viernes, 29 de marzo de 2019

Jesús, nuestra entrada al Reino de Dios.




Antiguo Testamento: Eclesiastés 5:10-20

Nuevo Testamento: Hebreos 4:1-13

Santo Evangelio: Marcos 10:23-31



Creo que una de las cosas que esta crisis por la cual estamos pasando nos produce es anhelo. Anhelo por aquella manera de vivir que teníamos y que ya no tenemos. Anhelamos la sensación de querer tener un piso o casa con, por lo menos, una o dos habitaciones más de la que teníamos. Anhelo por no poder decidir qué ropa ponernos, mientras que nuestro armario estaba a rebosar de ropa nueva. Por tratar de decidir dónde vamos a almorzar con nuestros amigos mientras en otro sitio del planeta se preguntan si iban a almorzar. Incluso los más pobres de los pobres eran considerados como ciudadanos ricos en otros lugares del mundo. Es por eso que las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy deberían calar hondo y hacernos pensar sobre lo que nos ha pasado y nos pasa en medio de esta crisis. Jesús dijo: “¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!” Marcos 10:23.

El problema de las riquezas.

Las palabras de Jesús son aún más sorprendentes cuando conocemos la imagen y concepto de los ricos en el Israel del primer siglo. Hay una admiración especial que tenemos la mayoría de nosotros hacia las personas que toman un voto voluntario de pobreza con el fin de servir a los demás. Admiramos al médico que abandona sus prácticas en un buen hospital con el fin de atender a los pobres de la ciudad. Admiramos la persona que deja un buen trabajo con el fin de alimentar a los pobres en un país donde los alimentos y el agua son muy escasos. La mayoría de nosotros admiramos, por ejemplo, el trabajo que la Madre Teresa hizo entre los pobres de la India. En la iglesia hemos escuchado las palabras de Jesús sobre la riqueza tantas veces que nos hemos acostumbrado a la idea de que los pobres tienen un lugar especial en el corazón de Dios. Pero esto no era así en el primer siglo en Israel.

Si bien en la cultura bíblica ciertamente estaba mal visto que las personas consigan ser ricas ilegalmente, los que alcanzaron su riqueza a través de un trabajo duro y diligente se consideraban como favorecidos por Dios. Se creía que los lugares de honor en los cielos estaban reservados para las personas que habían obtenido su riqueza de formas legales y la utilizaban para apoyar a la iglesia y la comunidad. Los discípulos sin duda pensaban que los ricos honestos, como el joven del cual nos relata Marcos en los versículos anteriores, eran los más propensos a entrar en el cielo porque eran los favorecidos de Dios.

Por estas cosas, las enseñanzas de Jesús al comparar a los pobres y a los ricos eran muy sorprendentes para el pueblo en aquellos días. Jesús debe haber producido un dolor de cabeza a los discípulos cuando señaló la ofrenda de la viuda y le dijo: “En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos. Porque todos aquéllos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía.” Lucas 21:3-4.

Podemos ver la confusión de los discípulos en su respuesta a Jesús en el Evangelio de hoy. Ellos le dijeron: “¿Quién, pues, podrá ser salvo?” Si las probabilidades de que los ricos son las mismas que las probabilidades de un camello, entonces ¿quién puede entrar en el Reino de Dios? Si el honesto rico no puede entrar, entonces nosotros no tenemos ninguna oportunidad para acceder a la presencia de Dios.

Dios y nuestras miserias.

Es cierto que ninguno de nosotros tiene la más mínima oportunidad. Ese es el mensaje de la ley en el Evangelio de hoy. La enseñanza del Evangelio de hoy no es que sea malo ser rico, sino que nadie es capaz de entrar en el Reino de Dios con su propio esfuerzo o por sus propios medios. Cuando Jesús dijo que los miembros más respetados de la cultura no pueden ganarse la entrada al Reino de Dios, Él estaba diciendo que ninguno de nosotros ricos o pobres podemos ganarnos un lugar en el Reino de Dios. Todos nosotros tenemos tantas posibilidades de entrar en el Reino de Dios como las que tiene un camello de pasar por el ojo de una aguja.

El Espíritu Santo inspiró a David al escribir “He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre.” Salmos 51:5. Pablo escribe en Romanos 5:12 “el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”. Pablo enumeró algunos de esos pecados en Gálatas y luego concluyó: “acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”. Gálatas 5:21. Todos estos versículos revelan nuestra naturaleza pecaminosa. Somos pecadores desde la concepción y la única cosa que sucede a medida que crecemos y maduramos es que nuestros pecados tienden a ser más imaginativos y destructivos. Para el hombre es verdaderamente imposible heredar el Reino de Dios por sus propios medios.

Dios y sus riquezas.

Aunque puede ser imposible para el hombre, es posible para Dios. Jesús dijo: “Para los hombres es imposible, mas para Dios, no; porque todas las cosas son posibles para Dios”. Dios es Todopoderoso y nos ama entrañablemente. Él nos ama tanto “que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”. Juan 3:16-17. No tenemos los recursos para entrar en el Reino de Dios, pero el Reino de Dios mismo tiene lo que necesitamos para que nosotros entremos en él. Siempre oramos para que venga el Reino de Dios, cuando oramos el Padrenuestro diciendo: “Venga a nosotros tu Reino”.

El Reino de Dios viene a nosotros por medio del verdadero Dios-hombre, Cristo Jesús. En Jesucristo, Dios tomó naturaleza humana y se humilló a sí mismo para vivir con nosotros bajo la ley. En su humildad, Él guardó la ley por nosotros. Incluso se humilló a sí mismo hasta la muerte en la cruz. Su muerte, la muerte de un hombre perfecto, santo e inocente, hizo por nosotros lo que era imposible hacer por nosotros mismos. Él hizo posible que el Reino de Dios sea realidad en nosotros y así estar en el Reino de Dios.

El Espíritu Santo aplica y afianza esa obra de Dios en nosotros. Él hace que lo imposible sea posible, real y concreto. El Espíritu Santo obra en nosotros por medio de la Palabra de Dios. El Espíritu Santo nos da la Palabra de muchas maneras. Cuando leemos su Palabra y estamos a solas con Dios. Cuando lo compartimos entre nosotros hablando de sus bondades y promesas. Cuando nos reunimos con nuestros hermanos Cristo para aprender y estudiar su voluntad. Cuando escuchamos en el Oficio Divino la absolución y predicación y también recibimos a Cristo, en su verdadero Cuerpo y Sangre, con y bajo el pan y el vino en la Santa Cena. Hemos recibido la Palabra de Dios en nuestro Bautismo, donde Dios nos ha dado la fe salvadora y cubierto de Cristo. El Espíritu Santo usa generosamente todas estas formas de alimentar nuestro espíritu con la Palabra de Dios. A través de esa Palabra, Él crea y sostiene la fe en nosotros. Él nos da la fe que cree que el sufrimiento y la muerte de Jesús Cristo quitan y borra todos nuestros pecados. A través de esa fe es que un camello pasa por el ojo de la aguja, es decir, los ricos y los pobres por igual entran al Reino de Dios creyendo en Cristo como su Señor y Salvador.

Esto es el evangelio. Es la gracia pura y simple, inmerecida y no solicitada. Así es como Dios viene a nosotros. Es un escándalo para el hombre, porque por naturaleza no queremos la gracia de Dios. Queremos trabajar y hacer algo. Queremos buscar a Dios. Queremos ser el que lo encuentre. Queremos algo de crédito para nosotros mismos. Queremos que se nos vea mejor de lo que somos. Queremos tener cosas buenas para contar sobre nosotros mismos. Realmente no queremos esa cruz. Pero por más que sintamos esas cosas, para los hombres es imposible obtener a salvación. Pero Dios, desborda de gracia y la distribuye por medio de su Palabra. A la pregunta “¿Y quién podrá ser salvo?” cabe la respuesta: Todo el que crea y sea bautizado. Todo el que deja de intentar salvarse por si mismo. Todo el mundo que esté dispuesto a descansar simplemente en la gracia de quien lo trajo todo a la existencia: Jesucristo nuestro Señor.

Conclusión

El evangelio de hoy sigue Evangelio de la semana pasada. La semana pasada nos enteramos de cómo un joven rico se fue triste, porque el oro era su dios. Esta semana, Jesús usó la dificultad que este joven tuvo para enseñarnos que ninguno de nosotros, ricos o pobres podemos entrar en el Reino de Dios por nuestra cuenta. En su lugar, el Reino de Dios viene a nosotros, porque nada es imposible para Dios. Ya sea que seamos ricos o pobres, el don del Espíritu Santo otorgándonos la fe en la obra de Jesús Cristo pone el Reino de Dios en nosotros y a nosotros en el Reino de Dios.

Lo que es imposible para el hombre, Dios lo hace posible. Él llama, congrega, ilumina y santifica a cada uno de nosotros. El Espíritu nos quita de la oscuridad e incluso por medio de pruebas, persecuciones y dificultados nos sostiene por su poder en la Palabra y los Sacramentos. Nos transforma en esas piedras vivas del templo del Reino de Dios. Es cierto que esto no siempre es cómodo, pero tiene la ventaja de ser cierto.

¿Y quién podrá ser salvo? La respuesta es “Todo el mundo” porque la gracia de Dios es sobreabundante a través de ese hombre en la cruz, Jesucristo.

miércoles, 20 de marzo de 2019

Reminiscere.

San Mateo 15:21-28 Romanos 5:1-5


En el nombre del Padre, y del + Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Hubo un tiempo en que nuestro mundo no conoció la lucha y el sufrimiento. Hubo una edad perfecta donde la comida estaba en todas partes y los hombres no tenían que trabajar para conseguirla. En aquellos días, el hombre y Dios tenían una relación despreocupada y cara a cara, no de iguales, pero ciertamente tampoco como enemigos. Pero, por supuesto, esos días no duraron mucho.

Después de la caída, nuestra vida en este mundo roto se ha caracterizado por la lucha y el sufrimiento. El hombre gana su pan por con sudor de su rostro. Las mujeres dan a luz a niños con gran dolor. Ninguna criatura viviente está exenta de la muerte. Luchamos contra la tentación, la enfermedad, unos contra otros, contra Dios, Satanás, los animales, la naturaleza, nosotros mismos y la muerte.

Esta es la consecuencia de nuestra desobediencia.

A veces tal lucha es desmoralizadora. A veces es todo lo que podemos hacer es levantarnos de la cama por la mañana. A veces no tenemos en nosotros fuerza para luchar otro día. Podríamos estar sufriendo por el dolor, por la culpa, por tristeza, por fatiga, por muchas razones para decir: "Renuncio".

Y sin embargo hay una paradoja. La lucha nos hace más fuertes. Un hombre débil puede llegar a ser un hombre fuerte no a pesar de su lucha, sino a través de su lucha, por ejemplo, mientras levanta pesas y fortalece su cuerpo. Un principiante se convierte en un experto por la práctica. Un perdedor se convierte en un ganador por medio de entrenamiento. Y de hecho, un pecador se convierte en santo por la pasión. No por nuestra propia pasión, y especialmente no por nuestra propia exuberancia emocional o esfuerzo. Un pecador se convierte en santo por la pasión de Cristo, por la lucha de Cristo, por la cruz de Cristo. De hecho, su sufrimiento, su dolor, pero también es nuestro beneficio, su muerte por nuestra vida, un intercambio feliz que cambia nuestro pecado por su justicia.

Y, sin embargo, todavía vivimos en un mundo marcado y empañado por la lucha, y seguirá siéndolo hasta que entremos en la eternidad.

Vemos esta lucha en el evangelio de hoy. La mujer cananea, en su desesperación, gritó una oración a Dios encarnado en nombre de su hija, a quien ella sufrió con gran dolor al dar a luz. Una hija que estaba luchando con un demonio. Ella oró: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Su lucha la llevó a estas fieles palabras en oración.

Pero en lugar de sentirse derrotada por ser ignorada, ella persistió. Al igual que Jacob en nuestra lección del Antiguo Testamento, ella se negó a capitular. Porque ella sabía a quién rezaba. Ella sabía que Jesús tenía poder. Y ella se negó a dejarle ir hasta que recibió una bendición. E incluso cuando la Palabra de Dios parecía desalentarla, ella se negó a rendirse. Ella se aferró la Palabra de Dios encarnada, al Hijo de David, al Hijo de Jacob, al Hijo de Dios, a su Palabra de promesa. Y como la de Jacob, su lucha no fue en vano: Oh mujer, la bendijo Jesús, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y esa lucha particular terminó con la curación de la hija de esta mujer persistente y fiel.

La fe no es un sentimiento cómodo y emocional. La fe tampoco es una forma de conocimiento intelectual frío y calculado. Más bien, la fe es retener a Dios en Su Palabra y luchar contra todas y cada una de las pruebas, sufrimientos o tentaciones para no rendirse. La fe es creencia, y se aferra tenazmente a Cristo. La fe se niega a dar marcha atrás, se niega a renunciar, se niega a entregar la esperanza. Y aunque la fe puede ser débil, y aunque la esperanza no sea más que un débil destello, la fe se mantiene firme en Cristo, porque en realidad, Cristo nos mantiene firmes.

Y este tipo de fe no es el tipo de lucha que gana el favor de Dios, sino que es el resultado de ella. La fe no merece nuestra justificación, sino que fluye de ella. San Pablo lo expresa tanto lógica como poéticamente así: Justificados, pues, por la fe... Vemos pues que la justificación por la fe es un hecho, un punto de partida. San Pablo continúa: tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.

En otras palabras, la guerra ha terminado. La lucha que enfrenta al hombre contra Dios está terminada. San Pablo confiesa: por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.

Queridos hermanos, nuestro Señor Jesucristo hizo toda la lucha y el esfuerzo en la cruz al derrotar a Satanás en nuestro nombre. Y a pesar de que tenemos esta gracia, este acceso, esta fe en el "aquí y ahora", también existe un componente "todavía no". Porque todavía vivimos aquí, en este tiempo, en este mundo caído. Todavía luchamos, pero luchamos no como uno que puede ser superado por su enemigo, sino que luchamos como un atleta que usa la lucha para volverse más fuerte. Nuestro Señor nos permite sufrir, como permitió a la mujer cananea sufrir, para nuestro propio beneficio, por el fortalecimiento de nuestra fe.

Escuchemos la descripción de la vida cristiana de San Pablo:  …nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.

Queridos hermanos, cuando luchamos, cuando sufrimos, cuando somos derribados, cuando la lógica y la razón parecen derrotarnos, cuando la tentación nos golpea y cuando el diablo parece vencernos, no tenemos ninguna razón para perder la esperanza. De hecho, todas nuestras pruebas y cruces en esta vida son un ejercicio de entrenamiento para darnos resistencia, carácter y esperanza. Ya tenemos la victoria. Porque debido a que el agua bautismal se derramó sobre nosotros, el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.

No tuvimos que luchar o sufrir para ganar el Espíritu Santo, sino que el Espíritu Santo fue ganado por Aquél que luchó y sufrió en la cruz. Es Cristo quien nos da la salvación y el Espíritu Santo como un don gratuito.

Incluso cuando nuestras pruebas son severas, nuestro Salvador es más grande aún. Incluso cuando nuestro dolor y angustia son casi insoportables, nuestro Señor los soportó mucho más intensamente por nosotros. E incluso cuando debemos luchar con la muerte misma, sabemos que ya hemos vencido a ese enemigo a través de la fe que nos dio Aquel que derrotó al pecado, la muerte y el diablo en la lucha para terminar con todas las luchas.

¡Gracias a Dios por su misericordia y fidelidad hacia nosotros!

En el nombre de + Jesús. Amén.

viernes, 15 de marzo de 2019

Santos y sin mancha.


Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él; si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo; del cual yo Pablo fui hecho ministro. Colosenses 1:21-23.



A estas alturas de la vida y con todo lo que sucede a nuestro alrededor, hay pocas cosas que nos sorprendan. Pero por más que las cosas que suceden a nuestro alrededor no nos sorprendan, muchas de ellas nos afectan y muchas veces nos perjudican, desaniman, desorientan y confunden. Las consecuencias de los pecados son palpables en nuestras vidas. Sean pecados propios o ajenos, nos afectan y nos duelen.

Sin embargo los días de Jueves y Viernes Santo nos recuerdan que Dios no ha abandonado al universo, a la humanidad, ni a ti y a mí a nuestra suerte y oscuro destino. Es en la cruz donde Dios comienza a gestar una nueva creación, a hacer nuevas todas las cosas, a poner en armonía las cosas del cielo con las de la tierra. Es por medio de Cristo que Dios trae PAZ, VIDA y SALVACIÓN.

Uno de los riesgos más grandes que corremos en este tiempo es mirar la Obra de Dios en Cristo como algo histórico, como un hecho que ha sucedido en el pasado y que poco tiene que ver conmigo, salvo por las cuestiones culturales y de tradición. Esto nos llevaría a creer en un Dios que poco tiene que decirme, y mucho menos que se involucra conmigo y mis problemas. Sin embargo nuestro Dios nos encuentra por medio de su Palabra, nos anima y consuela por medio de su Espíritu Santo y nos muestra su interés de caminar con nosotros afrontando los problemas personales y sociales que nos aquejan en un contacto íntimo en los Sacramentos.

Alejamiento del pasado: El apóstol Pablo nos recuerda “que erais en otro tiempo extraños”, extranjeros, inmigrantes en una tierra en la cual no podíamos ni queríamos adoptar las nuevas costumbres, porque no fuimos creados para vivir así. No fuimos creados para vivir bajo el pecado y sus consecuencias, sin embargo esa era nuestra realidad. No fuimos creados para vivir en desanimo, tristeza, desolación ni desesperanza.

No fuimos creados para vivir alejados de Dios ni de nuestro prójimo, pero esa fue nuestra realidad. Sumémosle a esto que la distancia y problemas que aquí menciono no son cosas pasivas o inicuas en nuestras vidas. Por eso el Apóstol suma a su afirmación que además éramos enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras.

El pecado no solo nos volvió extraños con Dios, el prójimo y nosotros mismos, sino que nos convirtió en seres rebeldes a Dios, agresivos con el medio ambiente y quienes nos rodean. Podemos echar la culpa de lo que nos pasa a todo el mundo, a padres, hijos, autoridades, jefes, empleados, cónyuges, amigos o enemigos, a la sociedad o a Dios mismo. Pero muchas veces y con mucha facilidad olvidamos el ver que nosotros mismos somos parte de este problema. Allí, en nuestra persona, es donde Dios viene a aplicar el remedio y a sanar nuestra enfermedad.

En la cruz no solo fue crucificado Cristo. Nosotros fuimos crucificados con él, nuestros pecados, delitos y transgresiones (Romanos 6:6) y esto trae consecuencias a nuestra actual manera de vivir y de pensar.

Reconciliación presente: ahora os ha reconciliado. La causa de nuestra rebelión hacia Dios, los demás y nosotros mismos ha sido eliminada. El pecado que nos impedía una sana relación con el resto de personas y nuestro creador ya no tiene peso en nuestras vidas. Cristo ha traído su paz.

Esta paz solo surge como obra de Dios y no nuestra. El tiempo no borra nuestros pecados, ni siquiera nuestras buenas intenciones o acciones lo hacen. Ni siquiera los sacrificios que hagamos, el dinero que demos a obras benéficas, ni las lágrimas de arrepentimiento pueden quitar nuestras ofensas ante Dios.

En Semana Santa vemos a Jesús en su pasión y muerte a través de procesiones, imágenes e incluso alguna película, recordemos que todo eso que vivió Jesús tiene un porque, un sentido: pagar por nuestros pecados.

Esta reconciliación no la hizo ni con oro o plata, sino con su santa y preciosa sangre, como dice Pablo ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte.

Aquí encontramos no solo el perdón de nuestros pecados, que es la mayor de las bendiciones que Dios nos otorga, sino que además encontramos un sentido distinto para nuestras vidas, nuestros problemas y nuestro futuro.

Los problemas no desaparecen como por arte de magia, ni se resuelven inmediatamente. Pero en el transitar por esta vida sabemos que Dios está con nosotros, acompañándonos, protegiéndonos, guiando cada paso aunque no entendamos las circunstancias que nos tocan vivir. De esto estamos plenamente seguros porque por medio de esta reconciliación en Cristo es que somos llamados “hijos de Dios”. Ya no estamos enemistados con Dios, no lo vemos como nuestro enemigo, sino como un Padre amoroso que cuida de sus hijos en el presente y que nos guía hacia una victoria final en el futuro no muy lejano.

Perfección futura.

Toda la encarnación, muerte y resurrección de Cristo por nosotros tiene una gran implicancia futura, y es para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él. Esta obra de reconciliación es completa, no  podemos agregar nada a ella, solo seguir en el camino de arrepentimiento y fe para vivir diariamente el perdón y paz de nuestro Dios. Además diariamente podemos mirar nuestro futuro con esperanza y paz. Esta paz que con tanta frecuencia se ve frustrada por las lágrimas, el desconsuelo, brillará en nuestros corazones de manera definitiva cuando el Señor nos lleve definitivamente a su Reino.

Esta esperanza es firme y segura, porque no depende de nosotros, sino de las promesas de Dios. Porque ante Dios seremos presentados como lo que somos en Cristo: un pueblo santo, sin mancha e irreprensible. Gracias a que hemos sido hechos nuevas criaturas por medio de la Fe que nos ha sido dada en Cristo Jesús.

Habiendo sido extraños y enemigos, ahora somos parte de la familia y herederos de su reino, estamos reconciliados y viviremos con él por la eternidad. Recordemos que entre este estado actual y el futuro, Dios sigue obrando constantemente en nosotros, preparándonos, puliéndonos, pero sobre todo perdonándonos todos nuestros pecados. Esto se lleva a cabo en nuestras vidas en las batallas diarias que nos toca afrontar, entre los fracasos y alegrías, las lágrimas y risas. Recuerda que no serán nuestras propias fuerzas las que nos permitan salir airosos de estas vivencias sino el poder de Dios mismo desplegado en nuestra debilidad. El poder de Dios que llega a ti por medio de la Palabra y los Sacramentos, que una y otra vez te dicen: “Ya no eres un extraño o enemigo, ahora eres parte de mi familia porque por medio de la obra de Cristo te he dado el perdón completo de todos tus pecados”.

Que en este Jueves y Viernes Santo pongas los ojos en Cristo, el autor y consumador de tu fe. Que en Él encuentres la paz y certeza del amor de Dios por ti y la seguridad del perdón de todos tus pecados  porque Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.  No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo. (Gálatas 2:20-21)

viernes, 8 de marzo de 2019

Cristo, nuestro mayor tesoro.


    CRISTO NUESTRO MAYOR TESORO”


TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                                               

Primera Lección: Joel 2:12-19

Segunda Lección: 2 Corintios 5:20b–6:10

El Evangelio: Mateo 6:1-6, 16-21

Sermón

El miércoles de Ceniza marca el inicio de la temporada de Cuaresma. Si bien no se celebra en todas las iglesias cristianas, esta celebración ha servido durante cientos de años para recordar a los cristianos una oscura verdad. La verdad de que somos una raza caída, que vivimos en una creación que sufre nuestra caída, “porque somos hombres y mujeres de labios impuros, que vivimos en medio de un pueblo que tiene labios inmundos” (Isaías 6:5). Este tiempo nos recuerda nuestra fragilidad, debilidad y la consecuencia final de nuestro pecado, la muerte. Aprovechamos esta celebración para recordar que somos polvo y al polvo volveremos.


El uso de las cenizas en el día de hoy es una confesión. Se trata de confesar que vivimos bajo una maldición de la cual por nuestra propia razón o poder no podemos escapar. Por más que nos afanemos en ser serviciales, por más que nuestros ojos derramen millones de lágrimas, aunque nos comprometamos a ser mejores en el próximo intento, no podemos negociar nuestra liberación de esta maldición. Esta maldición es de origen genético, por así decirlo. Se transmite de generación en generación a través de nuestros padres y hacia nuestros hijos. Sin embargo, esta maldición no te afecta solo a ti y a mí, sino que pertenece y es compartida por toda la humanidad ya que viene por le herencia de un solo hombre, Adán, que ha corrompido a toda la creación (Romanos 5:12). Por lo tanto, nuestro Dios Todopoderoso declara: Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:19). Es notorio ver en los funerales de las celebridades que han fallecido a lo largo del tiempo, como distintos amigos y familiares dedican emotivos discursos recordando las bondades y obras de las personas fallecidas. Bondades, obras y ni siquiera sus millonarias fortunas han podido con el destino final que nos espera a todos los humanos. La maldición que cargamos sobre nuestras espaldas es común a todos los seres humanos, no escapamos de ella, a todos nos espera tarde o temprano, lo que llamamos muerte. Por esto es importante recordar en este día que con las cenizas que representan la muerte física estamos confesando que este destino es lo que el pecado nos ha otorgado a cada uno de nosotros.


Para muchos hablar de muerte es una molestia, un tema tabú, un incordio. Hay que reconocer que estas palabras son más bien sombrías y que muchas veces es más fácil ocultarlas con una celebración como Halloween para hacerla mas divertida, pero todo esto no cambia la verdad sobre ella. Por más que tratemos de ocultar o negar esta realidad, no cambia en nada su efecto devastador sobre el hombre. Es cierto que es incómodo contemplar nuestra mortalidad y fragilidad. Pero así debe ser y es importante que así sea. Sin duda esto es incómodo, porque la muerte no es natural, no es nuestra amiga, no es parte del gran círculo de la vida y en especial porque la muerte es una maldición, en realidad no existe tal cosa como la muerte con dignidad. No fuimos creados para morir, sino para estar en armonía con nuestro creador y con quienes nos rodean, por esto la muerte nos resulta extraña.


La muerte es un extranjero, un intruso que llega para robar la vida de la creación de Dios. Así, como en el pasado y en algunos sitios hoy día, las personas se ponen ceniza sobre sus cabezas en señal de penitencia y luto, hoy traemos la imagen de la ceniza a nuestra mente para confesarnos y recordarnos a nosotros mismos que un día no muy lejano, también moriremos y seremos polvo.

Miércoles de Ceniza es un día particular, es un recordatorio solemne y sobrio de que el juicio de Dios sigue en pie, que no ha sido revocado, ni anulado, que no ha cambiado ni una jota ni una tilde. El juicio de Dios viene a través de la historia y llega a cada pueblo, de toda raza y nación. No hace acepción de posición social, tanto ricos y pobres están bajo este hecho. Ninguna persona está ajena y nadie escapará a la condena del Señor que es la muerte. Pero no todo son malas noticias, condenación o muerte en este día, las cenizas son el recordatorio de la maldición de Dios, la realidad de la muerte y la tumba. 


Miércoles de Ceniza y toda la Cuaresma, tienen un solo propósito, que es el de enfocar los corazones y mentes del pueblo santo de Dios, al Viernes Santo y la mañana de Pascua. Los eventos del Viernes Santo son un antídoto de Dios para la maldición de la muerte y la mañana de Pascua es el sello de Dios de la aceptación y aprobación del Viernes Santo. Eso es lo que quiere decir Jesús cuando nos dice: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:19-21) En este tiempo también recordamos y celebramos que nuestro mayor tesoro está en la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.


Oímos la voz de Dios que nos dice “convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento.” (Joel 2:12). Para vivir este arrepentimiento o reconocimiento de nuestra realidad no necesitamos estar todo el día con caras tristes y largas o hacer un gran espectáculo de lo terrible que hemos sido. Dios también nos dice en Joel 2:13 “Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios.” Por lo cual la Cuaresma no es una cuestión de llanto, tristeza y caras largas. No es un asunto de mostrarnos exteriormente para llamar la atención o impresionar a otros, para que vean los buen cristiano que somos, de cuán santos y respetuosos somos de las tradiciones. Todo esto es sólo un espectáculo vacío de nuestra propia justicia y piedad que no conduce a nada, salvo a la ira de Dios. Los que hacen un gran espectáculo de estas cosas sólo buscan impresionar a los hombres y Jesús nos dice que ya han recibido su recompensa. (Mateo 6:16).


La Cuaresma tampoco es un programa de autoayuda de 40 días en el que nos levantamos y renovamos de nuevo por nuestros propios esfuerzos. El enfoque de la Cuaresma, no es sobre lo que nosotros hacemos o dejamos de hacer, sino en lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo Jesús. Por lo cual el foco del Miércoles de Ceniza y la Cuaresma está en la misericordia de nuestro Señor mostrada en Cristo Jesús.

La misericordia del Señor en este tiempo se muestra en que a pesar de nuestros pecados, grandes o pequeños, a pesar de lo que merecemos, la maldición de la muerte ya no tiene dominio sobre su creación, sobre nosotros. Porque nuestro Dios “es misericordioso y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo” (Joel 2:13). Dios ama a toda la humanidad, incluso a aquellos que le odian o niegan. Dios, el Padre, en lugar de hacerte daño a ti, volcó su juicio y condena en su Hijo, con el fin de salvarte del terrible castigo, con el fin de anular el poder de la maldición a través de la Sangre de Jesús. Pero en Cuaresma hacemos algo más que valorar, celebrar o recordar el sacrificio del Señor por nosotros. En Cuaresma recibimos todas las cosas que ha ganado en la cruz por nosotros. Tanto el perdón de nuestros pecados, la seguridad de vida eterna y la garantía de nuestra salvación vienen a nosotros en los medios que Cristo dispuso para ello. 


Cuaresma nos hace revivir el pacto del Bautismo, donde Dios nos ha dado vida por medio del agua y de su Espíritu porque “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:5). Lo recibimos en su Cena, donde una y otra vez se hace presente para decirnos “Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.” (Mateo 26:26-28). También por medio de su palabra de perdón y absolución que nos dice que “esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios. (1Corintios 6:11). Este es verdaderamente el tesoro del cielo en el que vamos a confiar, porque todo esto lo recibimos por la vida que Él dio en nuestro lugar en el Calvario. En estos medios nos da la vida, su vida, otorgada a y por nosotros para borrar la maldición de la muerte y librarnos de la tumba y castigo eterno. Estos tesoros nos son dados para que sean el deseo de nuestros corazones. Estos son realmente los tesoros que ni la polilla ni el orín corrompen.


Así que las cenizas se usan no solo para mostrar nuestra fragilidad son también para confesar y vivir otra verdad, una verdad más grande que la muerte. Las cenizas nos recuerdan que no son sólo una confesión de la caída de la creación y la maldición de la muerte. Ella nos ilustra la vida que tenemos en el sufrimiento, muerte y resurrección de Jesús por nosotros. Nos coloca bajo el signo de la cruz que simboliza la vida que ahora se encuentra en lo que antes era un instrumento de muerte. Las cenizas indican que hemos sido liberados por la gracia y la misericordia del Señor de la maldición de la muerte y la tumba.


Las cenizas también son un signo de lo que será en el último día, porque la fe que profesamos nos afirma en la resurrección de los muertos y la vida eterna. Como describe Lutero en su explicación del tercer artículo del Credo Apostólico, “creo que en el postrer día me resucitará a mí y a todos los muertos y me dará en Cristo, a mí y a todos los creyentes, la vida eterna. Esto es ciertamente la verdad”. Vamos a ser levantados del polvo, de las cenizas de la tumba, nuestros cuerpos vivos por el soplo del Espíritu. Porque Jesús es “...la resurrección y la vida; el que cree en él, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en él, no morirá eternamente” (Juan 11:25-26). Así que ya no vivimos bajo la maldición de muerte, pero las cenizas de este día nos recuerdan lo que el Señor Jesús ha prometido que “transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (Filipenses 3:21). Creemos y confesamos que Jesús ha ganado nuestra salvación, que la muerte, el infierno y el pecado han sido superados y que la tumba queda vacía, para siempre. Porque nuestro Dios es “clemente y misericordioso, lento para la ira, y grande en misericordia”. Tu Señor ha sido un Dios misericordioso y se ha apiadado de ti. (Joel 2:18) Él no ha permitido que su Hijo muera en vano. Él ha aceptado su sacrificio y desde el polvo de la tumba vacía dice “¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? … Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más”. (Juan 8:10-11).

viernes, 1 de marzo de 2019

Jesús prepara lo mejor para el final





Textos del día:

Antiguo Testamento: Isaías 62. 1-5

Nuevo Testamento: 1º Corintios 12. 1-11

Evangelio: Juan 2:1-11
Este segundo domingo después de Epifanía, a medida que Jesús se revela como Dios y hombre, llega su primer signo o milagro en Cana de Galilea. En la lectura del Evangelio, Jesús convierte el agua en vino, manifestando su gloria y bendición sobre el matrimonio. 


Nos encontramoscon el primer milagro de Jesús de manera inesperada o poco usual ¿Cuál era la situación crítica que necesitaba ser resuelta?Por supuesto, no todos los milagros que Jesús ha realizado fueron en situaciones críticas. Pero seguramente la mayoría de los que recordamos si lo fueron, por ejemplo Jesús curó a enfermos, echó fuera demonios, dio vida a personas muertas, alimentó a hambrientos, etc. A menudo personas enfermas o con grandes sufrimiento eran objetos de los milagros de Jesús y pero aquí no había un claro caso de necesidad. A pesar de esto el primer milagro de Jesús sucede en circunstancias diferentes. Nadie estaba enfermo o moribundo, nadie se moría de hambre. De hecho, los invitados a la boda ya habían bebido mucho y los anfitriones se estaban quedando sin vino. La mayor crisis fue que la celebración sería más corta de lo esperado y la novia y el novio se sentirían avergonzados por paso en falso en su vida social. Podríamos pensar que esta situación es demasiado común para requerir la intervención de Jesús. Pero para que la felicidad de los invitados no sea interrumpida y la nueva pareja no sea avergonzada, María demuestra simpatía y busca la ayuda de Jesús. Ella quiere que la ayuda ahora. No hay vino. Tienes que intervenir y arreglar esta situación. Ella mostró confianza en Jesús, creía que podía ayudar, pero ella quería que la ayuda sea en el momento que ella quería. La respuesta un tanto impersonal de Jesús muestra que el momento de la ayuda de Dios lo decide justamente Él y no nosotros. 


“¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora.”. Jesús habló repetidamente de esta “hora” aún no había llegado a lo largo del Evangelio de Juan. Se refería a que el tiempo para que su gloria sea revelada plenamente como el Hijo de Dios no había llegado. Fue sólo cuando el tiempo para la traición, el sufrimiento y la muerte estaba cerca, anunció que “ahora había llegado la hora”. Pero eso no significa que Él ignoró esta crisis, por grande o pequeña que fuera. 


¿No solemos tener la misma mentalidad cuando nos enfrentamos a una crisis? Ni siquiera tiene que ser necesariamente una crisis. A veces hay algo que deseamos con fuerza y nos comprometemos a solicitar la hora de la ayuda requerida de Dios. “Dios, yo lo necesito ahora”. ¡Necesito paciencia y la necesito ya! Oramos diciéndole a Dios que ahora es el momento de intervenir y arreglar la situación. Cuando hay un problema en nuestra vida, puede ser esto sea todo lo que vemos y nos ciega a todo lo demás. Sentimos la urgencia, la presión sobre nosotros y actuamos. Tal vez cargados de estrés, tratamos de encontrar una solución a nuestro problema. No parece haber ninguna respuesta lógica y somos presa del pánico porque no hay salida. Tal vez ya hemos agotado todas las posibilidades de acción y todavía la solución no ha llegado. Nuestras opciones se han reducido a nada. De las personas que hemos dependido resultaron poco fiables y estamos en un verdadero aprieto. Por lo tanto, en medio de tanta desesperanza, allí recurrimos a la oración: “Dios ayúdame”. Tal vez no sean nuestras palabras, pero en nuestro corazón estamos pidiendo en silencio para que Dios envíe una respuesta rápida. 


Jesús nos recuerda que Dios establece el tiempo de su respuesta a la oración. Quizáno nos dará la respuesta que queremos,ni siquiera en el tiempo que esperamos, pero Dios actuará. Nuestras preocupaciones no siempre son cuestiones de vida o muerte, como el milagro de las bodas de Cana, aunque a nosotros nos parezca que sí lo son. A veces es la salud, el trabajo, la familia u otro asunto de nuestra vida. Es fácil pensar que nuestras oraciones podrían ser demasiado pequeñas como para ser importante para Dios. Pero tenemos que tener la persistencia de María al buscar la ayuda de Dios, aun cuando nuestras peticiones pueden parecer pequeñas. Al mismo tiempo, debemos aprender de Jesús, que el momento de la ayuda de Dios no es el mismo que el nuestro. Podemos llegar a ser impacientesy hacer hincapié acerca de cuándo y cómo Dios tiene que responder a nuestra oración. A veces, sólo el paso del tiempo demostrará que Dios hace las cosas de una mejor manera de lo que habíamos planeado o anticipado. A veces, la crisis puede volverse más grande. Pero lo que no cambia es que la ayuda de Dios siempre está disponible para nosotros.

La ayuda de Dios, llega cuando ya no tenemos respuestas o soluciones y todo queda en manos de Él. Es allí cuando la ayuda divina viene al rescate. 


Jesús aprovechó la oportunidad en este problema para hacer un milagro y bendecir a los novios con un regalo de boda que nadie olvidaría fácilmente. Él los rescató de su dilema, en el proceso reveló su gloria y mostró un primer vistazo de su poder como Hijo de Dios. Él utilizó este, su primer milagro, para dar su bendición al matrimonio como una institución sagrada, honrada y agradable a Dios. En muchas ocasiones se utiliza las celebraciones de la boda para describir el tipo de alegría que debería ser para la iglesia al estar unida a Jesús, su novio.


No hay ninguna otra vocación o llamado donde dos personas tan cercanasvivan en el perdón de los pecados. Todos los retos y las bendiciones de una vida juntos pondrá al marido y a la mujer en la constante necesidad del perdón de Dios. Así también pueden vivir con la alegría constante de ser perdonados y vivir juntos en amor y bendición de Dios. En las Escrituras se nos llama a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos y nuestro cónyuge es nuestro prójimo más cercano, por lo tanto debe ser nuestro objeto de amor. Realmente no debería ser una sorpresa que Jesús haya honrado y bendecido el matrimonio, ya que es un lugar único para la vivencia del perdón, de la reconciliación y mostrar el amor que es un reflejo del propio amor sacrificial de Jesús por su Iglesia. 


Sin embargo, la mayor importancia de este milagro es que mostró quién era Jesús. Más importante que la novia y el novio se salvarán de la vergüenza social, más importante que los invitados tengan suficiente vino, más importante que la bendición del matrimonio. Lo más importante de esta primera señal es que su gloria fue revelada y sus discípulos creyeron en Él. 


Hay algo en el carácter de Dios que se revela cuando Jesús hizo este milagro. El dueño de la fiesta no tenía conocimiento del milagro que había ocurrido, pero cuando probó el vino, dio una evaluación objetiva de que se trataba de vino verdaderamente excelente. Aunque la mayoría de anfitriones sirve primero el buen vino, pensó que este anfitrión había guardado el mejor vino hasta ahora.  Él no sabía que fue Jesús y no el anfitrión de la boda quien guardó lo mejor para el final. En verdad, cuando la gloria de Jesús es revelada, sabemos y entendemos que Dios realmente quiere guardar lo mejor para el final. Aunque Jesús no siempre actúa en la hora que esperamos o en el momento que deseamos, el plan de Dios es en última instancia el mejor camino. Nosotros no podemos ver completamente nuestra vida, pero será evidente en el cielo. Cuando Jesús se opuso a María por un breve momento, diciendo: “aún no ha venido mi hora” era el indicio de que algo más trascendental y más importante estaba por venir. Cuando ese momento llegó, la hora de la glorificación de Jesús como el Hijo de Dios, ciertamente no parecía ser el plan de Dios. Cuando el sufrimiento y la vergüenza de la cruz ocurrieron, parecía que el plan de Dios se había desmoronado. La gente exigió burlonamente a Jesús que actuara ahora y haga un milagro bajando de la cruz. Pero él se resistió. Se quedó allí. Su hora finalmente había llegado. Era la hora de la gloria de Jesús para ser visto en el sufrimiento y la humildad de la cruz. 


Jesús en la cruz nos prepara sus dones más generosos, su muerte ha preparado para nosotros el Sacramento del Altar, el misterio del cuerpo y sangre de Cristo, que recibimos como su pacto duradero hacia nosotros. Domingo tras domingo lo largo de casi 2.000 años de cristianismo, se ha compartido el cuerpo y la sangre de Cristo, sin embargo, este don nunca se agota. La sangre de Cristo para el perdón de nuestros pecados nunca se agota. Por el contrario, mientras que el vino de Caná era una gran cantidad, con el tiempo se terminó. Fue un milagro de una sola vez, creando mucho vino para un propósito terrenal. Pero los dones milagrosos de Cristo de gracia para un propósito celestial, se siguen dando, domingo tras domingo, año tras año. ÉL ha preparado lo mejor para el final. Su último milagro y más grande en la tierra fue el de levantarse de entre los muertos, para una nueva vida en un cuerpo sano y superior. El mejor regalo que guarda para nuestro final. Después de nuestro lecho de muerte, vamos a cruzar de la muerte a su vida nueva y mejor. 


Dios fielmente nos sigue otorgando un abundante suministro en nuestras vidas hasta que Él vuelva. Y cuando lleguemos al cielo, vamos a descubrir que realmente el mejor vino fue guardado para el final. Toda esperanza no cumplida, el anhelo, y las grandes pruebas de la paciencia que sufrimos en esta vida como esperábamos, finalmente serán satisfechos con las alegrías del cielo. Puede que no hayamos terminado con las cosas que queríamos, pero Dios siempre proveerá algo mejor. Así como los dones que Cristo nos ha dado en abundancia a través de su Espíritu Santo, por medio de su Palabra y de los Sacramentos nos han sostenido a través de la vida. Estosmedios nos han consolado en tiempos de problemas y nos llenaron cuando nos faltaba. A través de la fe hemos creído en las promesas de Dios y esperamos la resurrección de los muertos. El vino de la Sagrada Comunión es un anticipo de esta fiesta celestial por venir, el banquete celestial donde Cristo es el novio y la Iglesia es su Santa Esposa. Cuando alcancemos el cielo el vino no se agotará y nos maravillaremos al igual que el encargado del banquete, diciendo a Dios: “En verdad, Tú has guardado el buen vino hasta ahora” Que la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús para vida eterna. Amen.