sábado, 29 de diciembre de 2018

Arrepentimiento y confesión.


“Ahora, pues, dice Jehová, convertíos ahora a mí con todo vuestro corazón, con ayuno, llanto y lamento. Rasgad vuestro corazón y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová, vuestro Dios; porque es misericordioso y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y se duele del castigo. (Joel 2:12-13)



El Oficio Divino que celebramos siempre comienza con el llamado al arrepentimiento y la confesión de pecados por parte de los asistentes. Eso es lo que el profeta Joel nos está instando. Vuelvan, arrepiéntanse, retornen… porque Dios es clemente y misericordioso. Él restaura y reconstruye. El arrepentimiento es el primer paso para cualquier trabajo de la iglesia. Lo que el arrepentimiento requiere en primer lugar es una evaluación precisa de dónde estamos, quiénes somos y lo que hacemos. Eso es lo que es Miércoles de Ceniza. Eso es de lo que se trata el tiempo de Cuaresma. Alegrarse porque hay un Salvador que busca al arrepentido de sus pecados.

Hoy que es Miércoles de Ceniza, tenemos un nuevo comienzo. Para examinar cuidadosamente nuestras vidas debemos usar la ley de Dios, los Diez Mandamientos. Cuando somos honestos con nosotros mismos y apreciamos que hacemos lo que es natural a nuestra naturaleza pecaminosa (como culpar a otros por nuestros errores, poner excusas o excepciones hacia nosotros mismos) nos encontramos con que estamos muy lejos de las exigencias de los Mandamientos o sea de lo que Dios requiere de nosotros. Cuando uno escucha cada mandamiento vemos como se destruyen nuestros autoengaños y se aplastan todas esperanzas de vivir de acuerdo con esas demandas. Después de todo tu pecado ha colgando un cartel de muerte en tu frente que dice “Recuerda, oh hombre, que polvo eres, y al polvo volverás”.  La muerte viene a por ti. Es el precio y la paga del pecado. La muerte significa juicio y Dios es un juez severo. Guardar los mandamientos es una quimera, vana ilusión. Por eso muchas veces en este día pintamos nuestras caras con hollín para recordarlo.

Todo esto está en la primera parte de la confesión que encontramos y leemos en el Catecismo de Lutero. En la parte de “confesamos nuestros pecados”. Esto no sólo significa que tener en cuenta el coste de nuestros pecados que conocemos y que nos duelen. Además significa “declararse culpable de todos los pecados, incluso los que no somos conscientes.” Allí afirmamos lo que Dios dice acerca de nosotros, que somos pecadores y que por esto pecamos. “Pecamos en pensamiento, palabra y obra por lo que hemos hecho y dejado de hacer”. No nos merecemos todo lo que Dios nos ha dado. Estamos lejos del Señor por nuestros pecados.

Pero Dios no solo nos llama, sino que viene a nuestro encuentro y aquí estamos, ante Dios, sin nada que ofrecer, salvo nuestros pecados, rogando por misericordia,

Crea en mí un corazón limpio, oh Dios, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de tu presencia, y no quites tu santo Espíritu. (Salmo 51)

En la segunda parte de la confesión lo que hayamos es el pronunciamiento de lo que no merecemos. Lo llamamos la absolución. Es la Solución de Dios a todos tus pecados, a todos tus males. Es el ahogamiento de nuestra naturaleza pecadora de nuevo en el Santo Bautismo.

No es magia, sino una conexión con la gracia y la misericordia de Dios. Ese Dios grande en misericordia. Ese es el don de Jesús en la cruz.

Cuando vamos a Dios con nuestros pecados está su mano extendida, que no perdona por nuestro arrepentimiento. Él no perdona porque lo que sentimos por nuestro pecado y por el deseo de no querer volver a pecar. Él perdona por causa de Jesús. Eso por esto que el Santo Bautismo es una conexión con Jesús. Sin Jesús también los pecadores arrepentidos obtendrían nada más que la ira de Dios.

Jesús es la respuesta de Dios a su ira. Hágase todas las preguntas de nuevo, sobre su vida, su muerte, sus pecados, sobre todo aquello en que ve su propio fracaso. Marquelas con una pequeña cruz. Porque cuando tu has fallado, Jesús no lo ha hecho. Las preguntas que son tu perdición y derrota, son la victoria de Jesús. De hecho, eso es exactamente lo que significa la justicia, “guardar los mandamientos de Dios a la perfección”. En cada una de las preguntas (y más) Jesús responde correctamente. Él guarda los mandamientos a su máximo y más profundo significado. Jesús no se limita a hacer las cosas bien, es perfectamente justo en cada pensamiento, palabra y obra. Es tan absolutamente cierto que Dios el Padre dice de Jesús: “Este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia” Y para demostrar que esto es cierto sobre Jesús, después de que Jesús fue crucificado..., muerto y sepultado…. Descendió a los infiernos. Al tercer día resucitó de entre los muertos (Credo de los Apóstoles). Ninguna historia es más importante que la resurrección de Jesucristo. Él vence el pecado con la conquista de la muerte. La paga de la muerte de Jesús es la vida. Por eso Dios es lento para la ira y grande en misericordia. En la cruz, Jesús, un inocente, es condenado a muerte como el mayor pecador de todos los tiempos. Cada mandamiento se amontona y deposita sobre él. Uno tras otro, la paga de los mandamientos rotos se acumulan en Jesús. Sin pecado Jesús lleva nuestros pecados por medio de la cruz sobre la muerte. Su justicia es suficiente para cubrirlo todo. El castigo por el pecado es ejecutado en la muerte en Jesucristo.

Todo esto es por y para ti. La vida de Jesús. La muerte de Jesús. La resurrección de Jesús. Para ti, todo para ti. Confía en Dios que tiene misericordia y compasión de ti, porque Jesús hizo todo esto por ti. Dios se duele del desastre del pecado debido a que Jesús fue cubierto con ellos para ti. Aférrate a la fe de Jesús. Regocíjate en Jesús y su perdón. De cara a tu confesión, Jesús es la absolución. Es en las aguas de bautismo, en la fuente de vida, en la presencia de Cristo cubriéndote que el viejo Adán fue ahogado. El hombre nuevo nació en ti. Muerte y resurrección de Jesús te fue dada, es así que tu también has experimentado su muerte y resurrección. Tu confesión de los pecados no queda sin ser oída, Dios manifiesta su clemente perdón. Ese es el Santo Bautismo para usted.

¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida. En efecto, si hemos estado unidos con él en una muerte como la suya, también lo seremos unidos con él en su resurrección. Sabemos que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea llevado a la nada, por lo que ya no estaríamos siendo esclavos del pecado. Para alguien que ha muerto, ha sido liberado del pecado. "(Romanos 6:3-7, NVI)

En este bautismo Dios te hace su propio hijo, parte de su familia. Esta es la realidad de nuestro arrepentimiento. El pecado y el perdón que se unen para ti en Jesucristo. Él vertió sobre ti el agua y la Palabra de Dios, Evangelio puro. La confesión y la absolución afirman que el Bautismo sigue vigente, que tu debes recordarlo y usarlo, que se repite todos los días. El ahogamiento de nuestro pecado una y otra vez y el privilegio de vivir nuevamente como un hijo de Dios porque todos tus pecados han sido perdonados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.


viernes, 21 de diciembre de 2018

“Por qué Cristo es importante para ti”




INTRODUCCIÓN: Imagina por un momento que esta semana recibes una llamada de un abogado que te dice que un tío ha muerto. Era un tío que apenas recordabas, que vivía solo en una casa derruida en medio de la nada. El abogado te dice que este tío te ha dejado un regalo de un millón de euros en efectivo. Pero entonces, el abogado te informa que hay una trampa. Este tío ahorro un millón de euros porque vivía muy austeramente; ni siquiera tuvo agua o electricidad en su casa. Lo complicado de esto es que además de pagar todos los impuestos al gobierno, este pariente exige que tengas que vivir de la misma manera durante veinte años antes de que recibas el regalo. Ahora imagine que un vecino muy pobre se acerca un día y te da un plato de galletas como regalo por tu cumpleaños, te sonríe, te desea un feliz cumpleaños y se va. ¿Cuál de estos es un verdadero regalo? Dios quiere que sepas, entiendas y vivas tu salvación como un regalo gratuito que te da, sin ningún tipo de condiciones, sin ningún tipo de obligaciones de ganártela en lo más mínimo. Dios nos enseña esto para que podamos creer en la certeza de la salvación y cada uno pueda confesar: “Soy salvo, no por obras, sino por gracia, por medio de la fe en Cristo”.


Soy salvo No por obras. La Carta a los Romanos es el gran libro doctrinal de la Biblia en el que Dios explica la fe cristiana. Pablo da una declaración básica de la fe diciendo al principio del libro que “no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” (1:16-17) Entonces Pablo muestra en los dos próximos capítulos cómo necesitamos desesperadamente el poder del evangelio para salvarnos porque no tenemos excusa alguna por nuestros pecados. En el capítulo tres, Pablo nos muestra el poder del evangelio para salvarnos a través de la fe en Jesús como Señor y Salvador y cómo somos justificados, que es un término legal que significa que somos declarados “no culpables” de pecado y se nos atribuye la justicia de Cristo. Esto nos hace santos a los ojos de Dios en el momento que nos lleva a la fe.


Dios quiere que entiendas y creas que esto significa que ya eres salvo, no por tus obras, es decir, no hay una acción que puedas aportar para ganarte el favor de Dios, ninguna buena obra te salvará. Para explicar esto, Pablo nos lleva de vuelta al padre del judaísmo, Abraham. Él hace esto porque si alguien obedeció lo suficiente a Dios como para llegar al cielo por sus propias obras, fue Abraham. Dios hizo promesas increíbles a Abraham, diciéndole, en Génesis 12:1-8 “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”. La escritura muestra que todas las naciones serían bendecidas por medio del Salvador que vendría de él, pero ninguna de estas promesas se haría realidad si Abraham no recibía primero un hijo.


En la lectura de Romanos, Dios nos lleva de vuelta a Génesis 15, donde después de obedecer a Dios e ir a nuevas tierras, Abraham oró a Dios recordando que no tenia herederos y así un extranjero heredaría todo lo que tenía. Su preocupación era que Dios no iba a cumplir sus promesas de darle una gran nación y sobre todo que el Salvador no vendría de él. Dios le dijo a Abraham, cuyo nombre en ese momento era Abram, Génesis 15:1-6 “No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande… Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia. Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia”. Pero qué significa que Abraham “creyó a Jehová, y le fue contado como justicia”. Dios explica exactamente lo que significa en la lectura de hoy, donde Dios dice a través de Pablo: “¿Qué, pues, diremos que halló Abraham, nuestro padre según la carne? Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios. Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia". Abraham podría haber sido capaz de presumir ante los demás acerca de cómo Dios vino a él e hizo estas promesas. Podría presumir ante los demás que él obedeció a Dios de muchas maneras e incluso abandonó su casa familiar para ir a una tierra lejana que no conocía. Pero ninguno de estos alardes le servirían ante Dios.


Dios explica por qué Abraham no tenía de qué jactarse en su presencia, demostrando que la salvación de Abraham fue un regalo. Pablo usa la analogía de recibir el sueldo para enfatizar este punto. Él dice “Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia”. Después de un duro mes de trabajo, probablemente no aprecies a tu empleador si dice: “He decidido darte esta paga como un regalo”, sabiendo que es el pago que te has ganado y que tu empleador te lo debe. Si Abraham tuvo que trabajar u hacer cosas para ganar su salvación, ya no sería un regalo, sino una obligación por parte de Dios de retribuirlo. Es absurdo pensar que Dios está obligado a dar al pecador, el perdón y la vida eterna por lo que ha hecho. Por esto Dios dice que la fe de Abraham le fue contada por justicia. Esto es lo que Dios dice a los pecadores que son enemigos de Dios, que han sido declarados justificados y libres por medio de la fe en Cristo Jesús. La salvación viene a los que no la buscan por las obras, sino a aquellos que simplemente confían y le creen a Dios, por lo tanto la salvación viene a nosotros a través de la fe sola. ¿Acaso piensas que realmente has hecho algo para ganar la declaración de ser justificado por lo que haces ante Dios?


La Vida viene mediante la fe en Cristo. Dios nos trae la certeza de que la salvación es nuestra, a través del don de la fe, nos dice: “Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe. Porque si los que son de la ley son los herederos, vana resulta la fe, y anulada la promesa. Pues la ley produce ira; pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión”. Si la promesa de salvación nos llegaría por la ley entonces lo que Dios le hubiera dicho a Abraham sería: “Si haces esto o aquello, entonces voy a hacer de ti una gran nación y todas las naciones serán benditas a través de ti”. Pero Dios hizo sus promesas sin condiciones.


Abraham tendría un heredero por medio de quien todo el mundo sería bendecido. Esta fue una promesa para toda la descendencia de Abraham. Más tarde Pablo muestra que la descendencia de Abraham no son los de la línea de sangre de Abraham, sino los que creen en la misma promesa del Salvador que vendría. Como explica Pablo, Abraham y su descendencia no recibieron esta promesa a través de la ley, sino sólo a través de la justicia que viene por medio de la fe. La ley no prevé el acceso a la gracia de Dios, a la misericordia o a la salvación. No se puede llegar a la gracia mediante la observación o la obediencia a la ley. Esto es así porque si uno llega a ser un heredero al obedecer la ley, entonces  qué valor tendría el tener fe. La fe no tendría ningún valor en absoluto para salvarte. Esto haría que la promesa de Dios de que somos justificados por la fe sea algo completamente inútil.


La razón por la cual la promesa no puede venir por la ley es porque la ley produce ira. Dios se toma en serio el pecado y su castigo, porque ha decretado que el castigo del pecado es la condenación, la separación eterna del amor, la paz y la misericordia de Dios. La ley demanda obediencia perfecta y nadie puede cumplir la ley perfectamente. Si deseas estar seguro de esto piensa en que si no hubiera ninguna ley, no habría transgresión o pecado, pero Pablo ya ha enseñado en Romanos, que la ley existe y es real, porque que Dios no sólo dio la ley escrita en el monte Sinaí, sino que también dio el conocimiento natural en todos los corazones. Por lo tanto, la salvación viene solamente por la fe y por la gracia de Dios, porque no hay otra manera. ¿O crees que de alguna pequeña manera realmente no necesitas la gracia y la misericordia de Dios? Si lo haces, no entiendes su ira contra el pecado, ni entiendes su gracia.


La gracia de Dios. Por eso Dios sigue diciendo: “Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros”. Dios nos salva, no porque esté en la obligación de hacer, sino puramente por un asunto de amor y misericordia. Su gracia es su amor inmerecido, un amor tan profundo que es incondicional, abnegado e intencional, que  ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Esta es la profundidad y la belleza de la gracia de Dios. Él nos da la promesa de la salvación por la fe y que la fe es también un regalo para nosotros. Como dice Pablo en Efesios 2:8-9 “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;  no por obras, para que nadie se gloríe”. Puesto que la fe es un don de Dios, tu y yo no tenemos nada de qué jactarnos delante de Dios, ni siquiera el orgullo que de creer, porque si nosotros mismos creamos nuestra fe, esta no sería un regalo de Dios.


Por la gracia de Dios, tenemos la certeza de la salvación que Dios garantiza a todos los descendientes de Abraham, que son todos los que creen en Cristo. Puesto que todos estamos salvados por la misma fe que Abraham, él es llamado padre de todos nosotros. Es por eso que Pablo dice: “como está escrito: Te he puesto por padre de muchas gentes delante de Dios, a quien creyó, el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen”. Cada persona nace espiritualmente muerta y Dios da vida a los creyentes por medio de la fe, esto es lo que significa nacer de nuevo. Él llama a los creyentes santos y sin mancha, aunque cada creyente es todavía un pecador.


¿Qué significa esto para usted? Tu salvación no es un asunto de tienes que hacer cosas para conseguirla, como la herencia del millón de euros, sino que es un regalo, no es algo que te ganas, sino al igual que el regalo de las galletas, se te ha dado libremente y por amor. Estas palabras de Pablo te dan la certeza absoluta de tu salvación en Cristo Jesús, porque es un don que viene a nosotros a través del don de la fe y Dios lo garantiza. Esto significa, en las horas de oscuridad de tu vida y en los momentos más felices, puedes recordarte a ti mismo: “Yo soy salvo: no por obras, sino por gracia de Dios por medio de la fe en Cristo”. Tienes esta certeza porque Dios por medio de su Palabra, de su presencia en el pan y vino, te garantiza el perdón de todos tus pecados, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

viernes, 14 de diciembre de 2018

El Poder del Amor de Dios.


“El Poder del Amor de Dios en Cristo”





TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                                                                                         

Primera Lección: Isaías 52:13- 53:12

Segunda Lección: 2º CORINTIOS 5:12-21

El Evangelio: Juan 19:17-30

Sermón


En cierta ocasión un periodista me dijo lo que pensaba respecto al cristianismo. Su opinión es la que comúnmente da el moralista o el humanista: “Trato de hacer lo que es recto, y respeto la religión de cada persona en el mundo.” Cuando le pregunté si él se consideraba pecador, replicó con indignación: “No.” Y cuando le pregunté si sentía que necesitaba a Cristo como a su Salvador, respondió sin el menor titubeo: “No; Cristo no entra en este asunto.” Entonces le sugerí cortésmente que no debía usar el nombre de cristiano, ya que el fundamento, el centro y el corazón de esa palabra es “Cristo.” Es evidente que este hombre no había entendido en lo más mínimo el significado de las siguientes palabras de nuestro texto: “Dios estaba en Cristo.” Este amigo había formado para sí mismo la clase de dios que quería tener; había creado un dios a su propia imagen; pero aún no se había enfrentado con el verdadero Dios, que tan poderosamente se ha revelado a sí mismo en lo que sucedió hace 2.000 años en aquel memorable viernes, que ha venido a conocerse con el nombre de Viernes Santo. Tan imposible es separar a Dios del Calvario como lo es separarlo de cualquier cosa que haya sucedido en la historia del mundo. Y precisamente porque el mundo sufrió un cambio tan radical a causa de lo que sucedió en el Calvario, no es definir a Dios debidamente si se pasa por alto el poderoso mensaje del Viernes Santo de que “Dios estaba en Cristo.”


Dios estaba en Cristo porque Dios es amor. Lo que sucedió en el Gólgota fue un acto de amor. Es ciego a la hermosura y la gloria del Calvario el que no ve resplandecer, en medio del abatimiento, de la avaricia y de la terrible crueldad, la cruz de Cristo como demostración efectiva del amor de Dios. “Dios da prueba de su amor a nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). El apóstol San Juan declara: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.” (1 Juan 4:10). Por unos momentos en este día santo fijemos nuestra vista en la cruz de nuestro Señor a fin de que descubramos con mayor intensidad “El Poder del Amor de Dios en Cristo”


1.         Es el poder que crea una nueva relación entre nosotros y Dios;

2.         Es el poder que transforma al hombre;

3.         Es el único poder que puede vencer al mundo.


1. Al declarar que es el poder que crea una nueva relación entre nosotros y Dios, queremos decir, por supuesto, que hay algo roto en nuestra relación natural con Dios. Todo el que mira a la vida con seriedad y busca a Dios, siente y ve esa rotura. El profeta Isaías se dio cuenta de esto cuando dijo: “pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios” (Isaías 59:2). 

Fundamentalmente es el pecado de adorarse uno a sí mismo y de rebelarse contra la autoridad y la soberanía de Dios. “los designios de la carne son enemistad contra Dios” es la manera como el apóstol San Pablo hace el diagnóstico (Romanos 8:7).


El problema está en cada persona en el mundo. Y he aquí por qué “Dios estaba en Cristo” y por qué “al que no conoció pecado, hizo pecado por nosotros.” A través de los siglos ha resonado el mensaje del Calvario: “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6). Y: “Cristo llevó nuestros pecados en su cuerpo” (1 Pedro 2:24). Piensa por un momento en lo que eso quiere decir. Piensa por un momento en los pecados de tu propia vida de los cuales tienes conocimiento. Multiplícalos por los billones de habitantes que hay en el mundo. Añade al resultado los billones de habitantes que han pasado de este mundo al otro. Esa inmensidad de pecado, esa carga colosal, onerosa, condenadora de pecado fue puesta sobre nuestro Señor Jesucristo.


Por esta razón no te es difícil darte cuenta del poder del amor de Dios en Cristo, y de saber por qué Cristo fue crucificado. Llevar toda la carga del pecado de todo el mundo sólo puede resultar en la muerte; pues “la paga del pecado es muerte.” Y sólo esto explica la siguiente declaración de nuestro texto: “Por todos murió.” Pero tu fe debe ver el poder del amor de Dios allí en el simple hecho de que Jesús murió. Es menester aprender el lenguaje de San Pablo: “Si uno murió por todos, luego todos murieron.” Debes darte cuenta de que a ti te atañe la muerte de Cristo de una manera muy personal e íntima. El gran poder del amor de Dios te ha identificado tan completamente con Cristo que realmente puedes decir: “En Cristo Jesús yo morí por mis pecados en el Calvario. No sólo llevó Él mis pecados sobre sí mismo, sino que también me llevó a mí mismo y me hizo parte de Él.” Cuando comprendes claramente la maravilla de esta gloriosa verdad, entonces comprenderás qué quiere decir San Pablo en Romanos, capítulo 6, al declarar que cuando somos bautizados en Cristo Jesús, somos bautizados en su muerte. Participamos de su muerte.


Ya que en Cristo y con Él he muerto por mis pecados, puedo comprender la buena nueva de nuestro texto de que Dios no imputa a los hombres sus ofensas, es decir, no las atribuye a los hombres. Y con razón, pues nosotros morimos por ellas en Cristo. Y aún más. No sólo ha desaparecido nuestra culpa, sino que también el vacío ha sido llenado con el don de la justicia misma de Dios. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros seamos justicia de Dios en él.” En estas palabras se relata el trueque más grande que se ha hecho en el mundo. Yo doy a Jesús mis pecados; Él me da, mediante la fe en Él, la justicia de Dios. Quizás ningún otro apóstol sintió tan profundamente este poder del amor de Dios como San Pablo. A los filipenses expresó su ardiente deseo de ser hallado más y más en Cristo. “y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Filipenses 3:9). 

Aquí tenemos, pues, el fundamento para una nueva relación con Dios procede de Él. (v. 18.) Es obra absoluta de Él. Mediante el poder de su amor “nos ha reconciliado consigo mismo por Cristo.” Nos ha adoptado en su familia, de modo que podemos exclamar con San Juan: “Ahora somos hijos de Dios” (1 Juan 3:2). Y no es meramente que Dios haya quitado nuestra culpa o cancelado el castigo que hemos merecido a causa de nuestro pecado. No; restauró la comunión personal con Él mismo, haciendo algo por nosotros. No es meramente que Dios haya cambiado de parecer respecto a mí. No; Él me transformó. 


2. Cuando un esclavo es liberado, se cambia la condición de un ser humano que se hallaba en la servidumbre. Desafortunadamente, no se obra ningún cambio milagroso en la personalidad o el carácter o la naturaleza de los que se hallaban en la servidumbre. Mucho tiempo se echa para obrar una regeneración y borrar el daño causado por el mucho tiempo de esclavitud de la mente y el aprisionamiento del espíritu. Pero la libertad obrada en el Calvario hace más que anunciar o promulgar nuestra libertad. La Cruz es más que un manifiesto vacío y mecánico. El poder del amor de Dios es tal que “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (v. 17). La Cruz hace más que meramente anunciar la exculpación legal del culpable pecador; es un poder que produce una transformación interna y crea una comunión nueva y vital y personal con Dios. El viejo punto de vista humano ya ha pasado, y empezamos a mirar la vida desde el punto de  vista de Dios. Nuestra filosofía, nuestra perspectiva y nuestra manera de pensar se hacen más y más divinas, porque somos nuevas criaturas en Cristo. La Cruz que ha sido sembrada en nuestro corazón crea un nuevo corazón dentro de nosotros. Existe el verdadero arrepentimiento; un cambio completo de mente acerca de Dios, de nosotros mismos, del pecado y de nuestra salvación. La historia del mundo resplandece con la luz que emana de la Cruz del Calvario, la cual creó una nueva época, sociedad, filosofía, literatura, código moral y un mundo totalmente nuevo. Y el esplendor de la Cruz puede ser visto en todo siglo y en toda civilización en que hombres y mujeres se han entregado al poder del amor de Dios en Cristo Jesús.


El cambio, ante todo, marcha en dirección hacia el amor nuestro. “y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.” La mayor victoria es la victoria sobre uno mismo. En Cristo hallo el gozo de dejar que Dios sea Dios, y siento satisfacción y suprema felicidad en ser simplemente hijo de Él. Es que ya yo no soy el centro del universo, sino Dios. Él se hace el centro de todo, y el gozo de nuestra vida consiste en pensar como Él piensa, hacer su voluntad y realizar la obra que Él nos ha encomendado. Por la gracia de Dios podemos lograr la altura de San Pablo y exclamar con él: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20).


Cristo y su amor: esa es la llave, el secreto, el poder de la nueva vida que es eterna. “El amor de Cristo nos constriñe”, declara San Pablo. Su amor nos impulsa, nos estimula. Eso nos hace triunfar. Las grandes victorias de la fe cristiana no se fundan en los afectos débiles y variables de nosotros los pecadores. Son la creación del gran poder reformador y transformador del amor de Dios que hace nuevas todas las cosas.


3. Todas las mañas que han propuesto los hombres para salvar a la humanidad son panaceas anémicas. La teoría de proporcionar espléndidas comodidades educativas y programas de recreación y viviendas modernas y seguridad económica se basa en que si se cambia el ambiente, también cambiará la naturaleza humana. Pero la historia del mundo y la experiencia humana y la revelación divina ponen de manifiesto con la mayor claridad que algún poder tiene primero que cambiar al hombre, y así el hombre transforma el ambiente, y no al revés.


El único poder que puede realizar este milagro es el poder del amor de Dios en Cristo. Y la responsabilidad, el reto que debemos sentir vivamente se nos transmite en expresiones como las que hallamos en nuestro texto: “Dios nos dio el ministerio de la reconciliación... Y puso en nosotros la palabra de la reconciliación... Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio nuestro; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.”


La verdad respecto al amor de Dios resplandece desde la Cruz del Calvario y cubre a todo el mundo. “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo.” El mensaje que la Iglesia debe promulgar es claro y poderoso: “¡Reconciliaos con Dios!” El mensaje quiere decir lo siguiente: Acepta la verdad de lo que Dios ha hecho, cree en su mensaje de amor, y deja que este mensaje de amor te transforme. No existe otra esperanza. En este mensaje del Evangelio se halla inherente el poder del amor de Dios en Cristo. Los creyentes somos la voz con que Dios se dirige al mundo. Quiera Dios que este Viernes Santo nos ayude a darnos cuenta de que tenemos la responsabilidad de ser “los oráculos de Dios” de modo que sintamos en lo más profundo de nuestra alma el impulso de Cristo y por ende digamos con San Pablo: “¡Ay de mí si no anunciare el Evangelio!” Amén.


viernes, 7 de diciembre de 2018

“ Jesús es tu Vida”


TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA                                                                                 

Primera Lección: Ezequiel 37:1-14

Segunda Lección: Romanos 8:1-11

El Evangelio: Juan 11:17-27, 38-53

 


En el invierno, incluso un cementerio bien cuidado, es un lugar terriblemente desolador para visitar. A pesar de que los árboles, arbustos y flores se plantan cuidadosamente para dar color y belleza al lugar de descanso de los seres queridos, sigue siendo un sitio de luto y dolor. Con la llegada el invierno, con sus fríos y bajas temperaturas, la vida parece que se retira: lo verde desaparece, el césped se vuelve marrón, las hojas se caen y las ramas parecen simples palos. En esas semanas de invierno, es un lugar donde todo parece muerto. Pero no es así, aunque a veces parece que nunca va a pasar, el sol brillará en lo alto, dará calor y luz, y el cementerio será un jardín diferente. Durante todo el invierno, los árboles y arbustos y el césped no están muertos para siempre, sino que están latentes, esperando Al sol para manifestar la vida.


Lo que vale para los árboles también es válido para el pueblo de Dios ya que el Hijo de Dios vino a traer vida.


La Gloria de Dios en la Tumba de Lázaro.


El Hijo de Dios llega tarde a Betania. Su amigo Lázaro ha estado enfermo por un tiempo. Ahora Lázaro ha muerto, lleva enterrado en una tumba cuatro largos días. Haría falta más que un milagro habitual para traerlo a la vida.


Lázaro tenía dos hermanas, María y Marta. Marta sale al encuentro de Jesús y hace una curiosa confesión de fe. Ella dice: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Tiene toda la razón: ella sabe que Jesús tiene el poder de curar y que podría haber salvado a Lázaro mientras todavía estaba vivo. Sin embargo, parece que cree que el poder de Jesús es más débil que el de la muerte: ella piensa que Jesús puede sanar a las personas que todavía están vivas pero no puede dar vida donde ya no la hay. Ella continúa diciendo, “Pero también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará”. Pero sus palabras a lo largo de este texto indican que ha puesto límites a lo que Jesús puede hacer. Jesús le dice lo contrario: “Tu hermano resucitará”. Marta cree que sabe lo que lo que quiere decir, por lo que ella dice “Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día final”. Aquí hay algo para tener en cuenta: EL ÚLTIMO DÍA es simplemente el último día. Es Jesús quien resucita a los muertos, porque Jesús es el conquistador de la muerte. Si Jesús decide levantar a los muertos en otro día, Él puede hacerlo. Su poder no está encadenado al último día: donde quiera que esté, es el Señor de la vida.


Esto es lo que Él proclama a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” Ella responde: “Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo”. Ella no sabe todo lo que eso significa, pero confía en que Jesús es el Salvador. Jesús va a la tumba, profundamente conmovido y llorando. Ahí tienes a tu Salvador, que se identifica con su pueblo. A pesar de que sabe que va a resucitar a Lázaro de entre los muertos, se duele con María y Marta. Llega a la tumba y ordena que la piedra sea quitada. Marta objeta que Lázaro ha muerto y su cuerpo se debe haber descompuesto en los últimos cuatro días. ¿Por qué hacer eso más evidente?

La respuesta de Jesús: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?” La gloria de Dios está a punto de mostrarse ante la tumba de Lázaro. Jesús ora en voz alta para que la gente pueda saber que el Padre también es parte de este milagro, que Él ha enviado a su Hijo para hacer su obra y su voluntad. Habiendo dejado claro esto clama a gran voz: “¡Lázaro, ven fuera”. Y Lázaro salió de la tumba. Jesús habló y fue así.


Esa es la gloria de Dios en acción: Jesús es la Resurrección y la Vida. Dónde Él está, está la vida, porque Él es la vida y Él da vida por medio de su Palabra. Él habla y llama a Lázaro a vivir y Lázaro vive de nuevo. De los que oyen y ven el milagro, muchos creen, pero algunos van y dicen a los fariseos lo que Jesús ha hecho. Los fariseos convocan al Consejo para discutir esta señal milagrosa y preguntar “¿Qué haremos?” Su temor le hace decir: “Si lo dejamos seguir así, todos creerán en él”. Hay personas que no pueden soportar que otras personas crean en el Hijo de Dios y que este les de vida eterna. Los fariseos tienen un miedo legítimo, aunque tienen miedo de que si todo el mundo cree en Jesús, esto provocará los romanos y acaben con ellos como nación. En otras palabras, Jesús podría haber demostrado que es mayor que la muerte, pero para ellos eso no significa que Él es más grande que César y sus ejércitos. Pero si Cristo es más grande que la muerte ¿no sería mayor que el rey de Roma? ¿No sería mejor abandonar una ciudad en la tierra con el fin de seguir a Aquel que resucita a los muertos a la vida Eterna? No para los fariseos. Ellos prefieren sacrificar a Jesús con el fin de mantenerse en el lugar que están pero al final van a perderlo de todos modos.

Es Caifás el que expresa esto: “ni os dais cuenta de que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca”. Sacrificar a uno para salvar a muchos. Una decisión muy práctica. Sin darse cuenta, también es muy profética. No tienen ni idea que Dios usará su mal para el bien de todos: cuando su plan se llevó a cabo finalmente en la cruz, la muerte de Jesús no sirvió para sacarlo del medio. La muerte de Jesús será el sacrificio por los pecados de la personas, todas las personas, tanto judíos y gentiles. Porque Él murió en la cruz por los pecados del mundo y porque se levantó de nuevo al tercer día, su promesa resuena a todo el mundo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente”.


La Gloria de Jesús en nuestra Vida.


Muchos lloramos en diferentes momentos. En el último año quizá hemos perdido algún ser querido, partes de nuestra familia, amigos y conocidos, pero que no eran parte de nuestra comunión en este lugar. Dios quiere traernos paz. Cristo ha muerto y ha resucitado de entre los muertos. Él es el conquistador de la muerte. Él no solo es la resurrección y la vida en el pasado, como si Él se esfumase después de resucitar a Lázaro de entre los muertos. Él no es solo la resurrección y la vida sólo en el futuro, en el último Día. Él también es la resurrección y la vida ahora. Ahora y para siempre.


Donde está Jesús, está la vida. Eso es lo que Jesús hace, está presente perdonar los pecados, también está presente para dar la vida. Por su perdón, anuncia que la vida eterna es tuya, porque Él ha hecho todo para llevarlo a cabo por medio de su muerte y resurrección. En tu bautismo, Jesús te llamó: ¡Ven Fuera! Ven fuera de la esclavitud del pecado, porque yo te hago mi hijo en este día. Ven fuera de la oscuridad del pecado, porque Yo soy la luz del mundo. Ven fuera de la muerte, porque “Yo soy la Resurrección y la Vida”, y hare que vivas para siempre por el agua y la Palabra. Su resurrección en el bautismo es un milagro mayor que el de Lázaro en la tumba: Jesús dio vida física al cuerpo de Lázaro y dicha vida la perderá nuevamente en algún momento. Pero a ti Jesús te ha dado vida eterna: ya la tienes. A menos que el Señor regrese, tu cuerpo finalmente morirá. Tu alma no, estarás vivo para siempre y el Señor resucitará tu cuerpo, en el último día.


Donde está Jesús, está la vida. Él está presente para perdonar los pecados por medio de su Palabra de vida. Él habló para traer a Lázaro de la muerte. Él puso sus palabras en la boca de Ezequiel y esas palabras hicieron que los huesos secos vivieran. Este día te ha anunciado su perdón. Estas Palabras no están vacías: te dan la vida, renuevan la vida eterna en ti.

Está presente para dar vida en la cena del Señor. Te da su mismo cuerpo y sangre, y te lo da para el perdón de los pecados. Él te da esto para mantenerte vivo, porque donde hay perdón de los pecados también  hay vida y la salvación.


Esto es cierto para ti ahora. Es real para aquellos que lloran, que murieron en la fe. Los que murieron en la fe no están muertos, porque el Señor no es el señor de los muertos, sino de vivos. Sus cuerpos descansan en la tumba por ahora, pero viven aún hoy con Cristo en el cielo. Tu tienes su promesa: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente”.


Esto es un llamado de atención para estar en guardia contra las tentaciones del diablo, que quiere robarte esta vida. Cuidado con el error de Marta, que pensaba que el poder de Jesús era genial, pero limitado, en realidad sólo es bueno para obrar maravillas donde hay vida. Al hacerlo, ella pensó que Jesús era más débil que la muerte. Constantemente tienes la tentación de creer que Jesús es una buena ayuda en esta vida, pero nada más que eso. El peligro aquí es doble. Por un lado, no tendrás ninguna esperanza en la eternidad, porque piensas que Jesús solo mejora el tiempo que dure esta vida. Por otro lado, te quedarás decepcionado de Jesús si tu vida empeora o afrontas distintos problemas, pensaras que Jesús no tiene el poder para mejorar estas situaciones. Él no ha venido a hacer de la vida algo dulce y placentera. Él ha venido a librarte de la muerte y de la tumba eterna. En su voluntad y sabiduría, no promete una vida fácil. Lo que hizo en la cruz significa que te ha liberado de este mundo, del pecado y de la muerte para llevarte a la vida eterna. Ahora conoces el mayor regalo de Dios, que Jesús es la Resurrección y la Vida, y que todo el que vive y cree en Él, no morirá jamás. 


Ten cuidado con el pecado de los fariseos, que prefirieron matar a Cristo y perder la vida con el fin de aferrarse a una nación que de todas maneras les causó la muerte. Algunos se sienten tentados por los pecados, incluso ha aferrarse a ellos en lugar de arrepentirse y recibir el perdón. Pecados donde se cree que renunciar a ellos sería demasiado doloroso, por lo que se prefiere callar y desesperar. Con tales pecados, estás aferrándote a cosas que te matan, cosas que muy probablemente pierdas. Con tales pecados, estás rechazando a Cristo y su vida que nunca te fallará, porque perdura por toda la eternidad. En Marcos 8, Jesús declara: “porque ¿de qué le aprovechará al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? Por tanto, el que se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles”. (Marcos 8:36-38).  Aferrarte a tu pecado es avergonzarse de su Palabra. Estar avergonzado de Su Palabra es rechazarlo a Él y la vida que Él da. El Señor da tiempo para arrepentirse. Arrepentíos, porque el Señor de la vida ha muerto tu muerte y ha resucitado para perdonarte. Él está presente para darte el perdón.


No desesperes, pueblo arrepentido de Dios. Él murió por todos, Él promete “todo el que vive y cree en mí, no morirá eternamente”. Esta promesa es para ti. Es para todo el pueblo de Dios que se han arrepentido y que han muerto en la fe.


Conclusión: En la primavera, un cementerio bien cuidado es un lugar bonito. El césped se vuelve verde, los árboles, sus hojas y las flores se abren cuando el sol se instala dando vida con su luz y calor. Puede ser un hermoso jardín. Pero el follaje renovado es sólo un indicio, sólo una sombra. Martín Lutero dijo una vez que, para el cristiano, un cementerio no es el lugar de descanso final de los muertos, un lugar de huesos secos. Es un lugar de granos plantados, semillas sembradas. Los que murieron en la fe están vivos con Cristo, aun a la espera de la resurrección de sus cuerpos y en el último día, el Señor dará luz a esos cuerpos en la restauración final de la vida. En efecto, Cristo regresará en gloria y donde está Jesús, está la vida. Esa es tu esperanza y la de todos los que mueren en Cristo. Él es la Resurrección y la Vida, y Él te ha dado la vida, porque has sido perdonado por todos tus pecados. 


En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén