TEXTOS BIBLICOS
DEL DÍA
Primera Lección: Isaías
43:1-7
Segunda Lección: Romanos
6:1-11
El
Evangelio:
Lucas 3:15-22
Sermón
Parece
como si el ser humano necesitase de un calendario para motivarse a mejorar y
superarse, o para luchar contra sus adicciones y defectos. Pues en definitiva
lo que el ser humano anhela en el fondo es ser un hombre nuevo. Los cristianos
nos vemos también envueltos en este enfoque renovador en nuestra sociedad, pero
el creyente debe ser consciente que esta actitud de renovación y
transformación, debemos mostrarla no solo una vez al año, sino cada día, y de
que este anhelo es además posible para nuestra vida, gracias al pacto que Dios
selló con nosotros en nuestro bautismo. Un bautismo que fue instituido por
nuestro Señor (Mt 28:18-20), y gracias al cual podemos renacer cada día
en la seguridad de que Dios nos cubre con sus promesas de perdón y salvación en
Cristo Jesús.
•
El bautismo de Cristo
principio de nuestra salvación
El agua es un elemento limpiador y esencial para la vida en la Tierra,
y por ello es además un símbolo de pureza y de vida, y fue usada de manera
ritual por el pueblo de Israel y otros pueblos con el fín de mostrar la
regeneración del hombre. Así la encontramos por ejemplo en la narración de la
curación de Naamán, general del ejército del rey de Siria, enfermo de lepra, y
enviado por el profeta Eliseo a lavarse en las aguas del rio Jordán (2 Re
5:10). O en el encuentro del ciego con Jesús, enviado también a lavarse a
la fuente de Siloé para recuperar su vista (Jn 9:7). Son muchos los
momentos en la Palabra donde el agua aparece conectada con la restauración y
limpieza. Pero tal como enseña nuestro Catecismo en referencia al Bautismo: “El
agua en verdad no hace cosas tan grandes , sino la Palabra de Dios, que está en
unión con el agua, y la fe, que confía en esta palabra de Dios con el agua.
Porque sin la Palabra de Dios el agua es simple agua y no bautismo.” (El
Sacramento del Bautismo, Tercera explicación, Catecismo Menor). Es decir,
el agua no contiene propiedades mágicas más allá de las que tiene de manera
natural, pero en unión con la Palabra de Dios se convierte en uno de los medios
visibles para que el Creador distribuya su gracia entre los hombres. Y esta
agua y esta Palabra son las que Juan usó igualmente para proclamar el bautismo
de arrepentimiento para perdón de pecados (Lc 3: 3), llamando al pueblo
a poner ante Dios sus faltas y a la conversión de sus corazones. Y
sorprendentemente para Juan, incluyendo una protesta ante lo que iba a
acontecer (Mt 3:14) el mismo Cristo ocupó su puesto en la fila de
aquellos pecadores que, reconociéndose tales, recibieron las aguas bautismales
para perdón de sus pecados: “Aconteció que cuando todo el pueblo se
bautizaba, también Jesús fue bautizado” (v21). Y éste es el primer
sacrificio de Jesús por nosotros: ser considerado entre los pecadores. Aquél
que no cometió pecado se hace uno de nosotros. Y así como él ofrece este
sacrificio bautismal por nosotros que le conducirá hasta la Cruz para que se
cumpla toda justicia: “Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda
justicia” (Mt 3:15), así este bautismo nuestro conectado ahora con el
bautismo de Cristo, nos lleva a nosotros a crucificar diariamente nuestro viejo
hombre, para renacer a una vida nueva. No una vez al año, sino diariamente,
pues cada día nos alcanza la gracia de Dios derramada sobre nosotros por medio
del agua y la Palabra, y sellada por el Espíritu Santo. Siendo así, los
cristianos vivimos cada día como una renovación, como un nuevo comienzo. Y somos
bendecidos diariamente por medio de nuestra fe, la cual da validez al pacto que
Dios estableció con nosotros en nuestro propio bautismo. Celebramos pues el
bautismo de Cristo como el inicio de nuestra liberación del pecado y el
comienzo de nuestra salvación, pues Dios: “Al que no conoció pecado, por
nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en
él. “(2 Cor. 5:21).
•
Las bendiciones bautismales
del agua y el Espíritu
El bautismo de Juan era un bautismo para perdón de los pecados por
medio de la llamada al arrepentimiento y el agua, pero en el bautismo de Cristo
tenemos además el testimonio de una presencia más: la del Espíritu Santo: “Aconteció
que cuando todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado; y orando,
el cielo se abrió, y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma”
(v21-22). Y esta presencia marca una diferencia importante en dos sentidos:
en primer lugar el Espíritu testifica la divinidad de Cristo, es el sello que
garantiza que el Hijo de Dios está presente entre nosotros por medio del
testimonio del mismísimo Creador: “y vino una voz del cielo que decía: Tú
eres mi Hijo amado; en tí tengo complacencia” (v22). Y esta proclamación
ratifica además el anuncio profético de Dios por medio del profeta Isaías: “He
aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido en quien mi alma tiene
contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las
naciones” (Is 42:1). Cristo, el siervo de Dios viene a este mundo a traer
la verdadera Justicia entre nosotros. Pero además, en esta seguridad de la
divinidad de Cristo, y en su solidaridad en las consecuencias del pecado por
nosotros, nuestro bautismo se hace uno con el suyo, y también nosotros podemos
estar seguros que el día que se nos abrió la puerta a la familia celestial en
las aguas bautismales, la voz de Dios y la presencia del Espíritu proclamaron
que nosotros también somos hijos amados suyos: “Tú eres mi hijo amado, en tí
tengo complacencia” (v22). Y esta bendición nos acompaña y alcanza toda nuestra
vida en este mundo, y por medio de la fe nos apropiamos de las bendiciones de
la gracia de Dios en Cristo. Y es esta bendición bautismal, este sello que
llevamos con nosotros, lo que nos permite vivir cada día sabiendo que, por
encima de nuestros errores y pecados, de nuestros fracasos, de nuestras caídas
en la vida, tenemos un Padre que extiende la mano de su Hijo amado hacia
nosotros para sostenernos y traernos consuelo: “Sostiene Jehová a todos los
que caen, y levanta a todos los oprimidos” (Sal 145: 14). Nuestra fe debe
aferrarse pues a esta Palabra divina, pues la vida traerá momentos donde
Satanás querrá hacernos dudar de estas promesas, y donde se nos llevará a
sentir la desesperación de que no damos la talla, de que no somos
suficientemente dignos del Reino de los Cielos. Sin embargo la fe que hemos
recibido por gracia en nuestro corazón y la presencia del Espíritu en nuestra
vida, nos advierten y previenen de esta gran mentira. Pues como enseña el
Apóstol San Pablo: “Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado.
Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él” (Rom 6: 7-8). Hemos
muerto pues con Cristo en nuestro bautismo, y renacido del agua a semejanza de
su resurrección, y por esta fe tenemos garantizada la vida eterna con el Padre.
¡Que nada ni nadie nos quite nunca esta seguridad y este consuelo!.
•
Recuerda tu bautismo cuando
laves tu cara
Hemos dicho al principio, que el agua es un elemento importante y de
gran significado en la Palabra y la Obra de Dios. Desde los primeros momentos
de la Creación: “y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”
(Gn 1:2), hasta el resto de pasajes donde juega un papel importante
simbolizando la vida, la purificación e incluso en algunos casos, un sentido de
peligro o sufrimiento espiritual: “Sálvame, Oh Dios, porque las aguas han
entrado hasta el alma” (Sal 69:1-2). El agua y otros elementos materiales
son como vemos, usados por Dios en su relación con nosotros, los hombres. Pues
Dios no se relaciona con nosotros en un mundo de espiritualidad pura e
inmaterial, sino que viene a nosotros en este mundo real y material creado por
Él, y donde los elementos terrenales le sirven para llevar junto con su Palabra
su gracia a los hombres. Sea por medio del agua bautismal, o sean el pan (cuerpo)
y vino (sangre) que recibimos en la Santa Cena. La Creación sirve al
Creador hasta el punto de que el mismo Verbo fue hecho carne entre nosotros (Jn
1:14). Y no debe extrañarnos pues que en este mundo de sofisticación, Dios
use medios tan naturales y sencillos para los milagros más increíbles, y donde
el bautismo es uno de los principales. ¿Qué papel jugará pues tu propio
bautismo a lo largo de este nuevo año en tu vida de fe?, ¿será fuente de
alegría y consuelo?, ¿te hará sentirte hijo amado del Padre en los valles
oscuros de tu vida?. El bautismo suele ser un gran olvidado entre los
creyentes, que no aprovechan su realidad espiritual como fuente de alegría para
la vida diaria. Fuimos bautizados hace mucho tiempo, y frecuentemente cuando
aún no podíamos expresar la fe recibida por nosotros mismos. Quizás algunos
hasta se han olvidado de su propio bautismo, pero sin embargo Dios no se ha
olvidado de nosotros. El Amor de Dios en Cristo alcanza a sus hijos en este
mundo todo lo que dura sus vidas, y mientras existe la fe salvadora en
nosotros, este sello tiene plena validez justificadora ante el Padre. Recuerda
pues cada día el bautismo de Cristo, donde Jesús asumió la carga de nuestros
pecados dando inicio a nuestra salvación, y el acto por medio del cual Dios dió
testimonio de la presencia del Hijo amado entre nosotros. Esto es algo tan
importante y consolador, que nunca deberíamos olvidar, y que tenemos que tener
presente para, inmediatamente, recordar nuestro propio bautismo ligado al de
Cristo en el Amor del Padre y el testimonio del Espíritu Santo. En su sencillez
y claridad, Lutero expresó la importancia de este hecho con esta bella exhortación: “Cada vez que laves tu cara
cada mañana, recuerda tu bautismo”. Lava pues tu
cara cada mañana, ¡tendrás entonces muchas ocasiones en este año de recordar el
amor y perdón de Dios en Cristo para tí!.
•
Conclusión
El dia que Jesús dio un paso al frente y ocupó
su lugar en la fila de aquellos que iban a ser bautizados por Juan, la carga de
nuestros pecados fue asumida por él. De esta manera se cumplían las profecías
expresadas por el profeta Isaías, que anunciaban un siervo que cargaría con el
peso de nuestras culpas: “mas Jehová cargó en él el pecado de todos
nosotros” (Is 53:6). Una carga que Cristo sigue llevando por nosotros
cuando en fe, ponemos nuestras angustias y miserias a los pies de la Cruz. En
este año que comienza ponte además una nueva meta: recordar cada día al
despertar el milagro de la misericordia y perdón que tienes en Cristo por medio
de tu fe bautismal. ¡Y disfruta pues un año lleno de las bendiciones
bautismales que son tuyas en Cristo!. ¡Que así sea, Amén!
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