TEXTOS BIBLICOS
DEL DÍA
Primera Lección: Génesis 18:1-14
Segunda Lección: Colosenses 1:21-29
El Evangelio: SAN
LUCAS 10:38-42
La historia de nuestro texto ocurre en
una aldea bien conocida de la Tierra Santa. Se llama Betania. Esta aldea era de
gran importancia durante la vida de nuestro Señor Jesucristo. En ella vivía una
familia que había evidenciado y demostrado claramente que su hogar era
verdaderamente cristiano.
Los miembros de la familia mencionados en las
Escrituras consistían en un hermano llamado Lázaro y sus dos hermanas que se
llamaban María y Marta. Nuestro Señor Jesucristo tuvo siempre mucho gusto en
visitar la casa de estos amigos tan buenos y sinceros. Cristo siempre era un
huésped muy
bienvenido, y con frecuencia, después de un largo viaje, se
complacía en visitar a sus amigos.
Nuestro texto Indica la relación que
existía entro el Salvador y sus amigos de Betania. Juan, el discípulo y apóstol
del amor, nos dice: “Y amaba Jesús a Marta y a su hermana, y a Lázaro” (S. Juan
11:5). No podemos sabor cuando ellos se hicieron discípulos del Señor, pero hay
una cosa que puede afirmarse con toda seguridad: siguieron fielmente a su Señor
y Salvador. En nuestro texto tenemos la historia de otra visita que hizo el
Señor a esta casa en Betania. También esta vez, como siempre, llegó Jesús no
sólo para hacerles una visita amigable y social, sino también para otro fin
divino. Llenó para darles una lección, una instrucción sobre las cosas más
importantes de esta vida y la venidera. Lo que Cristo les proporcionó en
aquella ocasión y en aquel ambiente familiar es también para nosotros y para
nuestra edificación espiritual. Si hacemos caso serio de esta joya entre las
muchas palabras de Jesús, ciertamente mejorarán nuestro conocimiento y aprecio
de las espirituales.
Sentémonos a los pies de Jesús.
Acompañemos a María, escuchemos las palabras del Maestro. Él fija sus ojos en
nosotros; habla claramente. Nadie puede entender mal sus palabras "Una
cosa es necesaria; y María escogió la buena parte.” En con traste con lo que
precede a estas palabras, esta “una cosa necesaria” no se refiere a ninguna
cosa material. Cristo deja a un lado, pasa por alto un servicio netamente de la
carne, un servicio que hacemos o cumplimos solamente con las manos. A María, la
otra hermana, se le atribuye otra clase de servicio, otra cosa distinta de la
de María. Se nos dice: “Marta se distraía en muchos servicios”: servicios
domésticos; servicio de la cocina; servicio diario y corriente; servicio de una
que sirve. La expresión “servicio material” abarca o encierra toda esa clase de
servicio.
No hay necesidad de menospreciar o
culpar a Marta. Lo que hizo era bueno. Cristo también reconoció el valor
relativo de su actividad. Ese día había mucho que hacer. Cada voz que llegaba
Jesús con sus discípulos, había más trabajo que en otros días. La presencia de
trece personas adicionales en la casa exigía que se pusiera más atención a las
necesidades del hogar. Si no había lugar en la casa para todos, había necesidad
de salir a buscarles alojamiento en otra parte. Los viajeros, los discípulos, y
aun Cristo, que también era verdadero hombre, ya sentían el cansancio. Una
visita como ésta siempre causaba mucho trabajo.
Pero, ¿cómo hizo Marta su trabajo? No se
quejó del trabajo ni murmuró. Lo hizo con alegría. Tuvo gran placer en hacer
algo para su Señor y para sus discípulos. Manifestaba Marta una disposición muy
agradable en todas las visitas de Jesús. El Señor estaba muy agradecido por
todo lo que tan bondadosamente le había hecho Marta. Pero, en nuestro texto,
Jesús quiere enseñar que tal servicio, que al fin y al cabo es un servicio
carnal, un servicio material, un servicio manual, no es aún el servicio mayor
en el mundo. Tal servicio, a pesar de sus méritos, no puede llamarse “una cosa
necesaria.”
Mientras Marta sigue trabajando,
observemos a María, la otra hermana. No vemos a María trabajando en la cocina,
o en otra parte de la casa. No salió a hacer compras para la comida. Ni
siquiera la vemos poniendo la mesa o ayudando con la preparación de la comida.
San Lucas dice que Marta “tenía una hermana que se llamaba María, la cual
sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra” (S. Lucas 10:39). María escogió
hacer eso, fue su voluntad, su decisión, su preferencia. No debemos pensar que
María era perezosa, que no quería o que no le gustaba trabajar. En otras
ocasiones, estando solamente la familia presente, hacía lo que le correspondía.
No aprovechó la visita de una persona distinguida como pretexto para ausentarse
de la cocina. Pero ésta era una ocasión muy especial. Había venido el Maestro.
Ya ella tenía cierto conocimiento de las enseñanzas de Jesús. Pero quería
aprender más. Deseaba saber más acerca del mensaje de la salvación. Su
propósito era oír otra vez la dulce consolación, gozo de todos los creyentes
fieles.
Está sentada a los pies de Jesús como
los alumnos se sientan a los pies del maestro para oír todo lo que él les va a
decir. No quieren perder ni siquiera una Palabra. Asimismo presta atención
María a las palabras de Jesús. Nada le va a quitar su atención. También fija su
atención en el rostro del Salvador, para captar todas las expresiones. Por el
momento no le interesa su hermana, el trabajo, los discípulos, absolutamente
nada. La única cosa que le interesa al momento es la Palabra de Dios. María ya
había oído la palabra de Dios. Pero también sabía que tenía necesidad de seguir
oyendo continuamente la Palabra de Dios. María sabía que había pecado contra su
Señor, y que tenía que pedir diariamente la gracia y el perdón. Conociendo sus
verdaderas obligaciones, se sienta a los pies de Jesús, para oír la Palabra de
Dios de la boca del Señor mismo.
Jesús se fijó en lo que hacían estas dos
hermanas. Sí, eran hermanas, miembros de la misma casa, la misma familia. Pero
sus actividades en cuanto al Señor eran completamente diferentes, tan distintas
como el día y la noche. Cuando vino Marta, preocupada por algo, le dijo Cristo:
"Marta, cuidadosa estás y con las muchas cosas estáis turbada: empero una
cosa es necesaria; y María escogió la buena parte, la cual no le será quitada”
(S. Lucas 10:42). Con esto quiere decir el Señor que aunque conviene trabajar,
ser diligente y estar muy ocupado en las cosas materiales, es mucho mejor, es
necesario, ocuparse en las cosas del alma, las cosas espirituales.
Así contesta Cristo la queja, el
comentario de Marta. Pero esta hermana no es una excepción. Ella representa una
gran parte de la gente, de aquellos que se llaman cristianos, pero que se afanan
también en las muchas cosas. La pregunta de Marta a veces se encuentra también
en nuestras mentes.
Aunque somos cristianos y cumplimos con ciertos deberes en
la iglesia, sin embargo es fácil olvidar la única cosa que es necesaria. En
esta era tan materialista, si el cristiano no lucha sincera y tenazmente contra
las tendencias generales en el mundo, también se interesará demasiado en las
cosas de este mundo.
Como pretexto para no asistir a los
servicios divinos en la iglesia y ocuparnos en otras cosas, no debemos decir
que podemos estudiar y aprender mejor la Palabra de Dios en el hogar que en el
culto divino. Tampoco debemos caer en el error de Marta, opinando que la
preparación de una cena es de más importancia que nuestra asistencia a los
servicios divinos y que Dios puede aceptar nuestras buenas intenciones. Si
poseemos ese concepto o punto de vista, estamos haciendo lo mismo que hizo
Marta: distrayéndonos en muchos servicios.
Muchas personas han construido templos;
han levantado escuelas. Han contribuido grandes cantidades de dinero a la
iglesia. Han dado la impresión de ser cristianos muy activos y nobles en la
iglesia. Pero no todos han tenido siempre la única cosa que es necesaria. Éstos
han ascendido a lugares prominentes en la iglesia; han grabado sus nombres en
la memoria de muchas generaciones.
Pero, nunca han aprendido a sentarse a los
pies de Jesús. Ojalá que nos turbemos o inquietemos al leer esta historia de
María y Marta, y al oír este mensaje. Pero que nos inquietemos no con muchas cosas,
sino con la cosa que es necesaria. Cristo en su Sermón del Monte también tuvo
que mencionar el valor relativo de estas cosas, diciendo: “Buscad primeramente
el reino de Dios y su justicia, y todas estas casan os serán añadidas” (San
Mateo 6:33).
También conviene saber por qué esta
necesidad de que habla el Señor se limita no a varias cosas, sino a una sola
cosa. Mientras Marta trabajaba con afán y María estaba sentada a los pies de
Jesús escuchando sus dulces palabras, vino Marta a Jesús y le dijo: “Señor, ¿no
tienes cuidado que mi hermana me deja servir sola? Dile, pues, que me ayude”
(S. Lucas 10:40). Inmediatamente, Jesús interrumpe la instrucción que estaba
dando a María, fija sus ojos y su atención en Marta y le dice: “Marta, Marta,
cuidadosa estás, y con las muchas cosas estás turbada” (v. 41). Cuando somos
indiferentes, cuando no hacemos caso de las cosas del mundo, entonces nadie
puede acusarnos de estar turbados con ellas; pero, cuando esas cosas nos causan
inquietud, cuando requieren toda nuestra atención, cuando no hay tiempo para
otras cosas, entonces estamos turbados con ellas. Cuando nos afanamos demasiado
en las cosas de este mundo, entonces nos olvidamos de la única cosa que es
necesaria. Ya no nos sentamos a los pies de Jesús; ya no buscamos el aliento
espiritual y la consolación que siempre proceden de Él. Nos escondemos en el
rincón de nuestra propia mente y razón. Amados, hay que llenar nuestros
corazones de un deseo ferviente de las cosas espirituales, la cosa necesaria.
No es posible servir al mismo tiempo a
nuestros deseos materiales y a las necesidades espirituales.
También aprendemos
del ejemplo de Marta que cuando ella estaba muy turbada con las muchas cosas,
se ponía a censurar a otros. Asimismo nos pasa a nosotros: censuramos a aquellos
que saben apreciar la única cosa que es necesaria. Entonces la gente incrédula
pregunta: “¿Por qué lee usted su Biblia siempre? ¿Por qué va usted con tanta
frecuencia a su iglesia?” Estas son las preguntas no sólo de los incrédulos,
sino también de aquellos que no evalúan las cosas correctamente. El verdadero
cristiano contesta así: “Amigo mío, yo sé qué valor tiene el Salvador en mi
vida. Yo sé que tengo que seguir escudriñando las Escrituras.” Cada niño puede
decir a otro niño vecino: “Oye, cada vez que voy a la escuela dominical o a la
de doctrina, aprendo más acerca de las buenas nuevas, lo que Cristo hizo por
mí.” Gracias a Dios, que no sólo los adultos, sino también los niños tienen la
costumbre de ocuparse en la única cosa que es necesaria, a los pies de Jesús.
¿Qué en realidad encontramos en los
servicios divinos y en el estudio de la Palabra de Dios?
Descubrimos la fuente
de toda confianza. Recibimos aliento espiritual, el consuelo que el mundo no
conoce. En la Palabra de Dios tenemos un mensaje amoroso, una Palabra verdadera
y distinta de la parlería y las mentiras de los falsos profetas. Los que se
sientan a los pies de los grandes filósofos, los sabios, los teólogos modernos,
reciben argumentos humanos, esperanzas vanas y vacías, teorías superfluas. Pero
a los pies de Jesús, se reciben palabras de autoridad. Por eso la Biblia tiene
un valor y mérito absoluto, una revelación completamente verdadera. Cuando
abrigamos dudas en nuestras mentes, cuando empezamos a perder nuestra
confianza, nuestra esperanza, cuando se debilita la fe, ¿dónde vamos a recobrar
nuestra seguridad cristiana, dónde vamos a fortalecer y reavivar nuestra fe?
Ciertamente no vamos a acudir a los libros escritos por hombres insensatos de
este mundo, sino al Evangelio, a la única fuente de consuelo y promesa.
Jesús dice: “Una cosa es necesaria; y
María escoció la buena parte, la cual no le será quitada.” Ésa es la promesa
absoluta, la esperanza sin par que recibe María.
María quiere estar sentada a los pies de
Jesús, recibiendo en su mente y en su corazón la bendita Palabra de Dios,
porque sabe que su Palabra y la fe en esa Palabra no perecerán. Esa es la gran
diferencia entre las cosas de este mundo y la única cosa que es necesaria: lo
espiritual. El dinero, las casas, Ios grandes edificios, los imperios, los
gobiernos, las reputaciones, los sueños del hombre: todo esto pasará. En
cambio, las cosas espirituales son eternas. Por eso dijo Jesús en cierta
ocasión: “El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán” (San Mateo
24:35). Edifiquemos nuestras esperanzas, nuestra fe, nuestro interés y
devoción, en ningún otro fundamento, sino en el de Jesucristo mismo.
Ciertamente, la parábola del hombre que edificó su casa sobre la arena, y el
otro que edificó la suya sobre la roca, sirve para hacer aún más clara la
bendición y dicha que obtendrán todos aquellos que se sientan a los pies de
Jesús.
También estamos seguros de que Dios nos
ayudará por medio del Espíritu Santo, conservándonos en la verdadera fe, para
que continuemos fielmente en su gracia y en su camino. Los enemigos de nuestras
almas: el mundo, el diablo y nuestra propia carne siempre tratan de quitarnos
esta confianza.
Tienen estos enemigos la meta, el propósito común de matar
nuestras almas. Estos enemigos también buscan la manera de hacer que estemos
turbados con muchas cosas. No les conviene a estos enemigos que estemos
sentados a los pies de Jesús. Pero si imitamos el ejemplo de María; si comemos
y bebemos el alimento espiritual que Dios nos proporciona por medio de su
Palabra, entonces tenemos para nuestra defensa las mejores armas, la mejor
protección. Dios mismo nos asegura que si tenemos esa defensa, ni aun las
puertas del infierno podrán hacer nada contra nosotros.
Por esta razón, sigamos siempre en el
camino de nuestro Señor Jesucristo. Recordemos siempre el bendito ejemplo de
María, nuestra hermana en la fe. Apreciemos el ambiente piadoso y consagrado
que existía en aquel hogar de Betania. Aprendamos a sentamos, al igual que
María, a los pies de Jesús. Si siempre conservamos viva la advertencia y la
promesa hecha por Cristo en este caso, también nosotros seremos elogiados por
Cristo por haber escogido la única cosa que es necesaria. Se requiere conocer
bien estas promesas, se requiere aceptarlas, se requiere confiar en ellas
incondicionalmente. Hay que meditar en ellas de día y de noche. El corazón
tiene que darles completa cabida. El premio de gracia de tal fe y confianza es
un premio eterno. El servicio carnal, el servicio hecho por las manos sólo
recibe recompensa terrenal y pasajera.
Anhelamos y esperamos ese premio en los
cielos, donde no habrá ningún servicio carnal, donde los fieles no estarán
turbados con las muchas cosas, donde se encontrarán todos aquellos que han
escogido por medio de Cristo la única cosa que es necesaria. Es un privilegio
que sólo pocos alcanzarán. Sólo se logra por los méritos de nuestro Señor
Jesucristo que recibimos mediante la fe en Él, por la gracia divina.
F. B. G.
Púlpito Cristiano
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