TEXTOS
BIBLICOS DEL DÍA
Primera Lección: Deuteronomio 4.1-2, 6-9
Segunda Lección: Efesios 6.10-20
El Evangelio: Marcos 7.14-23
Sermón
El problema de la
contaminación.
Durante los últimos tiempos se ha hablado y se ha hecho mucho en lo
concerniente a los problemas de contaminación y medio ambiente. Muchas veces
los ecologistas parecen extremistas con su accionar, en cierta forma es bueno
estar preocupados por el mundo de Dios y nuestra seguridad. Tratan de hacer que
no se contamine indiscriminadamente, no se talen bosques o no se pongan en
riegos de extinción ciertas especies animales.
Otros también están preocupados
por la contaminación moral y quieren limpiar la televisión y el cine. Para
otros la oración y la religión en las escuelas públicas o escenas del pesebre
de nuevo en lugares prominentes en el tiempo de Navidad son contaminantes a la
libre elección que las personas pueden hacer sobre su vida de fe.
Desafortunadamente acciones como éstas no son las que harán que la gente sea
mejor y las palabras de Jesús en el evangelio de hoy nos muestra por qué.
Contaminados desde
el interior. Los
fariseos estaban molestos porque Jesús permitió a sus discípulos comer sin
lavarse las manos. Si bien nos pasa lo mismo con nuestros hijos, pero por
razones diferentes, para los fariseos no era sólo una cuestión de salud, sino
que estaban convencidos de que la contaminación espiritual, en realidad, llegaba
por el hecho de haber tocado algún objeto que una persona no creyente hubiese
tocado. Por esto, comer sin lavarse las manos también era una causa de
transmisión de impureza espiritual.
En esta controversia, Jesús se
pone del lado de la naturaleza, por lo menos en lo que respecta a la propia contaminación
espiritual. Los fariseos culpaban al medio ambiente, a lo que los rodeaba, sin
embargo Jesús dice que el problema no
está en lo que nos rodea y condiciona, sino que esta en nosotros mismos. “Eres
lo que comes” puede ser una verdad hasta cierto punto, físicamente quizá, pero
no espiritualmente. Él no niega que debemos evitar las oportunidades para caer
en pecado o que no tengamos que proporcionar un buen ambiente para nuestros
hijos. Él no niega que, si nos exponemos a las tentaciones externas o las
falsas enseñanzas, podemos tirar por la
borda nuestra vida de fe. Él no niega que depender del alcohol o consumir
drogas o persistir en actitudes pecaminosas nos aparta de la vida de fe, aunque
queramos seguir siendo cristianos y deseemos llegar al cielo. Pero el problema
no es el alcohol, el dinero, el sexo, o la multitud de cosas malas que hacemos.
Estas no nos atraerían a menos que estuviéramos contaminados en nuestro
interior, algo con lo cual todas las personas nacemos.
Una idea popular es que el hombre
nace bueno y que el mal se encuentra en la sociedad que lo corrompe. Otra idea extendida
aún entre los cristianos, es que las personas nacen neutrales y que los niños
pequeños no son ni buenos ni pecaminosos y su crianza es la que determinará qué
tipo de personas van a llegar a ser. Pero para nosotros esto no es así, creemos
que el bautismo infantil es algo totalmente necesario e indispensable, porque
creemos que somos pecadores desde que somos concebidos y nos perderíamos por
siempre sin la fe en Jesucristo que nos es dada en el Bautismo. Lo que muchos
no entienden, es el grado de contaminación espiritual que incluso los bebes
poseen y el hecho de que el Señor nos hace responsables de nuestros pecados,
aunque no los reconozcamos como tales (Romanos 3:19). Mi esposa y yo no
enseñamos a nuestros hijos a ser pecaminosos, por lo menos no de manera
consciente y voluntaria. Pero adivinen qué: de pequeños parecían inocentes niñas,
pero es que ellas no habían crecido lo suficiente o adquirido suficientes
conocimientos u oportunidades para ejercer su maldad innata. Cabe recordar una
vez más que sostenemos el hecho de que nosotros no somos pecadores porque
cometemos pecados, sino que es todo lo contrario cometemos pecados porque somos
pecadores. Llevamos a cabo acciones contra la voluntad de Dios porque eso es lo
que hay en nuestro corazón. Aun cuando nuestras acciones muchas veces se
disfracen de buenas intenciones.
Jesús dice en los versículos 20 a
23: “que lo que del hombre sale, eso
contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los
malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los
hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la
maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen,
y contaminan al hombre.”. De acuerdo a Jesús, el corazón humano es una
alcantarilla, en la que todas estas contaminaciones están presentes y están al
acecho. No tenemos que pensar en un delincuente o pervertido para aplicar estas
palabras de Jesús, sino que cada uno de nosotros somos así por naturaleza.
¿Crees que no eres capaz de hacer algunos pecados terribles? En la Epístola de
Santiago se dice que “cualquiera que
guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago
2:10). Ninguno de
nosotros puede siquiera concebir la contaminación que se esconde en nuestros
corazones. Si te analisas ante esta realidad y llegas a decir que “no puedes evitarlo”, es necesario que
sepas que esa es exactamente la conclusión de que Jesús quiere que tengas.
Limpio desde el
exterior. Como
estamos contaminados por dentro, necesitamos ser purificados desde el exterior.
Las alcantarillas en nuestro interior no son auto-limpiantes y todas aquellas
cosas que surgen de allí no desaparecerán por arte de magia o con el paso del
tiempo, al contrario, si las dejamos seguirán generando más contaminación.
Alguien desde el exterior debe hacerlo y hacerlo bien. Muchas religiones y
filosofías tienen programas para limpiar tu vida y librarte de los vicios. Pero
estas recetas quedan solo en lo superficial, ya que generalmente apuntan a que
en ti está el poder para cambiar y
renovarte. Lamentablemente nuestros pecados y vicios siguen estando en nuestro
interior, acumulándose y esperando la oportunidad para manifestarse. Puedes
matar algunas intenciones pecaminosas todo lo que quieras, pero vendrán más,
porque en algún lugar en tu interior hay algo que sigue contaminándote y a
menos que se limpie siempre habrá más. El corazón humano es un nido que
mantiene la producción de pecados y a no ser que se limpie, nada importante va
a cambiar.
Por esta razón es que Dios vino a
nosotros desde el exterior y envió a su Hijo al mundo. El Hijo de Dios vino al
mundo perfectamente limpio por dentro, Él fue el único con un interior limpio,
un corazón limpio, desde que Adán y Eva pecaron. Podemos imaginar a María y a
José viendo crecer a su hijo, esperando que tenga su primer rabieta, pero eso
nunca sucedió, esperando que les contestara mal, pero nunca lo hizo. Jesús
estaba perfectamente limpio, por dentro y por fuera.
La lista de cosas que dice que
hay en nosotros está en los versículos 21 y 22 “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los
malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los
hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la
maledicencia, la soberbia, la insensatez”. Jesús nunca vivió esos pecados, sus acciones y
palabras nunca manifestaron estos hechos. Él es el Salvador perfecto, es
exactamente lo opuesto de cada uno de nosotros. Por el intercambio que Cristo
hizo en la cruz con nosotros, tomando nuestro lugar, Dios ahora nos acredita el
corazón no contaminado de Jesús. Todos los pecados que nos contaminaban y en
los que vivían nuestros corazones han sido borrados. Jesús los llevó a la cruz
y derramó su sangre para pagar por nuestra contaminación y limpiarnos de toda
esa maldad.
Así que ahora Dios no ve nuestros
pecados, sino la limpieza de Jesús que nos cubre. No podemos entender cómo un
Dios perfecto puede pasar por alto nuestros pecados. No podemos entender cómo
Dios-hombre, Jesucristo, podía tomar nuestro lugar delante de su Padre
celestial y vivir su vida en lugar de la nuestra y pagar nuestras contaminaciones
o por qué Él quiso hacerlo. Pero no tenemos que entender que sólo podemos estar
agradecidos de que Él hizo todo esto por ti, por mí y por cada persona.
A partir de esta realidad es que
podemos pedirle que cree en nosotros un corazón limpio y renueve un espíritu
recto dentro de nosotros, como lo hacemos inmediatamente después del sermón
casi todos los domingos. Él nos renueva, recicla y limpia cada vez que oímos
sus palabras en la Liturgia otorgándonos el perdón de los pecados, como dice en
la 1º Carta de San Juan 1:9“Si confesamos nuestros
pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de
toda maldad” y lo hace realidad por medio de su Palabra leída, oída y
compartida. También por medio de su
Palabra es que se hace presente en la Santa Cena y te purifica diciéndote una y
otra vez “Tomad, comed; esto es mi
cuerpo. Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de
ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es
derramada para remisión de los pecados”. (Mat 26:26-28 R60). En
estos medios Dios se hace presente desde el exterior para purificarnos de
nuestro corazón corrompido. Allí es donde nos da la posibilidad y las fuerzas
para vivir con un corazón que obra según la voluntad de Dios, que lo busca y
desea su encuentro diario, que depende de Él a cada instante y que busca servir
a Dios y al quienes nos rodean.
Cuando las tentaciones vengan,
deja que el diablo te muestre lo impuro y contaminado que eres. Usa la Armadura
de la cual habla Pablo en la Epístola de hoy y recuerda y alégrate de que
tienes un Salvador que ha pagado con su vida por todos los corazones impuros.
Tenemos un Salvador totalmente impoluto que nos ha limpiado y lo continuará
haciendo como lo prometió. Ahora ve en paz, sabiéndote perdonado por Dios Padre
Hijo y Espíritu Santo. Amén.
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