”Cuando Dios guarda silencio”
TEXTOS BIBLICOS
DEL DÍA
Primera Lección: Deuteronomio
32:36-39
Segunda Lección: Filipenses
2:5-11
El
Evangelio:
Lucas 23:1-56
Sermón
•
Introducción
Iniciamos esta Semana Santa escuchando la voz del
salmista: “Oh
Dios, no guardes silencio; No calles, oh Dios, ni te estés quieto. Porque
he aquí que rugen tus enemigos, Y los que te aborrecen alzan
cabeza”.(Salmo 83:1-2). Pues asistimos hoy a algo inaudito: Dios guarda silencio
ante los hombres. Espera el pueblo una palabra de su boca, una defensa ante
aquellos que lo menosprecian y rechazan. Mas sólo recibimos silencio sin
embargo. Pero, ¿qué significa este silencio de Dios?,
¿cómo entenderlo e interpretarlo?, ¿calla Dios en el silencio en verdad, o por
el contrario su voz no necesita palabras en determinados momentos para
hablarnos?. Y cuando este silencio es notorio y evidente ¿qué quiere decir Dios
por medio del mismo?. No debiéramos confundir el silencio de Dios en un
determinado momento, que es en sí mismo un mensaje para el mundo, con el hecho
de que su Palabra recorre la tierra cada día hablando alto y claro a aquellos
necesitados de la misma. Y sobre todo con el hecho de que Su voluntad es
soberana e inmutable. Una voluntad personificada por nosotros a partir de este
Domingo en la pasión, muerte y resurrección de Cristo, el Señor.
•
Un silencio que clama al mundo
La sangre aún goteaba por sus mejillas probablemente cuando Jesús,
después de haber sido escarnecido por Herodes, fue situado de pie frente a
Pilatos una vez más, tras haber sido además menospreciado y ridiculizado. Y al
igual que la primera vez, las autoridades romanas, las religiosas y el pueblo,
aguardaban expectantes las palabras de Jesús. Sin embargo sus labios no
pronunciaron ni un leve susurro. El silencio era absoluto ante las máxima
autoridades de las que dependían su vida o su muerte. “Y le hacía muchas
preguntas, pero él nada respondió” (v9). Y muchos allí, pudieron pensar que
Cristo callaba pues nada tenía que decir. El mundo había triunfado y lo había
silenciado, podían pensar algunos regodeándose en su orgullo. Para éstos,
silenciar a Dios en su Palabra era su mayor triunfo, sin ser conscientes de que
ni remotamente Dios puede ser acallado cuando en su Ley, nos muestra cómo somos
realmente. Sin embargo Dios estaba hablando alto y claro en ese momento, con
una rotundidad tal que las palabras humanas no eran suficientes para abarcar la
profundidad de su mensaje. Y ante aquellos como Pilatos, Herodes, los
sacerdotes y escribas, y la multitud, Dios se manifestó en el silencio. Este
silencio de Jesús era ahora la acusación contra aquellos que se regocijan en su
pecado y su orgullo, y que cegados por la dureza de sus corazones, rechazan el
puro Evangelio del perdón y la gracia. Pues cuando Dios nos retira su Palabra,
en la cual hallamos Vida, el hombre es arrojado entonces a la oscuridad y la
muerte. “Desfallecieron mis ojos por tu palabra, diciendo: ¿Cuándo me
consolarás?” (Sal 119:82) . Allí, en esos últimos momentos de la vida de
Jesús, Dios estaba hablándonos por medio del escarnio público de su Hijo. Y
cada uno de los insultos proferidos contra él, cada bofetada, cada latigazo,
cada humillación que Él soportó sin abrir su boca, eran los que nos correspondía
recibir a cada uno de nosotros, pecadores todos, y no a Él, nacido sin pecado.
Mas la Palabra de Dios siempre encuentra cumplimiento, y así, era necesario que
Cristo padeciese todo esto en silencio: “Todos
nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas
Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no
abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de
sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (Isaías 56:6-7). El
silencio de Dios debiera hacernos reflexionar a los seres humanos, y no caer en
el error de pensar que es un silencio indicativo de su ausencia de nuestras
vidas. Dios es Dios siempre y por siempre es su señorío sobre este mundo: “Ved
ahora que yo, yo soy, y no hay dioses conmigo; Yo hago morir y yo hago vivir,
Yo hiero, y yo sano; Y no hay quien pueda librar de mi mano” (Deut. 32:39). No caigamos en el engaño: Dios
puede guardar silencio, pero no puede ser silenciado ni por todos los poderes
de este mundo que Él ha creado. El silencio de Dios nos habla pues a nosotros;
a los que lo negamos, a los que lo escarnecemos con nuestro orgullo, y a los
que confiamos en nuestras propias fuerzas más que en la Cruz de Cristo.
¡Imploremos a Dios para que nunca nos retire su Palabra de Vida y recibamos a
cambio su silencio!.
•
Nada digno de muerte ha hecho este hombre
A
estas alturas eran evidentes dos cosas: que el pueblo no cejaría hasta ver
muerto a Jesús, cegado por su insensatez, y que Jesús era absolutamente inocente
de delito alguno. Y paradójicamente la justicia humana, cometió una injusticia
aún mayor al condenar a muerte a aquél al que no pudo culpar de nada (v14),
a causa del testimonio de aquellos que no tuvieron rubor en cometer falso
testimonio. Pues a la culpabilidad por sus pecados, añadieron al mismo tiempo
la culpabilidad por pedir la muerte de un Justo usando la falsedad como medio
para conseguirla “Y comenzaron a acusarle, diciendo: A éste
hemos hallado que pervierte a la nación, y que prohibe dar tributo a César,
diciendo que él mismo es el Cristo, un rey” (v2). Faltaron
a la verdad y eran conscientes de ello, pues Jesús sólo pedía arrepentimiento a su pueblo, y lo exhortaba a
enderezar sus caminos. No se inmiscuyó tampoco en cuestiones políticas, cuando
estos mismos trataron de tentarle buscando luego acusarle: “Mostradme la
moneda. ¿De quién tiene la imagen y la inscripción?. Y respondiendo dijeron: De César. Entonces les dijo: Pues
dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Lc
20:24-25). Separó así la crítica necesaria a la injusticia terrenal,
viniera de donde viniera, del mensaje espiritual de un Evangelio centrado
fundamentalmente en la liberación del alma humana. Pero aún así, su pueblo
permaneció cegado y obstinado en pedir la muerte de Jesús, y en apartar de
entre ellos al que era la Luz de sus vidas: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.” (Jn 1:11). ¿Cómo
entender tanto rechazo y desprecio por la misericordia divina?, ¿cómo después
incluso de haber escuchado tales palabras de esperanza, y haber presenciado
además el poder de Dios restaurando a los abatidos?. Jesús era inocente del
todo, y por ello nos resulta más inconcebible tal dureza de corazón: “Porque si en el árbol verde hacen estas
cosas, ¿en el seco, qué no se hará?” (v31). Pero ¡cuidado!, en realidad el
pueblo de Israel de su época no es peor que cualquier pueblo de cualquier
época. Pues a todos los seres humanos nos iguala la necesidad de liberación de
la esclavitud en que el ser humano se halla y que sólo en la sangre de Cristo
es posible conseguir. Y ¿acaso no hay muchos hoy que entienden que el Evangelio
es un obstáculo que pervierte y alborota al mundo moderno?, o ¿no lo ven otros
como una amenaza para la sociedad civil y el Estado?. Sí, Cristo sigue siendo
zarandeado y vituperado también hoy día en nuestra sociedad. Por desgracia aún
se oyen voces que claman contra Él: “¡Crucifícale, crucifícale!” (v21).
•
Despojemos a Jesús de las
ropas espléndidas
El silencio de Dios no es tal silencio, como hemos visto, sino la
afirmación de que la voluntad del Padre se cumplirá irremisiblemente. Y es un
silencio dirigido en especial a aquellos que dan la espalda a Dios, pensando
que así imponen su propia voluntad y anulan la del Creador. A ellos se aplican
sin embargo las palabras de Jesús ante el concilio: “Pero desde ahora el
Hijo del Hombre se sentará a la diestra del poder de Dios” (Lc 22: 67-69). Para
estos es el anuncio de que ¡Cristo es Cristo, ahora y por siempre!. Sin
embargo, muchos no se conforman sólo con dar la espalda a Cristo o
menospreciarlo. Después de haber hecho esto mismo, Herodes dió un paso más, y
trató de convertir a Jesús en una burla, en un esperpento: “Entonces Herodes
con sus soldados le menospreció y escarneció, vistiéndole de una ropa espléndida;
y volvió a enviarle a Pilato” (v11). ¿Qué podía ser más eficaz para anular
a Cristo que disfrazarlo y transformarlo en la imagen de un rey humillado?,
¿qué mejor para acabar con él y su mensaje que presentarlo como una caricatura
viviente?. Hasta tal punto tuvo efecto la idea de Herodes que Pilatos y él,
grotescamente, acabaron reconciliándose (v12). Y una vez más debemos
meditar en este pasaje, pues podemos como Herodes, convertir a Cristo y su
Evangelio en una imagen ridícula y deforme. Y no necesariamente hay que añadir
a su persona y obra elementos que causen un claro rechazo, no. Podemos
conseguir el mismo efecto añadiéndole a nuestra fe todo aquello que,
aparentemente, se ve apetecible a nuestros intereses o simplemente del gusto de
las mayorías. Así, podemos ir añadiendo “ricas” vestimentas a Jesús y al
Evangelio, re-decorándolo y añadiéndole todo aquello que nuestra mente pueda
imaginar. Lo más frecuente en este caso suele ser añadirle todo tipo de
doctrinas de hombres, que presentan a Cristo y la Cruz como una imagen confusa
y deforme donde no reconocemos ya al original, y que terminan por exaltar
finalmente la capacidad del ser humano de labrar su propia salvación por sus
propios medios. No, no hagamos esto con Jesús; no lo convirtamos a Él y al
Evangelio del perdón de pecados sino en la Palabra hecha carne que trae perdón
y salvación para los corazones arrepentidos. Cualquier otra cosa será echar
caras ropas sobre sus hombros, pero que en realidad Dios detesta. Es sin
embargo en la sencillez y originalidad de su mensaje y fundamentalmente en su
Obra en la Cruz por nosotros, donde encontraremos y reconoceremos al verdadero
Jesús el Cristo, el Hijo de Dios verdadero: “y estamos en el verdadero, en
su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna” (1 Jn 5:
20-21).
•
Conclusión
Los judíos pidieron la muerte de Jesús y la liberación
a cambio de un sedicioso y homicida (v24-25).Y Él, hasta en el momento
de encarar su camino al Calvario, pidió si embargo perdón para ellos: “Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen” (v34). Pero no sólo para ellos,
pues por cada una de nuestras traiciones, por cada uno de nuestros pecados una
y mil veces repetidos, pidió para nosotros también misericordia y perdón. Y fue
en ése momento, donde la voluntad del Padre iba a ser llevada a cumplimiento
por nosotros, donde Jesús sí habló, alto y claro, con palabras de Vida y
salvación eternas. Por tí y por mí, pues infinito es su Amor por nosotros. Y, “en
esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él
nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1
Jn 4:10). Éste es el Jesús que viene hoy a la Jerusalén de nuestras vidas;
recibámoslo con júbilo y gozo. Pues viene a nosotros nuestro Salvador, y no con
ricas vestimentas, ni rodeado de esplendor y de los poderes de este mundo.
Viene a lomos de la humildad, de la mansedumbre, y del espíritu misericordioso
y perdonador. “¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el
cielo, y gloria en las alturas”(Lc 19:38). ¡Que así sea, Amén!.
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