Primera Lección: Hechos 2:29-42
Segunda Lección:
TITO
3:4-8
El Evangelio:
Juan 3:1-15
Las palabras bíblicas recién
leídas, ya os indican qué tema trataremos hoy, a saber: el Bautismo, el
lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo, como lo llama
el apóstol San Pablo. Me diréis tal vez: ¿Qué necesidad hay de hablar del
Bautismo a una congregación cristiana? ¿Acaso no sabemos todos qué es el
Bautismo? ¿Acaso no hemos presenciado ya docenas de veces este acto sagrado
aquí en nuestra iglesia? — No dudo de que conocéis el significado del Bautismo.
Sin embargo, no está demás hablar del Bautismo aun a cristianos adultos y
experimentados, para traer a su memoria el a veces olvidado hecho de que el
Bautismo es no sólo el sacramento de los pequeñuelos, sino también un
sacramento cuya importancia se mantiene inalterada en todo tiempo de nuestra
vida. Todos vosotros fuisteis recibidos, por medio del Bautismo, en la Santa
luíosla Cristiana, la comunión de los santos; pero, ¿pensáis aún hoy en vuestro
Bautismo con profunda gratitud hacia Cristo que Instituyó este sacramento, os
alegráis de corazón de haber sido bautizados, y usáis vuestro bautismo como
fuente de consuelo y fortalecimiento? — Para confirmar nuestro aprecio por este
sacramento oigamos pues lo que la Palabra de Dios nos enseña sobre El Bautismo que Salva.
Como se desprende de nuestro
texto, el Bautismo
1. Nos regenera para una vida en la fe;
2. Nos renueva para un amor sincero;
3. Nos llena de inconmovible esperanza.
1. “Fue manifestada la bondad de
Dios nuestro Salvador, y su amor hacia los hombres”, dice San Pablo, v. 4. ¡Qué
verdad tan hermosa! Dios nos amó y aún nos ama a nosotros, los hombres, y nos
manifestó y aún nos manifiesta su bondad. Sí, queridos oyentes: en todo el
universo no hay nadie que nos ame tanto como nos ama el Creador de ese
universo, y las manifestaciones de su bondad son incontables. Por amor a los
hombres, Dios creó esta tierra y cuanto hay en ella. Por amor a los hombres,
Dios colocó en el firmamento el majestuoso sol, la luna y millones de
estrellas. Por amor a los hombres, Dios plantó el delicioso jardín de Edén como
habitación para aquellos a quienes Él había formado a su imagen y conforme a su
semejanza. Por amor a los hombres, Dios dió al primer hombre Adán una mujer
como ayuda idónea para él. Y cuando, al despreciar todo ese amor y bondad, la
primera pareja humana cayó en el pecado de desobediencia, la bondad de Dios
nuestro Salvador se manifestó nuevamente en la promesa de enviar a estos
ingratos e indignos hombres un Redentor, su propio Hijo. Con respecto a ese
testimonio tan sublime del amor divino dice el apóstol San Juan: “En esto está
el amor de Dios, no en que amemos nos otros a Dios, sino en que él nos amó a
nosotros, y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados”, 1 Juan 4 :
10.
En ese mundo, producto del amor
divino, entramos ahora nosotros, como hombres muertos en pecados, enemigos de
Dios. ¿Y qué hace Dios? Tiene misericordia de nosotros. Según su santidad y
justicia, Dios debería aplicar a todos nosotros el castigo de la eterna
condenación. Pero (así nos dice Jehová el Señor) “110 me complazco en la muerte
del inicuo, sino antes en que se vuelva el inicuo de su camino y viva”, Ezeq.
33 : 11. “Dios quiere que todos los hombres sean salvos, y que vengan al
conocimiento de la verdad”, 1 Tim. 2:4. ¿Y qué hace Dios para salvarnos? “No a
causa de obras de justicia que hayamos hecho nosotros (¿qué obras de justicia
puede hacer el que está muerto en pecados?) sino conforme a su misericordia él
nos salvó, por medio del lavamiento de la regeneración”, es decir, mediante el
Bautismo, v. 5. El Bautismo fue instituido por Dios precisamente para seres tan
faltos de recursos propios, tan pecaminosos como lo somos nosotros por
naturaleza. En el Bautismo somos regenerados, recibimos una nueva vida
espiritual, la vida de fe en Cristo. “A menos que el hombre naciere de agua y
del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios; lo que es nacido de la
carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”, dice Jesús,
Juan 3:5-6, y San Pablo afirma: “Si alguno está en Cristo, es una nueva
criatura”, 2 Cor. 5 : 17. Así que el estar en Cristo, el creer en Cristo como
Salvador de pecados, nos hace nuevas criaturas, nos regenera; por ende, el
Bautismo es en verdad el lavamiento de la regeneración, porque engendra en
nosotros la fe regeneradora. La fe, en efecto, no es producto de nuestra propia
decisión, sino que es obrada en jóvenes y viejos por el Bautismo: El niñito
recibe mediante el Bautismo, de una manera real, aunque incomprensible para
nosotros, la fe en su Redentor Jesús. Cristo mismo afirma respecto de esa fe de
los párvulos: “Al que hiciera tropezar a uno de estos pequeñuelos que creen en
mí, mejor le sería que... fuese sumergido en lo profundo del mar”, Mat. 18 : 6.
Y el adulto, recordando agradecidamente su Bautismo mediante el cual nació su
fe, es fortalecido en esa fe y canta con gozo: El agua y tu Palabra dan perdón y eterna salvación: son dones de tu
gran bondad, los que me brindan redención.
II. El Bautismo es no sólo el
lavamiento de la regeneración, sino también “de la renovación del Espíritu
Santo.” Cristo dice en su Gran Comisión, Mat. 28 : 19: “Id, pues, y haced
discípulos entre todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y
del Hijo, y del Espíritu Santo.” Lo que nuestra Biblia castellana traduce con
“en” (en el nombre del Padre, etc.) es en el texto original griego una palabra que
indica movimiento hacia un lugar, algo así como el castellano “hacia adentro”.
Así podemos decir con razón que el Bautismo nos introduce en Dios, el bautizado
vive en Dios, es hecho hijo del Dios Trino. Y así como por el Bautismo entramos
en Dios, Dios miró también en nosotros con su Espíritu y dones; el Espíritu
Santo fue derramado sobre nosotros, como lo expresa San Pablo. "Somos
templo de Dios, y el Espíritu de Dios mora en nosotros”, leemos en 1 Cor. 3 :
16. Y ese Espíritu no sólo engendró la nueva vida espiritual, sino que también
la desarrolla y vigoriza; capacita al cristiano para combatir y vencer a los
enemigos de su salvación. Sabiendo que es morada, templo del Espíritu Santo, el
creyente ya no querrá cometer los pecados que Pablo cita en los versículos que
preceden a nuestro texto; ya no hallará placer en maldecir a otros, o en ser
contencioso, desobediente, ni querrá ya servir a diversas concupiscencias y
placeres ni vivir en mu licia y envidia, vs. 2 -3. Antes bien, los que han
creído en Dios pondrán solicitud en practicar las buenas obras, v. 8: serán
obedientes, listos para toda obra buena, apacibles, mostrando toda mansedumbre
para con todos los hombres, vs. I pura ellos recuerdan las palabras escritas en
Ef. 4 : 30: “No contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual sois
sellados para el día de la redención.” Así el Bautismo con su derramamiento del
Espíritu Santo puede y debe animarnos constantemente a vivir y abundar en amor
sincero hacia Dios, cosa que por nuestra propia voluntad carnal y pecaminosa
nunca haríamos, pues “el ánimo carnal es enemistad contra Dios”, Rom. 8 7
Dije que el Bautismo debe
animarnos a vivir y abundar en amor sincero hacia Dios. Abundar, sí, porque
también el Espíritu Santo fue derramado sobre nosotros en rica abundancia, por
medio de Jesucristo, nuestro Salvador. Dios no es mezquino con sus dones. En el
Bautismo nos confiere la remisión no de cierto número de pecados, sino de todos
los pecados, nos redime no en parte, sino totalmente de la muerte v del diablo,
nos promete la salvación no bajo ciertas condiciones, sino incondicionalmente;
y da la salvación eterna no a unos pocos elegidos, sino a todos los que creen
lo que dicen las palabras y promesas de Dios. Esa riqueza de la gracia divina,
¿no habría de despertar en nosotros un alegre afán de servir a Dios, con todas
nuestras fuerzas, con una vida abundante en frutos de la fe?
Por esto, demos a Dios gracias
especiales por haber Instituido en nuestro favor y para nuestro bien el
sacramento del Santo Bautismo, lavamiento de regeneración que nos renueva para
un amor sincero.
Nuestros
hijos, recibidos de tu mano, buen Señor, te los damos que los laves en la
fuente de tu amor; que adoptados herederos junto a Ti, Jesús, Señor, puedan
siempre acompañarte en la senda del amor.
III. Milagroso es el efecto del
Bautismo en los pequeñuelos: los lava de todo pecado y los hace miembros de la
familia de Dios. Milagroso es el efecto del Bautismo en la vida de los
creyentes adultos: robustece su fe para que gustosos abunden en obras de amor.
Pero el efecto del Bautismo no termina con la vida terrenal, así como tampoco
el efecto de la fe se acaba con el último latido de nuestro corazón. “Si sólo
mientras dure esta vida, tenemos esperanza en Cristo, somos los más desdichados
de todos los hombres”, dice San Pablo en 1 Cor. 15 : 19. Pero nuestra fe tiene
como objeto no sólo al Cristo crucificado, muerto y sepultado, sino también al
Cristo resucitado de entre los muertos que subió a los cielos, desde donde en
el postrer día ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos y a llevamos
para siempre a su reino de gloria. Ésta es nuestra esperanza inconmovible,
garantizada por las solemnes promesas del Dios que no miente, y también esta
esperanza es obrada en nosotros por el Bautismo. Dios nos salvó, dice San
Pablo, por medio del lavamiento de la regeneración, “para que, justificados por
su gracia, fuésemos constituidos herederos, según la esperanza de la vida
eterna”, v. 7. En el Bautismo fuimos justificados. En el Bautismo fuimos
lavados y limpiados de nuestros pecados. En su sermón del día de Pentecostés,
el apóstol Pedro dice: "¡Arrepentíos, y sed bautizados en el nombre de
Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu
Santo!” Hech. 2 : 38; y en el cap. 22 del mismo libro leemos que Ananías dijo a
Saulo: “Levántate, y bautízate, y lava tus pecados.” Más donde hay remisión de
los pecados, allí hay también vida y salvación. Desaparecido el pecado,
desaparecieron también las barreras que nos impedían la entrada a la casa de
nuestro Padre celestial. Nada ni nadie puede ya separarnos del amor de Dios que
está en Cristo Jesús. Satanás ya no tiene de qué acusarnos, el buen Dios nos
extiende amoroso sus brazos.
¡Oh, cuán agradecidos podemos
estar pues por nuestro bautismo! Ese maravilloso sacramento no sólo siembra en
nuestro corazón la verdadera fe y un amor activo, sino que además nos hace
regocijamos en la esperanza, una esperanza no de efímeros tesoros terrenales,
sino de la vida perdurable en el cielo, donde hemos de ver a nuestro Redentor
con nuestros propios ojos en eterna justicia, inocencia y bienaventuranza,
donde volveremos a encontrarnos también con todos aquellos que han acabado ya
su terrenal carrera y donde, lejos del mundanal ruido, la paz deI Señor nos
ampara por siempre jamás.
Así pues, amados oyentes,
mantengamos siempre vivo el aprecio por el lavamiento de la regeneración y
aprovechemos bien sus inmensos beneficios, haciéndolo administrar cuanto antes
a los hijos que Dios nos diere, y consolándonos y fortaleciéndonos con nuestro
Bautismo todos los días de nuestra vida.
En tus brazos, buen Jesús, tómame
cual tierno niño; dame vida, fuerzas, luz; guíame con fiel cariño, y a mi
nombre da cabida en tu libro de la vida. Amén.
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