INTRODUCCIÓN:
Prácticamente no tenemos límites, podemos
ir dónde se nos ocurra. Más allá de los costes, las distancias ya no son un
obstáculo. Hoy no solo volamos en enormes aviones, se dice además que estamos
conquistando el espacio. Los medio de transporte son cada vez más veloces. Pero
aún queda un sitio al que es imposible acceder para el hombre por sus propios
medios: Dios. Hagamos lo que hagamos nunca podremos alcanzarlo. Es por ello que
este Domingo de Transfiguración Él nos quiere recordar que viene a nosotros
para transformarnos por medio de Cristo.
LA
LEY DE DIOS: En el Monte
de la Transfiguración, vemos la manifestación de Moisés, el hombre llamado por
Dios para llevar el mensaje de la Ley de Dios al pueblo. A Moisés, la Palabra le
fue dada desde arriba, en el Monte Sinaí Dios le dio los Diez Mandamientos. “La
Ley por medio de Moisés fue dada” (Juan 1:17). En la Ley, la declaración de
Dios es: “haz esto” y “no hagas aquello”. No hay excepciones y no hay
misericordia para todo aquel que infrinja alguno de los mandamientos de Dios.
La violación de un mandamiento, por breve o insignificante que sea, es
suficiente para condenar eternamente a una persona. Un pensamiento que no es
piadoso es suficiente para recibir tan terrible castigo. El mensaje de la Ley
requiere la perfección absoluta, sin una segunda oportunidad y no hay perdón
para los transgresores.
Si tú o yo fuésemos capaces de hacer
esto, capaces de cumplir la ley de Dios perfectamente, y así deshacernos de
nuestra vieja naturaleza pecaminosa, entonces tendríamos el cielo asegurado.
Pero la salvación por el cumplimiento de la Ley es un sueño, que nunca
sucederá. “Porque cualquiera que guardare
toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago
2:10)
Por ello se nos relata la presencia de
Moisés en el Monte de la Transfiguración. Aunque el Señor había llamado a
Moisés a su eterno descanso siglos antes, aquí estaba Moisés en su cuerpo
glorificado. Él es glorificado, santo y puro. Sin embargo, Moisés no se
presentó así porque no tuviese pecado o porque cumpliese perfectamente la ley
de Dios. Más bien, Dios dio a Moisés el don de la fe y Moisés confió en el
Señor. Por lo tanto ni Moisés, ni la Ley son nuestros salvadores.
LOS
PROFETAS DE DIOS. En
segundo lugar, en el Monte de la Transfiguración, encontramos la manifestación de
Elías. Elías, como Moisés, fue un profeta de Dios enviado a proclamar la Ley y
el Evangelio. Por medio de Elías llegó el mensaje del Señor, su Dios. Es la
palabra de advertencia a todos aquellos que no tienen al Señor como su único
Dios, sino que lo sustituyen o reconocen y toleran a otro dios como Baal, el
dinero, la fama, el poder, ellos mismos o una religión. En Elías reconocemos
que el Señor quiere ser nuestro único Dios, y que no va a aceptar, permitir ni
tolerar a cualquier otro en su lugar o en su presencia. Esta fue la Ley que
incluyó Elías en su proclamación mientras vivía en este mundo.
Pero hay más de parte de Elias: un
mensaje de esperanza y una promesa de perdón, salvación y vida. No es el hijo
muerto de la viuda, al que resucitó por el poder del Señor a través de la
palabra del profeta. En Elías reconocemos que Jehová no quiere que muramos. Él
desea que vivamos. Así lo ha manifestado en la vida misma del profeta, ya que
Él proporciona una fuente inagotable de alimentos para Elías, la viuda y su
hijo. Dios envía el agua de la vida para apagar lo que se había resecado.
Anuncia la condena del malvado rey Acab y el profeta proclama la victoria para
el pueblo de Dios.
Aunque no tuvo una vida fácil, Elías
cometió pecados que lo alejaron de Dios, se quejó de Él, huyo por miedo y dudas
de la protección divina, pero el Señor a pesar de esto no lo abandonó. Elías no
podía ir a Dios, pero Dios podía venir, estar con él y saciar sus necesidades.
En un acto de pura gracia y misericordia el Señor envió carros de fuego y Elías
fue llevado al cielo.
Ahora Elías se presenta en el Monte de la
Transfiguración. Aunque el Señor lo había llamado a estar en el Paraíso siglos
antes, aquí estaba Elías en su cuerpo glorificado. Él es glorificado, santo y
puro. Sin embargo, Elías no se presentó así porque no tuviese pecado o porque
cumpliese la ley de Dios perfectamente. Más bien, Dios le dio a Elías el don de
la fe y Elías confió en el Señor. Por lo tanto, ni Elías, ni los mensajeros de
Dios, ni la Ley son nuestros salvadores.
LA
GLORIA DE CRISTO. En
tercer lugar, en el Monte de la Transfiguración, se manifiesta la gloria de
Jesucristo. El apóstol Juan nos dice que, si bien “Pues la ley por medio de
Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.”
(Juan 1:17). Alguien mayor que el templo, los profetas, Moisés y los reyes
terrenales se hace presente, es Jesús de Nazaret. Pero ¿Quién es Él? Es Jesús
el Cristo, es Jehová de Sabbaot, y no hay ningún otro dios. Él es el Hijo de
Dios y el Hijo del Hombre. Él es Jehová encarnado. El Cristo es verdaderamente
hombre a fin de nacer bajo la misma Ley que Él ha escrito en los corazones de
cada ser humano. Tuvo que ser hombre bajo la ley, para sufrir y morir en
nuestro lugar. Jesús de Nazaret es verdaderamente Dios. El Salvador tenía que
ser Divino con el fin de ser un rescate más que suficiente para todas las
personas del mundo.
¿Cómo puede Cristo hacer esto? Pensemos
por un momento lo que Moisés y Elías no son capaces de hacer. Se quedaron en el
cielo cuando el Hijo eterno de Dios dejó el esplendor de esa morada eterna,
para descender a este mundo. Jesús viene hacia abajo, al valle de la muerte,
sufriendo una muerte inimaginable en nuestro nombre. Sufre el abandono de Dios
en la cruz con el fin de facilitar el camino para que nosotros evitemos ése
sufrimiento eterno. No podemos llegar a Dios, por eso es por lo que Él viene a
nosotros, baja a las profundidades a la cual nos condenaba ley, con sus manos
traspasadas por los clavos. La sangre derramada del Salvador clama por nuestro
perdón.
Cristo viene a los valles de la muerte,
las calles de los pobres, la vida de los enfermos del cuerpo y del alma, a los
cargados de culpas y cansados de esforzarse por complacer a Dios sin éxito.
Jesús dirige a tres de sus discípulos al monte y allí les revela la verdadera
gloria que tiene desde la eternidad hasta la eternidad. Mientras están en su
presencia, Jesús se transforma. Mientras que Moisés y Elías aparecieron en la
gloria, Jesús y “sus vestidos se
volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que ningún
lavador en la tierra los puede hacer tan blancos” (Marcos 9.3).
LA
VOZ DE DIOS. En cuarto
lugar, en el Monte de la Transfiguración, consideremos la Revelación de Dios
Padre. Cómo los tres discípulos del Señor Jesús estaba allí y una gran nube los
cubrió y una voz salió de la nube. Dios el Padre habla: “Este es mi Hijo Amado.
Escuchadle”. Esto se dice en beneficio de todos los discípulos... Pedro,
Santiago, Juan y el resto... tú, yo y la Iglesia toda. Escuchar a Jesús y
escuchar lo que Él ha dicho:
“Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
“El
Hijo del Hombre no vino para ser servido sino a servir ya dar su vida en
rescate por muchos” (Mateo 20:28).
“Vosotros
estáis limpios por la palabra que os he hablado” (Juan 15:3).
“Y
si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para
que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:3).
“Venid
a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo
11:28).
“Paz
a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo:
Recibid el Espíritu Santo. A quienes
remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les
son retenidos.” (Juan 20:21-23).
“Tomad,
comed, éste es mi cuerpo... Esta es mi Sangre del nuevo pacto, que es derramada
por muchos para el perdón de los pecados” (Mateo 26:26-28).
“Nunca
te dejaré ni te abandonaré” (Hebreos 13:5).
EL
MANDATO A LOS DISCIPULOS.
Por último, en el Monte de la Transfiguración, es necesario tener en cuenta las
palabras que se aplican a Pedro, Santiago y Juan en el día en que Jesús se
transfiguró, y que simplemente se aplican a nosotros hoy. A medida que bajaban
del monte, Jesús les mandó que no contasen a nadie lo que habían visto, es
decir, no hasta que el Señor hubiera resucitado de entre los muertos. Estos
discípulos no tenían que difundir y dar testimonio de lo que se había revelado
en el día de la Transfiguración.
Este silencio fue ordenado por un tiempo
limitado antes de la resurrección de Jesús, el Cristo en la mañana de Pascua.
Pero Cristo ha resucitado y los seguidores de Jesús no estamos aquí para
mantener la boca cerrada. Estamos llamados a anunciar a Cristo a todo el mundo,
a ser sus testigos entre quienes nos rodean. El mensaje del Evangelio ha sido
confiado a la Iglesia, no para mantenerlo encerrado en una caja fuerte o
escondido debajo de un cajón, sino para que sea anunciado según tengamos
oportunidad. ¿Por qué? Porque el hombre nunca podrá llegar a Dios y en especial
porque Dios viene al hombre en los medio de Gracia, Palabra y Sacramento.
Muestra fiel de esta presencia es que, por medio de ellos te han sido
perdonados todos tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario