama el Ofertorio en cada Oficio: “todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos”. Recordemos además y es importante tenerlo presente, que cuando hacemos un buen uso de los bienes terrenales, no buscamos con ello recompensa alguna de parte de Dios. No, pues nuestra recompensa se halla en aquella Cruz que nos liberó de la muerte y el pecado y a partir de ella, todo lo demás brota de la fe en la obra de Cristo y sus promesas. Confundir esto sería errar gravemente, y quitaría a Cristo el mérito que sólo a Él pertenece. Y nuestro mérito, nuestra Justicia ante Dios es precisamente Cristo y sólo Cristo (Gal 2:16).

• Sirviendo a un solo Señor

Administrar lo ajeno ya hemos dicho que es una responsabilidad. Y cuando alguien demuestra celo en ello, se le considera persona confiable y fiel, y digna de recibir mayores responsabilidades. Jesús nos enseña sobre este hecho en relación a nuestra salvación: “Pues si en las riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo verdadero?, y si en lo ajeno no fuisteis fieles ¿quién os dará lo que es vuestro?” (v11-12). Es decir, si en la administración de los bienes terrenales demostramos insensatez y falta de responsabilidad, ¿cómo podemos pretender recibir y apreciar el bien supremo que es la salvación eterna?. Y si no reconocemos a Dios en nuestra vida y en todo lo que hemos recibido de Él en ella, ¿cómo lo reconocemos cuando estemos en su presencia en las moradas celestiales?. El ser humano es advertido así de su responsabilidad sobre cómo administrar todo aquello con lo que el Señor lo bendice en su caminar en la Tierra. Sin embargo, otro de los peligros para nosotros a la hora de ejercer nuestra mayordomía es, como le ocurrió al mayordomo infiel y les ocurría a algunos fariseos avaros, sucumbir al amor por las riquezas. Pero el esplendor de ellas, lo “sublime” como es llamado por Jesús, especialmente cuando sirve al egoísmo o la avaricia no es ante Dios sino abominación. Pues llegados a este punto, el hombre se ha convertido en realidad en un esclavo, y ya no sirve al verdadero Dios, sino que está atado a lo material, a lo corruptible. ¡A todo aquello que no es sino podredumbre y muerte!. De nuevo Jesús nos advierte: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt 6:19.21). No, debemos tener presente que nuestra riqueza, nuestro tesoro no está aquí en la Tierra, y que no hay nada en ella que pueda ni deba ser el objeto de nuestros anhelos más profundos. Nuestro tesoro está en el Cielo, y tenemos aquí en esta vida un anticipo del mismo en las promesas de vida y salvación que Cristo nos ofrece. (Jn 6:47). Y especialmente tenemos un anticipo de este tesoro del Cielo aquí en la Tierra, en el cuerpo y sangre que Cristo nos ofrece en cada Oficio para donarnos vida y salvación: “el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna” (Jn 6:54). ¿Quién sería pues tan insensato de buscar otros tesoros mayores o servir a otros señores?, pues ¿qué puede darnos mayor plenitud que sabernos herederos del Reino celestial?.

• Conclusión

Por tanto preguntémonos cada uno a nosotros mismos: ¿Cuáles son los bienes con los que he sido bendecido en esta vida?, y ¿a quién sirven estos bienes?. Es indudable que aquello que Dios nos ha dado, lo ha dado para que hagamos uso y disfrute de ello, pero un uso con sabiduría. Sin embargo también estos bienes deben servir llegado el caso al prójimo, al necesitado, a aquél donde Cristo se nos manifiesta en su necesidad. No verlo así implica una concepto de la vida egoísta y lejos del Amor que, como cristianos, deberíamos proyectar alrededor nuestra. Somos por tanto mayordomos de Dios aquí en la Tierra, y estamos llamados a administrar con fidelidad los bienes con que Él nos ha bendecido. Y de entre todos el mayor es la gracia y el Amor que disfrutamos en Cristo. Al mundo puede parecerle poco, pero para nosotros es nuestro tesoro más preciado: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25:21). ¡Que así sea, Amén!.

viernes, 4 de octubre de 2019

¡Es hora de despertar!



 


TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                                                   

Primera Lección: Jeremías 23:5-8

Segunda Lección: Romanos 13:8-14

El Evangelio: Mateo 21:1-9



Suele pasar cuando estás profundamente dormido, soñando gratamente y estás a punto de resolver el misterio… cuando de pronto tus sueños desaparecen con los sonidos de la alarma del reloj que parece decir: ¡Despierta! ¡Despierta!. Tus ojos se abren para ver la habitación a oscuras. El sol aún no ha salido todavía y todo lo que escuchas es el reloj de alarma. Estiras la mano para golpear el botón de alarma y así detener ese terrible ruido. La habitación pronto se llena de silencio de nuevo y apoyas tu cabeza en la almohada. Te gustaría volver a dormir, pero no puedes porque tienes que levantarte. Lanzas las sábanas, sientes el aire frío de la mañana y te sientas. Te estiras, intentas frotarte la cara para quitarte el sueño y mueves rápidamente los ojos. Un nuevo día está llegando. Tu mente comienza ponerse al día. Te preguntas “¿Qué tengo que hacer hoy?”.

Un nuevo día ha llegado. ¿Estás listo para… qué? El reloj con alarma es un buen invento para despertarnos, levantarnos y prepararnos para un nuevo día. Esta mañana se nos recuerda de un día especial que se avecina, un día para el que todos tenemos que estar listos y que es un día que muy fácilmente puede ser ignorado. Se acerca el día en que Cristo vendrá de nuevo con gloria para juzgar a los vivos ya los muertos. ¿Estás listo para ese día?

Probablemente en el ámbito espiritual estamos más dispuestos a vivir a la deriva o en un letargo que despiertos. La indiferencia de nuestras vidas espirituales puede establecerse en nosotros cuando nos dejamos llevar por nuestras tentaciones, pensamientos e ideas sobre Dios. Nuestro Señor sabe de la tentación que tenemos de caer en el sueño del pecado, por lo que esta mañana se nos envía un despertador. Él envía una clara voz, oímos que Pablo hace sonar la alarma: “ES HORA DE DESPERTAR, el día ya casi está aquí, así que ahora es el momento de prepararse”.

¿Hay algún día que te da más ganas que otros? ¿Ese día que esperas y que no ves la hora de que la alarma suene? Sin duda para los niños, su cumpleaños es un día de esos, Navidad o el día de Reyes, el día en que emprenderás un viaje muy esperado. Tal vez es el día en que un ser querido llega de visita o vas a ver a la familia que no has visto en mucho tiempo. Tal vez es el día de tu graduación, boda o nacimiento de tu bebé, o cualquier otro día especial que no tiene que ver con ningún otro típico día de la semana. Cada uno de nosotros ha tenido un día que espera con muchas ganas y ansias. Puede incluso, que hayas llevado una cuenta atrás hasta que finalmente llegó el gran día o que hayas tenido dificultades de conciliar el sueño.

Por otro lado, hay algunos días que nos encantaría evitar, días que nos ponen muy nerviosos y preocupados, que nos hacen perder el sueño por una sensación de temor e inseguridad. Tal vez es el día de un examen importante o valoración de tu puesto en el trabajo. Tal vez es el día que tienes que ir al médico para un examen físico. Quizá sea el día en que recibes los resultados de las pruebas de salud o el día de una tarea muy desagradable en el trabajo. Tal vez es el día de tu muerte. Pocos días causan una mescla de excitación y temor. Hoy se nos recuerda que habrá un día especial, cuando Cristo, el santo Rey de toda la creación, vendrá con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos. Jesús describe ese día, “Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria. Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro… Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos” (Mateo 24:30-31; 25:31-32) Gran parte de ese cuadro es aterrador, incluso para los creyentes. Cada uno de nosotros es un pecador, poseyendo una rebelde naturaleza pecaminosa.

Como personas pecadoras, la perspectiva misma de estar en pie ante el Juez Santo con toda una vida de pecados en pensamientos, palabras y obras es horrible. El justo castigo por el pecado es aún más aterrador, la muerte eterna en el infierno separado del amor de Dios para siempre. Tales pensamientos aterrorizan a cualquiera y las palabras de Jesús en Mateo 24:42, sólo se suman a la terrible realidad de que ninguno de nosotros puede saber cuándo Cristo vendrá de nuevo a juzgar. “Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor”. Un día así, tan crucial y terrible, o se ignora o se espera con una carga de culpa y miedo. Si nos permitimos dormir en el letargo del pecado, el último Día será aterrador para nosotros, pero no es así como lo describe Pablo: “es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada, y se acerca el día”.

Pablo sabía algo que nosotros como creyentes en Cristo también necesitamos saber, creer y confiar. No sólo somos pecadores que merecen la ira de Dios, sino también somos sus hijos santificados en la sangre de Cristo por la fe en Él. Pablo sabía lo que Cristo había hecho para que sea así. El Rey que ha de venir a juzgar es también el Cristo que vino a salvar. Jesús vino en Belén para ponerse en nuestro lugar. Él vivió una vida perfecta libre del sueño espiritual y de la indiferencia. No tenía la naturaleza pecaminosa que lo atormentaba, ni el miedo al santo juicio de Dios. Luego sufrió una muerte de Cruz para pagar por tus pecados y sellar tu perdón con su gloriosa resurrección. Entonces Él prometió regresar en gloria para completar tu salvación con una herencia eterna. Eso es lo que Pablo sabía que conseguiría el último día. Cristo vendría y traería consigo tu eterna herencia de la gracia. Es por eso que Pablo quiere que despertemos del sueño de pecado. Todos los días nos encontramos unos pasos más cerca de recibir la herencia de Cristo para disfrutar el descanso eterno en los cielos. Pablo nos anima que esperemos con impaciencia aquel día, preguntándonos si hoy será ese día. Después de todo, si estaba cerca en aquel tiempo, ¿cuánto más cerca está el regreso de Cristo para nosotros ahora? Pero... ¿cómo sabremos que ese día se acerca? Jesús dijo que no sabemos qué día vendrá nuestro Señor. Podría ser hoy, mañana o podría ser dentro de diez años o diez siglos a partir de ahora. Entonces ¿Qué hacemos mientras tanto? ¿Nos acurrucamos de nuevo en el dulce sueño del pecado con la esperanza de que Cristo no venga por un tiempo? Después de todo, han pasado más de 2.000 años desde que visiblemente dejó este mundo. Entonces ¿cómo nos preparamos? “La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz. Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”.

Si vamos a despertar y estar listos para el último día, entonces tenemos que conseguir el vestido correcto y evitar caer en un letargo espiritual. Este nos hace ser indiferentes, incluso arrogantes acerca del pecado. Se abre la puerta nuestra naturaleza pecaminosa que tratan de apartarnos de Cristo y de su obra. Cada día esas fuerzas oscuras tratan de que nos centremos en lo que nosotros deseamos en lugar de lo que Dios desea para nosotros. Por eso, Pablo advierte en contra de tal sueño. Las “obras de las tinieblas” no suenan tan inusuales. Después de todo, las imágenes y actitudes de nuestra cultura nos atraen y llevan a caer en los deseos de nuestra carne. Tal vez tu actitud hacia el alcohol o el sexo debería estar en esta lista de “obras de oscuridad”. Tal vez se debería incluir la forma en que haces daño a su cónyuge, hermanos, amigos o compañeros de trabajo. Tal vez sería útil incluir los celos hacia los demás, incluso se podría poner el hacer el bien por la razón equivocada, solo para mostrarte a los ojos de quienes te rodean o a los ojos de Dios.

Entonces, ¿cómo dejar de lado estas “obras de las tinieblas"? En Juan 16:33, Jesús nos dice: “¡Ánimo! Yo he vencido al mundo”. Jesús venció esas fuerzas oscuras por nosotros cuando vino la primera vez. Su vida estaba libre de esos oscuros pecados. Con su muerte pagó por tus oscuros pecados. A través de las aguas del Santo Bautismo, cubrió tus pecados con su justicia por lo que el santo Dios ya no te ve sucio por el pecado, sino santo en Cristo. Ahora por la fe que puedes ir a diario al Señor y arrepentirte del pecado volviendo a tu Bautismo y viviendo la vida nueva que Dios te ha prometido dar. Por medio de Cristo, puedes estar seguro de que Dios perdona tus pecados y te permite vivir en paz, sabiendo que Él cargó tus obras oscuras. Por medio de Cristo, puedes “ponerte la armadura de la luz”. Sabemos que Jesús puede regresar en cualquier momento y es la hora de estar despiertos y listos, vestidos del Señor Jesucristo. La Biblia enseña que “todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” Gálatas 3:27. En tu bautismo, Dios te hizo su hijo y te dio la inocencia de Jesús para cubrir tu pecado. Estamos llamados a ponernos esa armadura que es Cristo una y otra vez, porque es una lucha diaria. Regresando diariamente a nuestro bautismo, desechando las viejas obras de la oscuridad. Lutero dijo que la persistencia de nuestra vieja naturaleza pecaminosa es como la barba que crece en la cara de un hombre y que a diario necesita “afeitarse” con el arrepentimiento y el perdón. El momento en que sus promesas van a ser cumplidas está cada vez más y más cerca. Así como Dios envió a Jesús en la plenitud de los tiempos hace 2.000 años, para nacer en la primera Navidad y redimirnos. Así también en la plenitud de los tiempos, Dios está de nuevo acerca para traernos la salvación final y llevarnos con él. Este tiempo de Adviento, tu espera y expectativas se llenarán de alegría, mientras aguardamos el amanecer de Cristo.
Estás protegido por la sangre de Cristo, el mismo Señor, que ya ha conquistado las fuerzas de la oscuridad para ti y te protegerá de los ataques. Él te fortalece y prepara a través de su Palabra y se da sí mismo en su cena. Todo eso cambia tu vida por lo que ahora puedes vivir como hijo de la luz. Puedes mostrar amor a tu cónyuge, hermano o amigo. Tener actitudes y motivaciones puras y dar gracias que Dios ha bendecido a otras personas de manera diferente a ti. Puedes esforzarse por vivir una vida de justicia a través de Cristo, porque “el día ya casi está aquí”. Cristo viene pronto para librarnos del terror de la noche del pecado, para que la herencia eterna que él adquirió para ti. No queda mucho tiempo, es hora de que despertar y vestirnos de Cristo. El día ya casi está aquí.