“El
Poder del Amor de Dios en Cristo”
Primera Lección: Isaías 52:13- 53:12
Segunda Lección: 2º CORINTIOS 5:12-21
El Evangelio: Juan
19:17-30
Sermón
En
cierta ocasión un periodista me dijo lo que pensaba respecto al cristianismo.
Su opinión es la que comúnmente da el moralista o el humanista: “Trato de hacer
lo que es recto, y respeto la religión de cada persona en el mundo.” Cuando le
pregunté si él se consideraba pecador, replicó con indignación: “No.” Y cuando
le pregunté si sentía que necesitaba a Cristo como a su Salvador, respondió sin
el menor titubeo: “No; Cristo no entra en este asunto.” Entonces le sugerí
cortésmente que no debía usar el nombre de cristiano, ya que el fundamento, el
centro y el corazón de esa palabra es “Cristo.” Es evidente que este hombre no
había entendido en lo más mínimo el significado de las siguientes palabras de
nuestro texto: “Dios estaba en Cristo.”
Este amigo había formado para sí mismo la clase de dios que quería tener; había
creado un dios a su propia imagen; pero aún no se había enfrentado con el
verdadero Dios, que tan poderosamente se ha revelado a sí mismo en lo que
sucedió hace 2.000 años en aquel memorable viernes, que ha venido a conocerse
con el nombre de Viernes Santo. Tan imposible es separar a Dios del Calvario
como lo es separarlo de cualquier cosa que haya sucedido en la historia del
mundo. Y precisamente porque el mundo sufrió un cambio tan radical a causa de
lo que sucedió en el Calvario, no es definir a Dios debidamente si se pasa por
alto el poderoso mensaje del Viernes Santo de que “Dios estaba en Cristo.”
Dios estaba en Cristo porque Dios
es amor. Lo que
sucedió en el Gólgota fue un acto de amor. Es ciego a la hermosura y la gloria
del Calvario el que no ve resplandecer, en medio del abatimiento, de la
avaricia y de la terrible crueldad, la cruz de Cristo como demostración
efectiva del amor de Dios. “Dios da
prueba de su amor a nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por
nosotros” (Romanos 5:8). El apóstol San Juan declara: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en propiciación por
nuestros pecados.” (1 Juan 4:10). Por unos momentos en este día santo
fijemos nuestra vista en la cruz de nuestro Señor a fin de que descubramos con
mayor intensidad “El Poder del Amor de Dios en Cristo”
1. Es el poder que crea una nueva relación
entre nosotros y Dios;
2. Es el poder que transforma al hombre;
3. Es el único poder que puede vencer al
mundo.
1.
Al declarar que es el poder que crea una nueva relación entre nosotros y Dios,
queremos decir, por supuesto, que hay algo roto en nuestra relación natural con
Dios. Todo el que mira a la vida con seriedad y busca a Dios, siente y ve esa
rotura. El profeta Isaías se dio cuenta de esto cuando dijo: “pero vuestras iniquidades han hecho
división entre vosotros y vuestro Dios” (Isaías 59:2).
Fundamentalmente es el
pecado de adorarse uno a sí mismo y de rebelarse contra la autoridad y la
soberanía de Dios. “los designios de la
carne son enemistad contra Dios” es la manera como el apóstol San Pablo
hace el diagnóstico (Romanos 8:7).
El
problema está en cada persona en el mundo. Y he aquí por qué “Dios estaba en Cristo” y por qué “al que no conoció pecado, hizo pecado por
nosotros.” A través de los siglos ha resonado el mensaje del Calvario: “Jehová cargó en él el pecado de todos
nosotros” (Isaías 53:6). Y: “Cristo llevó
nuestros pecados en su cuerpo” (1 Pedro 2:24). Piensa por un momento en lo
que eso quiere decir. Piensa por un momento en los pecados de tu propia vida de
los cuales tienes conocimiento. Multiplícalos por los billones de habitantes
que hay en el mundo. Añade al resultado los billones de habitantes que han
pasado de este mundo al otro. Esa inmensidad de pecado, esa carga colosal,
onerosa, condenadora de pecado fue puesta sobre nuestro Señor Jesucristo.
Por
esta razón no te es difícil darte cuenta del poder del amor de Dios en Cristo,
y de saber por qué Cristo fue crucificado. Llevar toda la carga del pecado de
todo el mundo sólo puede resultar en la muerte; pues “la paga del pecado es muerte.” Y sólo esto explica la siguiente
declaración de nuestro texto: “Por todos
murió.” Pero tu fe debe ver el poder del amor de Dios allí en el simple
hecho de que Jesús murió. Es menester aprender el lenguaje de San Pablo: “Si uno murió por todos, luego todos murieron.”
Debes darte cuenta de que a ti te atañe la muerte de Cristo de una manera muy
personal e íntima. El gran poder del amor de Dios te ha identificado tan
completamente con Cristo que realmente puedes decir: “En Cristo Jesús yo morí
por mis pecados en el Calvario. No sólo llevó Él mis pecados sobre sí mismo, sino
que también me llevó a mí mismo y me hizo parte de Él.” Cuando comprendes
claramente la maravilla de esta gloriosa verdad, entonces comprenderás qué
quiere decir San Pablo en Romanos, capítulo 6, al declarar que cuando somos
bautizados en Cristo Jesús, somos bautizados en su muerte. Participamos de su
muerte.
Ya
que en Cristo y con Él he muerto por mis pecados, puedo comprender la buena
nueva de nuestro texto de que Dios no imputa a los hombres sus ofensas, es
decir, no las atribuye a los hombres. Y con razón, pues nosotros morimos por
ellas en Cristo. Y aún más. No sólo ha desaparecido nuestra culpa, sino que
también el vacío ha sido llenado con el don de la justicia misma de Dios. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo
hizo pecado, para que nosotros seamos justicia de Dios en él.” En estas
palabras se relata el trueque más grande que se ha hecho en el mundo. Yo doy a
Jesús mis pecados; Él me da, mediante la fe en Él, la justicia de Dios. Quizás
ningún otro apóstol sintió tan profundamente este poder del amor de Dios como
San Pablo. A los filipenses expresó su ardiente deseo de ser hallado más y más
en Cristo. “y ser hallado en él, no
teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de
Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Filipenses 3:9).
Aquí
tenemos, pues, el fundamento para una nueva relación con Dios procede de Él. (v.
18.) Es obra absoluta de Él. Mediante el poder de su amor “nos ha reconciliado consigo mismo por Cristo.” Nos ha adoptado en
su familia, de modo que podemos exclamar con San Juan: “Ahora somos hijos de Dios” (1 Juan 3:2). Y no es meramente que
Dios haya quitado nuestra culpa o cancelado el castigo que hemos merecido a
causa de nuestro pecado. No; restauró la comunión personal con Él mismo,
haciendo algo por nosotros. No es meramente que Dios haya cambiado de parecer
respecto a mí. No; Él me transformó.
2.
Cuando un esclavo es liberado, se cambia la condición de un ser humano que se
hallaba en la servidumbre. Desafortunadamente, no se obra ningún cambio
milagroso en la personalidad o el carácter o la naturaleza de los que se
hallaban en la servidumbre. Mucho tiempo se echa para obrar una regeneración y
borrar el daño causado por el mucho tiempo de esclavitud de la mente y el
aprisionamiento del espíritu. Pero la libertad obrada en el Calvario hace más
que anunciar o promulgar nuestra libertad. La Cruz es más que un manifiesto
vacío y mecánico. El poder del amor de Dios es tal que “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas
viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (v. 17). La Cruz hace más
que meramente anunciar la exculpación legal del culpable pecador; es un poder
que produce una transformación interna y crea una comunión nueva y vital y
personal con Dios. El viejo punto de vista humano ya ha pasado, y empezamos a
mirar la vida desde el punto de vista de
Dios. Nuestra filosofía, nuestra perspectiva y nuestra manera de pensar se
hacen más y más divinas, porque somos nuevas criaturas en Cristo. La Cruz que
ha sido sembrada en nuestro corazón crea un nuevo corazón dentro de nosotros.
Existe el verdadero arrepentimiento; un cambio completo de mente acerca de
Dios, de nosotros mismos, del pecado y de nuestra salvación. La historia del
mundo resplandece con la luz que emana de la Cruz del Calvario, la cual creó
una nueva época, sociedad, filosofía, literatura, código moral y un mundo
totalmente nuevo. Y el esplendor de la Cruz puede ser visto en todo siglo y en
toda civilización en que hombres y mujeres se han entregado al poder del amor
de Dios en Cristo Jesús.
El
cambio, ante todo, marcha en dirección hacia el amor nuestro. “y por todos murió, para que los que viven,
ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.” La
mayor victoria es la victoria sobre uno mismo. En Cristo hallo el gozo de dejar
que Dios sea Dios, y siento satisfacción y suprema felicidad en ser simplemente
hijo de Él. Es que ya yo no soy el centro del universo, sino Dios. Él se hace
el centro de todo, y el gozo de nuestra vida consiste en pensar como Él piensa,
hacer su voluntad y realizar la obra que Él nos ha encomendado. Por la gracia
de Dios podemos lograr la altura de San Pablo y exclamar con él: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”
(Gálatas 2:20).
Cristo
y su amor: esa es la llave, el secreto, el poder de la nueva vida que es
eterna. “El amor de Cristo nos
constriñe”, declara San Pablo. Su amor nos impulsa, nos estimula. Eso nos
hace triunfar. Las grandes victorias de la fe cristiana no se fundan en los
afectos débiles y variables de nosotros los pecadores. Son la creación del gran
poder reformador y transformador del amor de Dios que hace nuevas todas las
cosas.
3.
Todas las mañas que han propuesto los hombres para salvar a la humanidad son
panaceas anémicas. La teoría de proporcionar espléndidas comodidades educativas
y programas de recreación y viviendas modernas y seguridad económica se basa en
que si se cambia el ambiente, también cambiará la naturaleza humana. Pero la
historia del mundo y la experiencia humana y la revelación divina ponen de
manifiesto con la mayor claridad que algún poder tiene primero que cambiar al
hombre, y así el hombre transforma el ambiente, y no al revés.
El
único poder que puede realizar este milagro es el poder del amor de Dios en
Cristo. Y la responsabilidad, el reto que debemos sentir vivamente se nos
transmite en expresiones como las que hallamos en nuestro texto: “Dios nos dio el ministerio de la
reconciliación... Y puso en nosotros la palabra de la reconciliación... Así
que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio
nuestro; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.”
La
verdad respecto al amor de Dios resplandece desde la Cruz del Calvario y cubre
a todo el mundo. “Dios estaba en Cristo
reconciliando consigo al mundo.” El mensaje que la Iglesia debe promulgar
es claro y poderoso: “¡Reconciliaos con
Dios!” El mensaje quiere decir lo siguiente: Acepta la verdad de lo que
Dios ha hecho, cree en su mensaje de amor, y deja que este mensaje de amor te
transforme. No existe otra esperanza. En este mensaje del Evangelio se halla
inherente el poder del amor de Dios en Cristo. Los creyentes somos la voz con
que Dios se dirige al mundo. Quiera Dios que este Viernes Santo nos ayude a
darnos cuenta de que tenemos la responsabilidad de ser “los oráculos de Dios”
de modo que sintamos en lo más profundo de nuestra alma el impulso de Cristo y
por ende digamos con San Pablo: “¡Ay de
mí si no anunciare el Evangelio!” Amén.
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