viernes, 31 de mayo de 2019

“Tenemos un Futuro asegurado en Cristo”


TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA

Primera Lección: Hechos 20:17-35

Segunda Lección: Apocalipsis 7:9-17

El Evangelio: Juan 10:22-30


Introducción: En muchas oportunidades me han preguntado: “¿Cuántos sois en vuestra Iglesia?”, a lo que suelo responder: “unos 70 u 80 aproximadamente”. La reacción no se hace esperar: “¿Son pocos… no? El texto de Apocalipsis me ha mostrado un gran error que cometía al responder de esa manera. Humanamente queremos ver resultados, números, cualquier cosa que nos haga ver que la Iglesia avanza, crece. Llegamos a pensar que si no crecemos y somos pocos, no estamos teniendo éxito y seguramente algo estaremos haciendo mal. Aquí es cuando somos tentados a tomar atajos, es por esto que algunas iglesias desechan las enseñanzas bíblicas muy claras, justificándose en “hay cosas que son demasiadas duras”, “hay que actualizarse o adaptarse a los tiempos en los que vivimos”, “no podemos ser tan controversiales, así espantamos a la gente”. 

Otra de las tentaciones que se nos presenta es mirar a nuestro alrededor y al ver lo pequeños que somos, creer que nada funcionará en este país, aferrarnos a la idea de que la Iglesia terminará por desaparecer. Surge así el pensamiento de ¿Por qué molestarse en permanecer fieles a la Palabra? ¿Por qué molestarse en seguir haciendo lo que Cristo nos ha llamado a hacer si igual nadie va a creer? Está claro que nuestro mensaje no es bello ni popular y que al mirar a nuestro alrededor podemos ver cuántas necesidades evidentes e inmediatas hay: Gente con hambre, sin techo, enferma, la justicia brilla por su ausencia y los abusos de poder se multiplican. En esta visión de la realidad nos olvidamos de que, si bien esas cosas pueden estar a la par con el trabajo de la Iglesia, no son obra exclusiva de la Iglesia. Nadie será salvo solo u plato de comida, ni por recibir atención médica gratuita. Tampoco lo será si evitamos que lo desahucien de su hogar. Nos confundimos cuando invertimos las causas y los efectos. 

Alimentar al hambriento, sanar a los enfermos, luchar por la justicia, son los efectos causados por el Evangelio de Cristo, quien ha cambiado nuestro corazón. Estas cosas no son las que cambian los corazones de las personas, aunque parezcan justas y nobles.
¿Qué estamos llamados a hacer como Iglesia y como cristianos? Dar a conocer este Evangelio de liberación y paz es nuestra primordial tarea. Pablo escribe: ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? Es necesario que las personas oigan las buenas nuevas acerca de Jesús, el Cordero Pascual, que lo reciban como su Señor y Salvador y crean en Él. Por eso muchos han sido bautizados, otros tantos reciben el cuerpo que da vida y la sangre de Cristo que limpia de todo pecado en la Santa Cena. Quizá algunos nunca confesaron su fe, pero estuvieron oyendo o leyendo la Palabra de Dios, sin embargo, la Palabra hizo su trabajo y el Espíritu Santo los llamó por el Evangelio. Él usó las semillas de su Palabra para hacer crecer la fe y lo seguirá haciendo. Por eso seguimos predicando el Evangelio y distribuyendo los Sacramentos, lo que significa que el Espíritu Santo sigue haciendo su trabajo, añadiendo personas a la Iglesia, a esta multitud de Apocalipsis 7 que aún no podemos ver, pero que en algún momento veremos. Por esto no cederemos a las tentaciones de apartarnos del Evangelio que recibimos. No vamos a tomar atajos, no vamos a cambiar lo que enseñamos o dejar de llamar pecado a lo que Dios dice que es pecado y de otorgar la gracia a quienes la necesitan.

Mirar la vida solo con nuestros ojos es un grave error. Esto nos llevará a aferrarnos a relaciones y cosas terrenales, olvidando que los que mueren en el Señor están escapando de la tribulación. Es fácil olvidar que esta vida es realmente una tribulación comparándola con lo que nos espera junto a Dios y que el morir para el cristiano siempre es ganancia. Es fácil olvidar que la única salida es Cristo, no los son las drogas, el alcohol, el dinero, la comida, la familia ideal, el éxito, la violencia o la sabiduría. Salomón dice en Eclesiastés que debemos disfrutar de las cosas que se nos ha dado en esta vida, pero al mismo tiempo reconocemos que ellas no tienen sentido comparada con la vida en Cristo. Pero el diablo y nuestro viejo hombre no quieren que veamos esto. Ellos quieren centrarse en el corto plazo. 

Ellos quieren que evaluemos según sus parámetros de éxito y fracaso. Pero hoy Cristo nos permite mirar con sus ojos a largo plazo… por la eternidad: “Estos son los que han salido de la gran tribulación. Han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero”.

En Cristo podemos ver lo que tus ojos no pueden ver. Solo Jesús nos muestra lo que aún no podemos ver, el escape de la gran tribulación, una vestidura blanca, la eternidad en el cielo. Nos muestra lo que está al final de las promesas del Evangelio, nos enseña que Dios reina en esta vida, que nos ha redimido y ahora nos enseña la salvación final. Él nos muestra que lo ahora tenemos en parte: la eternidad junto a ÉL. Nos muestra la túnica blanca de justicia que ha sido blanqueada en la sangre del Cordero. Nos muestra la eliminación final de la naturaleza pecadora, la erradicación de todo el dolor, la eliminación de toda angustia, la desaparición de todo sufrimiento. Muestra que esto lo hizo por medio de la Palabra que se hizo carne y habitó entre nosotros y que solo por medio Él tenemos nuestra corona de justicia. Él nos muestra que el Señor ya nos tiene en la eternidad y nos librará de todo mal. Porque Cristo ha muerto, ha resucitado y vendrá otra vez. 

Pero ¿Quiénes son estos? ¿Quiénes conforman esta gran multitud de todas las naciones, reunidos alrededor del trono de Dios con los ancianos y los seres vivientes? ¿Quién tiene el honor de estar tan cerca con esas ropas blancas, agitando palmas y cantando alabanzas al Cordero? ¿Quiénes son éstos, liberados de la gran tribulación, que ya no sufrirán más el pecado, el dolor o la aflicción? Junto con el resto del pueblo de Dios, estás tú. Por la fe en Cristo estás entre aquellos a quienes Dios ha reunido desde todas las naciones. Has sido purificado con la sangre de Cristo y se te ha dado la vestidura blanca de su justicia, porque todos los que somos bautizados en Cristo hemos sido revestidos de Cristo. Lo que se ve en el texto es tu futuro. Esto no es una posibilidad entre varias, es una realidad para la cual Cristo te ha redimido. Ya no es solo una muestra, es una realidad, Cristo te incluye en este grupo.

Cristo te redimió para que tengas vida eterna en la presencia de Dios. Eso suena un poco abstracto, pero ten en cuenta que será como la vida en el Jardín del Edén antes de la caída en pecado. Allí, el hombre podía estar en la presencia de Dios sin problema y Dios caminaba con el hombre. No había pecado, no estaban las consecuencias del pecado, no había hambre, ni sed, ni dolor, ni lágrimas, ni muerte. El pecado trajo todo esto como parte de su maldición. Cristo vino y venció al pecado, sufriendo hambre, sed, dolor, lágrimas y todo el juicio de Dios por tus pecados. Al hacerlo, venció tu maldición. Porque Él obtuvo la salvación para ti, por eso tus pecados te son perdonados. El cielo es tuyo... y el cielo es estar en la presencia de Dios, por toda la eternidad.

El infierno no es para ti. Por el contrario, el infierno sería donde Dios no está, o al menos donde Dios no está presente con su gracia y misericordia. Para aquellos que no quieren tener nada que ver con Dios, reciben lo que quieren, encontraran una existencia sin Dios y será una terrible eternidad. Has sido lavado por la sangre del Cordero. Tu futuro, tu eternidad, es la vida en su presencia, con todo lo bueno que ello conlleva. Eso es lo que Dios ofrece a todos los hombres por medio de su Hijo Jesucristo, para que todo aquel que cree en Él sea salvo del infierno y llevado a la ciudad celestial. 

Por el momento, no estas ni en el cielo ni en el infierno. Estás en este mundo y quizá haya un poco de infierno aquí, porque todavía sufrimos las consecuencias del pecado con enfermedades, problemas, ansiedades y todo lo que contribuye a nuestra gran tribulación. Pero este mundo no es el infierno, porque Dios sigue presente en este mundo. Hay un pedacito de cielo, Dios está contigo, tan cerca como lo están sus medios de gracia. Él te ha vestido con la túnica blanca de la justicia en tu bautismo, Él sigue limpiándote con su absolución y te da un anticipo de la fiesta por venir en su Cena.

Este mundo no es el cielo, si bien Dios está presente entre nosotros, todavía tiene que esconderse en su Palabra y junto a esta con el agua, el pan y el vino. Debe hacerlo porque los pecadores no pueden estar en su gloriosa presencia y vivir. Así que por ahora, estamos entre el cielo y el infierno, sufriendo algunas de las consecuencias del pecado, teniendo nuestras tribulaciones pero también disfrutando de la gracia celestial.

Apocalipsis 7 te muestra tu futuro. Este mundo no es el fin o tu destino final. Tu lugar está en esa multitud alrededor del trono de Dios, ese futuro ya es seguro porque el Cordero ya ha derramado su sangre por ti y perdonado todos sus pecados. Como heredero de esa fortuna transitas esta vida sabiendo que es sólo una cuestión de cuándo, no de si has ganado la herencia o no. Lo único que te apartaría de esa herencia sería si rechazaras esa herencia. Ese es el truco que el diablo utilizará para que huyas de los dones de Dios, de su perdón, de su gracia y escojas el pecado y el infierno como lugar de morada eterna. Él va a tratar de hacer que el pecado sea atractivo y tú te aferres a él por sobre la gracia y las promesas de Dios. Tratará de hacerte dudar de la presencia de Dios, de que has sido olvidado por Dios y que ya estás en un infierno si esperanza. Muchas veces las tribulaciones a las que te enfrentas pueden parecer grandes en comparación con tus fuerzas y habilidades. Pero Cristo es más grande y aquí está la prueba: toda tribulación a la que te enfrentas es el resultado del pecado. Pero Cristo ya ha vencido al pecado y a la muerte. Él salió de la tumba, para nunca más morir y si Él ha conquistado los mayores enemigos, sin duda es superior a la tribulación que te aflige.

Por la gracia de Dios perteneces a una gran comunidad. Ahora puedes responder que la Iglesia a la cual perteneces hay un número incontable de personas que a pesar de sus problemas, sufrimientos y pecados, han sido liberados por Cristo. Este tiempo de tribulación cesará, porque ya ha sido derrotado. Todo lo que tiene poder para separarnos de Dios ha sido destruido en la cruz. La vida eterna en su gloriosa presencia ya te ha sido otorgada, allí no habrá hambre, ni sed, ni calor abrasador o cualquier otro sufrimiento. Esas cosas no pueden estar allí, porque son el resultado del pecado. Tú estarás allí, porque Cristo ha quitado tus pecados. El Señor viene pronto y te librará de las tribulaciones, pero por mucho que el Señor se demore en su sabiduría y misericordia, tienes la realidad de Apocalipsis 7 para alegrarte. Sabes el final de la historia. La vida eterna, liberado de todo pecado y de toda consecuencia del pecado, es tuya, porque has sido perdonado de todos tus pecados.

viernes, 24 de mayo de 2019

“El gran milagro de JESÚS: Nuestra Fe”


2º Domingo de Epifanía - Ciclo A


 


TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                               19-01-2014

Primera Lección: Amos 9:11-15

Segunda Lección: Efesios 5:22-33

El Evangelio: Juan 2:1-11

 


La temporada de Epifanía nos muestra la manifestación de Jesús y cómo Él se da a conocer. En Navidad, se revela su llega y durante la Epifanía hace saber que Él ha venido a salvar. En el Evangelio de la semana pasada, escuchamos sobre el bautismo de Jesús y que vino a tomar el lugar de los pecadores. Allí Dios el Padre declaró que Jesús es Su Hijo amado, también el Espíritu Santo descendió sobre Él en forma de paloma. Esta semana oímos que Jesús va a una boda y convierte el agua en vino. Pero hay mucho más en este texto donde Jesús que el hecho de convertir el agua en vino. Esto fue un milagro, algo sobrenatural, pero allí Jesús está manifestando algo muy importante acerca de sí mismo. 


Nuestra Voluntad vs. La de Dios: En el dialogo entre el Señor y su madre, ella le dice: “No tienen vino”. Quizá la respuesta de Jesús es un poco desagradable: ¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora. Reconocemos que María ha tenido el increíble honor de concebir a nuestro Señor, pero también recordamos que ella es un ser humano necesitada de redención. Al parecer, quiso utilizar su posición como madre de Jesús para que use su autoridad divina. Aunque Él es el autor del mandamiento de “Honra a tu padre y a tu madre”, también es el Hijo de Dios, con sabiduría y voluntad divinas, que ni María ni nosotros podemos comprender. Él no está aquí para hacer la voluntad de María ni la nuestra, aun cuando nuestras peticiones estén hechas con la mejor de las intenciones. Ha venido a hacer la voluntad de Su Padre que está en los cielos: ir a la cruz para morir por los pecados del mundo y la de no “rescatar” del escándalo al servicio de bodas que no se han preparado para esta ocasión. Él hará el milagro, aunque con un propósito diferente: lo hará para que su gloria sea conocida. Aquí  la Ley nos muestra una valiosa lección: una de las mayores tentaciones que enfrentamos, cuando estamos metidos en cualquier crisis, es la tratar de influir en el Señor para que haga lo nosotros deseamos. Si el Señor no permitió que su propia madre le influyera, Él no va a dejar que su santa voluntad sea alterada. En cambio, la fe nos lleva a orar y a confiar en lo que oramos regularmente: “Hágase tu voluntad”


Nuestra Fiesta eterna. En Deuteronomio 18:18, fue profetizado que el Mesías sería un segundo Moisés enviado por Dios que pondría sus palabras en su boca y todos los que le escucharan y creyeran se salvarían. Jesús fue el segundo Moisés. Al comienzo de su ministerio público, Moisés convirtió el agua en sangre ante el Faraón. Se trataba de un anuncio del juicio de Dio por la incredulidad del rey, una advertencia de que debía dejar en libertad al pueblo de Dios. La primera plaga trajo la muerte a los peces del Nilo, así el milagro de Moisés tornó el agua en un elemento de juicio y muerte. Al comienzo de su ministerio público, Jesús convierte el agua en vino, pero esto no es un anuncio de juicio, sino un anuncio de alegría y gracia. El Señor está en una boda, allí su milagro transmite una promesa. El abundante vino es un símbolo de redención y restauración (Amós 9:13-14) pero ahora el nuevo pacto es por su muerte y resurrección, Jesús restaurará al hombre llevándolo a la relación íntima con Dios, aquella que tenía en el Edén. A la vida en la eternidad se la conoce también como “la fiesta de Bodas del Cordero”. Por lo tanto, Jesús, “el segundo Moisés”, no es como el primero. El primero advirtió Faraón de juicio, mientras que el segundo llegó a lograr y dar la redención. Algunos nos dirán que Jesús tiene que ver con juicio, prohibiciones o castigos, que su cruz es una razón más para que nos sintamos culpables por nuestros pecados. Pero nosotros sabemos que Él trae perdón y vida, por el derramamiento de su propia sangre. Que no vino a traer culpa y vergüenza sino a morir en nuestro lugar para que puedas ser liberado del pecado y llevado a la vida eterna, al banquete de bodas del Cordero. 


Volviendo a las reglas de Dios. Jesús usa grandes tinajas de aguas que se usaban para los ritos de purificación. Podemos ver en otros evangelios la insistencia en los ritos (Marcos 7:3-4) de lavarse las manos, utensilios, vasos e incluso la mesa antes de comer, eran leyes que habían hecho los hombres, quienes decían lo que había que hacer para estar limpios. Ellos creían que así se ganaban el favor de Dios y podían alcanzar el cielo, teniendo que cumplir un montón de leyes. Pero el lavarse las manos o los cubiertos no nos libra del pecado, por lo que Jesús tiene un mejor uso de esas tinajas: Tienen que llenarlas con agua y esa agua será convertida en vino por Su Palabra. Es otra faceta del milagro: Jesús reemplaza el agua con vino, una declaración visual de que Él es el que limpia, purifica. Reemplaza las reglas del hombre que nunca podrían salvar con las de Él, que va a morir por los pecados del mundo. 


Hay algunos cristianos que declaran que el consumo del alcohol es un pecado y se llega a decir que cuando Jesús convirtió el agua en vino, era vino sin alcohol o en realidad era sólo agua a la que se llamó “vino” de una manera bondadosa. Pero eso no es lo que dice la Palabra. Es vino. Por lo tanto, la doctrina de que todo el consumo de alcohol es un pecado, es una doctrina falsa. No afirmamos que se debería beber sin control ni mucho menos. La mayor lección es la siguiente, no debemos inventarnos leyes que Dios no nos ha dado, mucho menos  atar las conciencias de las personas a ellas. Haciéndolo se crea una falsa culpa y orgullo, además se convierte al Evangelio en una nueva Ley y las personas nuevamente son esclavos en lugar de liberarlos por medio de la gracia.

A excepción de María, sus discípulos y algunos sirvientes, no hay pruebas de que otros supieran el milagro que se ha producido. A ellos y a ti, la gloria de Jesús se ha manifestado. Pero ¿cómo un invitado de la boda iba a saber que algo así había sucedido? El encargado de la fiesta pensó que el novio había abierto un nuevo tipo de vino, porque todo lo que sabe es que los criados le trajeron un poco de vino para degustar. No hubo ningún rayo, trueno, fuerte viento o luz cegadora. Nada sobrenatural parece haber ocurrido. De hecho, si hubieras estado allí para ver el milagro, lo que hubieras visto es a Jesús hablando con los sirvientes para que llenaran algunas tinajas de agua. Que tomen un poco de agua y la lleven al maestresala. Cuando el maestresala lo degusta comprueba que es un muy buen vino. Pero esta simpleza no disminuye el milagro, allí Jesús manifiesta su gloria. Aun cuando no se ve nada glorioso en absoluto. Algo así como su nacimiento en el pesebre, como lo sucedido en la cruz. Así es como Jesús trabaja para salvarnos, manifestando su gloria no como esperamos, sino como a Él le place, por medio y de manera simple y sencilla.

Gran consuelo para nosotros y para este mundo. Jesús está presente allí en la boda y Él realiza un milagro. Él usa su Palabra para hacerlo y usa a unos sirvientes como sus instrumentos. Los criados no hacen nada milagroso, pero sin embargo, fue por este milagro que Jesús manifiesta su gloria. Es por este milagro que sus discípulos creyeron en Él. Cada uno de nosotros tenemos el privilegio creer en Él y de ser uno de los criados de la fiesta. Cada cristiano es un instrumento de Dios. No eres un hacedor de milagros, pero si eres las manos y la boca del Señor. Cuando compartes la Palabra y hablas o llevas a otros a los sacramentos, el Señor está presente para dar perdón, vida y salvación. Quizá no lo veas, no sientas y habrá momentos en los que tendrás que estar con las personas en situaciones extremas. Pero esto no se trata de ti, tú eres un siervo que está haciendo lo que el Señor te ha dicho que hagas. Se fiel a ese llamado y déjale los milagros a Él, que obrará las maravillas y manifestará su gloria como le parezca adecuado.


Jesús se hace presente en nuestra realidad. Nos reunimos en los Oficios o en torno a su Palabra porque Cristo está presente entre nosotros. No le vemos, pero Él promete estar allí. Escuchamos su Palabra y recibimos su Cena y porque Él nos da el perdón de los pecados allí, es un servicio anticipo de la fiesta por venir, el banquete de bodas del Cordero en la eternidad, cuando estemos en la presencia de Jesús. Quizá no veas a tu glorioso Salvador con los ojos, o habrá veces que desearas un milagro, de sanidad, para arreglar conflictos, para que las cosas sean como antes, para sacarte de la situación donde estas metido, del miedo, del dolor o de la incertidumbre y cuando confrontado por la aflicción, estés tentado a impacientarse y a orar para que el Señor te libre ahora mismo. Sabemos que Él puede hacerlo si así lo desea, hay muchos milagros en las Escrituras donde el Señor obró de manera espectacular para que todos lo vean. Pero cuando es tu turno de sufrir el tiempo se hace eterno, el diablo nos tienta a ser impacientes con Dios, a cansarnos de esperar que Dios obre milagros. No hay que olvidar que fe significa confiar en lo que no se ve, a menudo, a pesar de lo que haces. Romanos 8:24-25. El Señor es fiel, incluso cuando tú no ves los milagros. Prueba de ello es la cruz, porque si Dios ya ha sacrificado a su Hijo por ti, Él no te abandonará ahora.


El mayor de los milagros. El mensaje de las bodas de Caná no es la paciencia, no es la espera de un milagro. Cuando se le dijo que el vino se estaba acabando Jesús no dijo: “Ten paciencia y no te preocupes que en el cielo hay suficiente vino”. Él hizo un milagro en ese momento, a pesar de que muchos no se dieron cuenta del milagro. El Señor está presente aquí, contigo y cuando el Señor está presente, Él está obrando milagros. Los milagros que obra son mayores al de convertir el agua en vino: Él está convirtiendo personas pecadoras y muertas espiritualmente en hijos de Dios. Es lo que sucede en el Bautismo, somos llevados del pecado y la muerte a la vida y salvación. El diablo es echado fuera y Cristo es ahora nuestro rey. En las películas cuando se hacen exorcismos, el diablo es echado fuera por medio de  todo tipo de maravillas y señales sobrenaturales, pero tú no recibes tu fe de las películas. Es por medio de la Palabra que se te asegura que Cristo estaba presente en tu bautismo. Él hizo algo milagroso, por eso el Bautismo es que hemos resucitado de la muerte a la vida eterna.


No desestimes la predicación de la Palabra, ya sea el sermón proclamado o leído. El diablo intentará que creas que no sirve de nada, que es puro mito y que es algo que hay que soportar y evitar de ser posible. Pero se trate de un sermón o de su lectura, la Palabra de Dios es su poderosa Palabra, la misma Palabra de Dios que creó los cielos y la tierra, la misma palabra que Jesús pronunció para sanar a los enfermos y resucitar a los muertos. Por esa Palabra, Él todavía crea la fe y perdona los pecados. Cuando tú lees o hablas de la Palabra es el Señor el que está obrando por su Palabra para dar vida. Eres la boca de Dios y el Señor es el que obra el milagro de la vida eterna a los demás.


No nos atrevemos a dejar de lado la Cena del Señor, porque Jesús está sin duda presente allí. La recibimos a menudo porque Jesús nos dijo que lo hagamos con frecuencia. Pero con el tiempo viene el desprecio y la tentación de pensar que es sólo otro rito o algo que se hace en el servicio. Pero una vez más, allí Cristo da perdón y vida. Es allí donde el cielo y la tierra se unen. Allí dispones de un anticipo de la fiesta por venir. El hombre puede llegar a todo tipo de descubrimientos espectaculares, pero sólo Cristo puede dar la vida eterna y Él lo hace allí.


Después de esta lectura el Señor va contigo. Vuelves a la vida familiar, la escuela, el trabajo, cualesquiera que sean tus vocaciones. Algunas de las cosas que tengas que hacer serán frustrantes y decepcionantes. Pero recuerda que eres un hijo de Dios, viviendo una vida santificada, que eres la voz y las manos de Dios para cuidar de otros. Él te usa en el servicio a los demás. Esa es la lección de las bodas de Caná, donde Jesús realizó su primer milagro,  manifiesto su gloria y casi nadie se dio cuenta. El mismo Señor está contigo, presente para salvar, obrando para darte el milagro de la vida eterna y Él manifieste su gloria porque has sido perdonado de todos tus pecados por su obra.

sábado, 18 de mayo de 2019


  16 Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa.



Cuando ayunéis…  ¿Qué dijo Jesús?  ¿Vamos a ayunar? 





Nuestro Señor nos ha hablado de varios hábitos:  de dar limosnas, y también de orar.  De hecho, los versículos quitados de nuestra lectura de San Mateo, versículos 7 a 15 del sexto capítulo, contienen el Padrenuestro.  También contienen la enseñanza sobre la importancia de perdonar a nuestros hermanos, para que no perdamos el perdón de nuestro Padre en los cielos.  Jesús nos habla de la importancia de las limosnas, de las oraciones, y del perdón.  Creo que todas estas cosas nos parecen cosas normales de la vida cristiana.  ¿Pero ayunar?  ¿Renunciar el comer?  ¿Por qué?  ¿Cuándo?  ¿Y por cuántos días? 



No sé si algunos de vosotros tienen experiencia con ayunar, pero seguramente, no es muy común en nuestro entorno del siglo 21.  Creo que ayunar es un poco difícil a imaginar, porque la comida es tan abundante en el día de hoy, y tan buena.  Muchas comidas que hace poco fueron exquisiteces ahora son comunes.  Pero, si el ayuno era algo común en el primer siglo, cuando la hambruna fue una amenaza común, quizás nosotros, que no sabemos nada de hambre, deberíamos pensar un poco más en ayunar de vez en cuando.  



Pero como siempre, cuando pensamos en cómo vamos a vivir como cristianos, debemos investigar los motivos, para no ser hipócritas.  Porque el exterior no importa tanto al Padre, pero más bien el corazón, la voluntad desde que surge nuestras acciones.  Entonces ¿Por qué ayunaríamos? 



No para ganar perdón y salvación; no ayunamos para conseguir nuestra propia justicia.  Esto es la idea fundamental de nuestra lectura, que no hagamos estas obras buenas para recibir reconocimiento público como buenos cristianos.  No porque Dios no quiere que las obras buenas de su pueblo no sean vistos.  En el mismo evangelio Jesús dice: “Vosotros sois la luz del mundo; … Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.”  (San Mateo 5:14-16). 



El problema no es que alguien vea nuestras buenas obras, sino que pongamos nuestra confianza en ellas, porque hacerlo es la perdición.  Si confiamos en nuestras obras, no estamos confiando exclusivamente en la obra salvadora de Dios, revelada a nosotros en Cristo Jesús. Y Él es nuestra justicia, nuestra salvación, nuestra santificación.  Solo Él.  No hay salvación en ningún otro nombre.  Entonces, si la meta de nuestras oraciones, nuestras limosnas, y nuestros ayunos es dar la impresión que, por estos, ganamos la justicia necesaria para la salvación, denegamos el evangelio y rechazamos a Cristo y su sacrificio para nosotros.            



La motivación correcta para orar, dar limosnas, perdonar y ayunar es la fe verdadera en Cristo, una fe que reconoce que no podemos contribuir nada a nuestra propia salvación, una fe que se regocija en la buena noticia que Jesús ya ha hecho todo para nosotros, y que nos regala la salvación gratuita.  La fe verdadera, segura en el amor de la Cruz, busca sin compulsión seguir a Jesús.  La fe nos da el deseo de imitarle, dentro de las limitaciones de la criatura.  La fe verdadera no busca recompensa o reconocimiento, porque ya ha recibido todo, en Cristo. 



Entonces, ¿Por qué ayunaríamos?  ¿O por qué renunciaríamos alguna cosa durante la Cuaresma?



Primero, por el ejemplo y dicho de Jesús.  Nuestro Señor nos enseña y nos dice que es una cosa normal de la vida bautismal.  Como vamos a oír en el evangelio del domingo que viene, justo después de su Bautismo, Jesús mismo ayunó por nosotros, en el desierto, al principio de su ministerio.  Es de la experiencia de Jesús, ayunando 40 días en el desierto, que la Iglesia cogió la idea de 40 días de Cuaresma, y también la tradición de ayunar o renunciar algunas comidas durante la temporada pre-Pascual.   



Además, ayunaríamos para reconocer que somos hombres, no dioses.  El ayuno nos ayuda recordar que somos polvo y al polvo volveremos.  Somos seres frágiles, que sin comida muy pronto debilitamos.  El recordatorio que nuestra existencia física depende en la bondad de Dios también nos ayuda recordar que lo mismo es la verdad de nuestra existencia espiritual. 



Además, cuando nuestra hambre nos toca durante la Cuaresma, es un recordatorio de lo que nos ha hecho el Hijo de Dios, renunciando toda la gloria y majestad de su trono en los cielos para entrar en nuestro mundo.  Jesús ayunó, andando el camino que no podíamos andar, sufriendo el castigo insoportable, para rescatarnos de nuestros pecados.  



Y desde este recordatorio nos encontramos más listos para comprender que la comida más importante no es para nuestros estómagos, más bien para nuestros oídos.  Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.  El ayuno no debería un tiempo vacío, con solo dolores en el cuerpo.  Deberíamos llenar el vacío con la Palabra de Dios, en la confianza que Dios nos ayuda por el hambre física tener más apetito para su Verdad. 



Finalmente, y más que todo, ayunamos para mejorar la celebración.  Después de ayunar, la primera boca de comida es un trozo del cielo, un placer extraordinario, creado por la ausencia.  Después de una separación, el abrazo y beso de su amado es mejor que nunca.  Y, si elegimos de renunciar algo durante la cuaresma, deberíamos planificar una celebración de retorno en el Día de la Pascua de Resurrección, una celebración mundana que refleja el gozo del tesoro real, Cristo, crucificado y resucitado para ti.  



Y por eso, no seamos austeros.  Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, 18 para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público, en la celebración pública de su Iglesia, invitándote al banquete de su Hijo.  Y un día pronto, Jesús mismo te va a recompensar públicamente y eternamente, cuando Él regresa para inaugurar su reino eterno. 



    Cualquier ayuno cristiano es un tiempo de considerar y maravillarse en lo que ha hecho Dios para garantizar nuestra invitación al banquete celestial, donde nunca vamos a faltar ninguna cosa buena.   



Esto es la Cuaresma.  ¿Vas a renunciar algo para la Cuaresma?  Si quieres hacerlo, hazlo con algo bueno, para que en la Pascua puedas celebrar la reanudación. 



Si no quieres ayunar, tal vez renuncias un poco de tiempo, que normalmente usas para ver el televisor, o leer en el Facebook.  Podríamos renunciar este tiempo de entretenimiento, para dar los 5 o 10 minutos cada día, dedicándolo a la Palabra de Cuaresma.  Quizás para leer un evangelio o una carta de los Apóstoles. 



No es un mandamiento, es una oportunidad, de profundizarnos en la historia de nuestro Salvador, quién ayunó y sirvió y murió y resucitó para darnos su infinita vida.  Una bendecida Cuaresma a todos, en el Nombre de Jesús, Amen. 


viernes, 10 de mayo de 2019

¿Qué creen ustedes sobre Jesús?



          

TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                                                     
Primera Lección: Génesis 17:1-7, 15-16
Segunda Lección: Romanos 5:1-11
El Evangelio: Marcos 8:27-35

El Misterio de esta Confesión
Existe cierto misterio alrededor de la confesión de Pedro de que Jesús es el Cristo ¿Por qué no hizo nadie esta confesión antes del capítulo ocho de Marcos?
Jesús ya está preparado para inclinar su rostro hacia Jerusalén.
En cuanto a los que son testigos oculares de Jesús, más que todo a sus discípulos, mas que todo a los que le seguían por dos años y medio.
¿Por qué no lo han confesado como Cristo?
¿Por qué son ellos los que hacen esta confesión? Se podía esperar de cualquiera menos de ellos, porque son los que tienen sus circunstancias los imposibilitan para ello.
La Confesión de los Ángeles y los Demonios
Los ángeles son los primeros en confesar que él es el Cristo… que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor.” (Lucas 2:11)
Luego los demonios hacen esta confesión:También salían demonios de muchos, dando voces y diciendo: ¡Tú eres el Hijo de Dios! Pero él los reprendía y no los dejaba hablar, porque sabían que él era el Cristo (Lucas 4:41)
¿Cómo puede ser esto? Que los ángeles y demonios, seres supernaturales, comprenden, que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Mientras que sus discípulos, sus amigos, sus familiares y los seres humanos en general, luchan tanto con esta confesión.
Para los humanos, Jesús creó división, como Simeón profetizó: “Éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha.” (Lucas 2:34)
Por la naturaleza humana, los seres humanos somos ciegos, sin capacidad de ver que Jesús es el Cristo. Jesús no cumplió con las expectativas humanas. La presencia de Jesús creó controversia, las enseñanzas y los milagros de Jesús no provocaban la confesión anticipada, hasta los familiares y los amigos del pueblo natal de Jesús en Nazaret intentaron a matarlo.
La mayoría de la gente se daba cuenta de que estaban en la presencia de un gran profeta, un profeta como Elías, o alguno de los antiguos profetas. Pero para la mayoría de la gente, Jesús no era más que un profeta, nada más que otro profeta, en una línea de predicadores y obrador de milagros de Dios. No era nada más que un profeta más que testificaba la verdad de Dios. Pero los ángeles y demonios sabían que Él era más que un profeta, que Él era el Hijo de Dios, el Cristo. Que el Cristo estaba presente, para liberar la creación de su cautiverio, para liberar al mundo de las garras de Satanás, para perdonar los pecados y para sanar las enfermedades.
La Confesión de Pedro
La identidad de Jesús es la pregunta crucial durante su ministerio en Galilea, justo antes de la confesión de Pedro, San Lucas nos informa que Herodías estaba en búsqueda de Jesús. Había escuchado rumores circulando acerca de Jesús, que podría ser Juan el Bautista, resucitado de la muerte o Elías o alguno de los profetas.
La gente comenzaba a preguntarse ellos mismos. Así que Jesús les hace la pregunta a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que soy yo?” (Marcos 8:27b…y siguiente)
Los discípulos dan la misma respuesta que Herodías había escuchado, Juan el Bautista, Elías o alguno de los profetas. Jesús les pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy?”, al fin y al cabo, a Pedro la verdad lo ilumina:
“Tu Eres el Cristo.”.
¿Por qué ahora?  ¿Por qué llega la confesión en este momento del ministerio galileo de Jesús?
Jesús está ahora en Cesarea de Filipo, justo al sur de Damasco, en la encrucijada de muchos viajantes situada en la sombra del impresionante templo de Pan, el dios favorito de muchos ciudadanos del Imperio Romano, el patrón de muchas fiestas ruidosas.
Muchos venían a Cesarea de Filipo porque se encontraba allá la cabecera del rio de Jordán, venían para adorarle a Pan, venían para ser sanados por el agua que fluía desde el monte Hermón, mirando hacia el amplio valle que se extendía hacia el Mar de Galilea. Jesús y sus discípulos se encontraban entre muchos que estaban en búsqueda de Dios.
Como muchos que están en búsqueda de Dios en los Estados Unidos, como muchos que están en búsqueda de Dios aquí en España, precisamente aquí, en el medio de esta grave idolatría, Pedro le dice a Jesús: “Tu Eres el Cristo.” Es una pregunta excelente tanto para Pedro como para nosotros: ¿Quién eres tú, Jesús? ¿Eres tú el Cristo?
De importancia equivalente es la pregunta: Jesús ¿Qué viniste a hacer?
La identidad de Jesús como el Cristo fue un tropiezo, pero también sus hechos presentaron una ocasión de caer. Hasta que la resurrección, especialmente para Pedro, para los discípulos, para todos.
Lo que les escandalizaba más fue lo que tuvo que hacer Jesús para nuestra salvación: “Pero él les mandó que no dijeran esto de él a nadie.  Comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del hombre padecer mucho, ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, ser muerto y resucitar después de tres días.” (Marcos 8:30 y siguiente)
El sufrimiento, la crucifixión, la muerte, todo esto fue muy duro para que Pedro lo soportara, es demasiado duro para que nosotros lo soportemos.
Cada uno que se ubica en contra del sufrimiento de Cristo, se alinea con Satanás.  Así que el pobre Pedro se encuentra a si mismo nuevamente poniendo la mira en las cosas de los hombres en vez de las de Dios (referencia a Marcos 8:33). Pedro todavía no había entendido que la vida de un seguidor de Jesús es una vida bajo la cruz, “Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará.” (Marcos 8:35).
Por más de diez años la Iglesia Evangélica Luterana Española viene proclamando lo que cree sobre Jesús, Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. (Romanos 5:8)
Este es el mensaje del que ustedes son testigos, que Cristo vino para morir por los pecadores. Que Cristo venció la muerte con su muerte y luego entró en su gloria. Que nosotros somos bautizados en su muerte y resurrección y que comemos una cena espléndida de su cuerpo y su sangre derramada para el perdón de los pecados.
Este es el mensaje inmutable que proclamamos. Esto es lo que creemos sobre Jesús. Amen