16 Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los
hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que
ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa.
Cuando ayunéis… ¿Qué dijo
Jesús? ¿Vamos a ayunar?
Nuestro Señor nos ha hablado de varios hábitos: de dar limosnas, y también de orar. De hecho, los versículos quitados de nuestra
lectura de San Mateo, versículos 7 a 15 del sexto capítulo, contienen el
Padrenuestro. También contienen la
enseñanza sobre la importancia de perdonar a nuestros hermanos, para que no
perdamos el perdón de nuestro Padre en los cielos. Jesús nos habla de la importancia de las
limosnas, de las oraciones, y del perdón.
Creo que todas estas cosas nos parecen cosas normales de la vida
cristiana. ¿Pero ayunar? ¿Renunciar el comer? ¿Por qué?
¿Cuándo? ¿Y por cuántos días?
No sé si algunos de vosotros tienen experiencia con ayunar, pero
seguramente, no es muy común en nuestro entorno del siglo 21. Creo que ayunar es un poco difícil a
imaginar, porque la comida es tan abundante en el día de hoy, y tan buena. Muchas comidas que hace poco fueron
exquisiteces ahora son comunes. Pero, si
el ayuno era algo común en el primer siglo, cuando la hambruna fue una amenaza
común, quizás nosotros, que no sabemos nada de hambre, deberíamos pensar un
poco más en ayunar de vez en cuando.
Pero como siempre, cuando pensamos en cómo vamos a vivir como
cristianos, debemos investigar los motivos, para no ser hipócritas. Porque el exterior no importa tanto al Padre,
pero más bien el corazón, la voluntad desde que surge nuestras acciones. Entonces ¿Por qué ayunaríamos?
No para ganar perdón y salvación; no ayunamos para conseguir nuestra
propia justicia. Esto es la idea
fundamental de nuestra lectura, que no hagamos estas obras buenas para recibir
reconocimiento público como buenos cristianos.
No porque Dios no quiere que las obras buenas de su pueblo no sean
vistos. En el mismo evangelio Jesús
dice: “Vosotros sois la luz del mundo; … Así
alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas
obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” (San Mateo 5:14-16).
El problema no es que alguien vea nuestras buenas obras, sino que
pongamos nuestra confianza en ellas, porque hacerlo es la perdición. Si confiamos en nuestras obras, no estamos
confiando exclusivamente en la obra salvadora de Dios, revelada a nosotros en
Cristo Jesús. Y Él es nuestra justicia, nuestra salvación, nuestra santificación. Solo Él.
No hay salvación en ningún otro nombre.
Entonces, si la meta de nuestras oraciones, nuestras limosnas, y
nuestros ayunos es dar la impresión que, por estos, ganamos la justicia
necesaria para la salvación, denegamos el evangelio y rechazamos a Cristo y su
sacrificio para nosotros.
La motivación correcta para orar, dar limosnas, perdonar y ayunar es la
fe verdadera en Cristo, una fe que reconoce que no podemos contribuir nada a
nuestra propia salvación, una fe que se regocija en la buena noticia que Jesús
ya ha hecho todo para nosotros, y que nos regala la salvación gratuita. La fe verdadera, segura en el amor de la
Cruz, busca sin compulsión seguir a Jesús.
La fe nos da el deseo de imitarle, dentro de las limitaciones de la
criatura. La fe verdadera no busca recompensa
o reconocimiento, porque ya ha recibido todo, en Cristo.
Entonces, ¿Por qué ayunaríamos?
¿O por qué renunciaríamos alguna cosa durante la Cuaresma?
Primero, por el ejemplo y dicho de Jesús. Nuestro Señor nos enseña y nos dice que es
una cosa normal de la vida bautismal.
Como vamos a oír en el evangelio del domingo que viene, justo después de
su Bautismo, Jesús mismo ayunó por nosotros, en el desierto, al principio de su
ministerio. Es de la experiencia de
Jesús, ayunando 40 días en el desierto, que la Iglesia cogió la idea de 40 días
de Cuaresma, y también la tradición de ayunar o renunciar algunas comidas
durante la temporada pre-Pascual.
Además, ayunaríamos para reconocer que somos hombres, no dioses. El ayuno nos ayuda recordar que somos polvo y
al polvo volveremos. Somos seres
frágiles, que sin comida muy pronto debilitamos. El recordatorio que nuestra existencia física
depende en la bondad de Dios también nos ayuda recordar que lo mismo es la
verdad de nuestra existencia espiritual.
Además, cuando nuestra hambre nos toca durante la Cuaresma, es un
recordatorio de lo que nos ha hecho el Hijo de Dios, renunciando toda la gloria
y majestad de su trono en los cielos para entrar en nuestro mundo. Jesús ayunó, andando el camino que no
podíamos andar, sufriendo el castigo insoportable, para rescatarnos de nuestros
pecados.
Y desde este recordatorio nos encontramos más listos para comprender
que la comida más importante no es para nuestros estómagos, más bien para
nuestros oídos. Escrito está: No sólo de
pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. El ayuno no debería un tiempo vacío, con solo
dolores en el cuerpo. Deberíamos llenar
el vacío con la Palabra de Dios, en la confianza que Dios nos ayuda por el
hambre física tener más apetito para su Verdad.
Finalmente, y más que todo, ayunamos para mejorar la celebración. Después de ayunar, la primera boca de comida
es un trozo del cielo, un placer extraordinario, creado por la ausencia. Después de una separación, el abrazo y beso
de su amado es mejor que nunca. Y, si
elegimos de renunciar algo durante la cuaresma, deberíamos planificar una
celebración de retorno en el Día de la Pascua de Resurrección, una celebración
mundana que refleja el gozo del tesoro real, Cristo, crucificado y resucitado
para ti.
Y por eso, no seamos austeros.
Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, 18 para
no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu
Padre que ve en lo secreto te recompensará en público, en la celebración pública
de su Iglesia, invitándote al banquete de su Hijo. Y un día pronto, Jesús mismo te va a
recompensar públicamente y eternamente, cuando Él regresa para inaugurar su
reino eterno.
Cualquier ayuno cristiano es
un tiempo de considerar y maravillarse en lo que ha hecho Dios para garantizar
nuestra invitación al banquete celestial, donde nunca vamos a faltar ninguna
cosa buena.
Esto es la Cuaresma. ¿Vas a
renunciar algo para la Cuaresma? Si
quieres hacerlo, hazlo con algo bueno, para que en la Pascua puedas celebrar la
reanudación.
Si no quieres ayunar, tal vez renuncias un poco de tiempo, que
normalmente usas para ver el televisor, o leer en el Facebook. Podríamos renunciar este tiempo de
entretenimiento, para dar los 5 o 10 minutos cada día, dedicándolo a la Palabra
de Cuaresma. Quizás para leer un
evangelio o una carta de los Apóstoles.
No es un mandamiento, es una oportunidad, de profundizarnos en la
historia de nuestro Salvador, quién ayunó y sirvió y murió y resucitó para
darnos su infinita vida. Una bendecida
Cuaresma a todos, en el Nombre de Jesús, Amen.
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