Y a vosotros también, que erais en otro tiempo
extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha
reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros
santos y sin mancha e irreprensibles delante de él; si en verdad permanecéis
fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que
habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo;
del cual yo Pablo fui hecho ministro. Colosenses 1:21-23.
A estas alturas de la
vida y con todo lo que sucede a nuestro alrededor, hay pocas cosas que nos
sorprendan. Pero por más que las cosas que suceden a nuestro alrededor no nos
sorprendan, muchas de ellas nos afectan y muchas veces nos perjudican, desaniman,
desorientan y confunden. Las consecuencias de los pecados son palpables en
nuestras vidas. Sean pecados propios o ajenos, nos afectan y nos duelen.
Sin embargo los días de
Jueves y Viernes Santo nos recuerdan que Dios no ha abandonado al universo, a
la humanidad, ni a ti y a mí a nuestra suerte y oscuro destino. Es en la cruz
donde Dios comienza a gestar una nueva creación, a hacer nuevas todas las
cosas, a poner en armonía las cosas del cielo con las de la tierra. Es por
medio de Cristo que Dios trae PAZ, VIDA y SALVACIÓN.
Uno de los riesgos más
grandes que corremos en este tiempo es mirar la Obra de Dios en Cristo como
algo histórico, como un hecho que ha sucedido en el pasado y que poco tiene que
ver conmigo, salvo por las cuestiones culturales y de tradición. Esto nos
llevaría a creer en un Dios que poco tiene que decirme, y mucho menos que se
involucra conmigo y mis problemas. Sin embargo nuestro Dios nos encuentra por
medio de su Palabra, nos anima y consuela por medio de su Espíritu Santo y nos
muestra su interés de caminar con nosotros afrontando los problemas personales
y sociales que nos aquejan en un contacto íntimo en los Sacramentos.
Alejamiento del pasado: El apóstol Pablo nos
recuerda “que erais en otro tiempo
extraños”, extranjeros, inmigrantes en una tierra en la cual no podíamos ni
queríamos adoptar las nuevas costumbres, porque no fuimos creados para vivir
así. No fuimos creados para vivir bajo el pecado y sus consecuencias, sin
embargo esa era nuestra realidad. No fuimos creados para vivir en desanimo,
tristeza, desolación ni desesperanza.
No fuimos creados para
vivir alejados de Dios ni de nuestro prójimo, pero esa fue nuestra realidad.
Sumémosle a esto que la distancia y problemas que aquí menciono no son cosas
pasivas o inicuas en nuestras vidas. Por eso el Apóstol suma a su afirmación
que además éramos enemigos en vuestra
mente, haciendo malas obras.
El pecado no solo nos
volvió extraños con Dios, el prójimo y nosotros mismos, sino que nos convirtió
en seres rebeldes a Dios, agresivos con el medio ambiente y quienes nos rodean.
Podemos echar la culpa de lo que nos pasa a todo el mundo, a padres, hijos,
autoridades, jefes, empleados, cónyuges, amigos o enemigos, a la sociedad o a
Dios mismo. Pero muchas veces y con mucha facilidad olvidamos el ver que
nosotros mismos somos parte de este problema. Allí, en nuestra persona, es
donde Dios viene a aplicar el remedio y a sanar nuestra enfermedad.
En la cruz no solo fue
crucificado Cristo. Nosotros fuimos crucificados con él, nuestros pecados,
delitos y transgresiones (Romanos 6:6) y esto trae consecuencias a nuestra
actual manera de vivir y de pensar.
Reconciliación presente: ahora os ha reconciliado. La causa de nuestra
rebelión hacia Dios, los demás y nosotros mismos ha sido eliminada. El pecado
que nos impedía una sana relación con el resto de personas y nuestro creador ya
no tiene peso en nuestras vidas. Cristo ha traído su paz.
Esta paz solo surge como
obra de Dios y no nuestra. El tiempo no borra nuestros pecados, ni siquiera
nuestras buenas intenciones o acciones lo hacen. Ni siquiera los sacrificios
que hagamos, el dinero que demos a obras benéficas, ni las lágrimas de
arrepentimiento pueden quitar nuestras ofensas ante Dios.
En Semana Santa vemos a
Jesús en su pasión y muerte a través de procesiones, imágenes e incluso alguna
película, recordemos que todo eso que vivió Jesús tiene un porque, un sentido:
pagar por nuestros pecados.
Esta reconciliación no la
hizo ni con oro o plata, sino con su santa y preciosa sangre, como dice Pablo ahora os ha reconciliado en su cuerpo de
carne, por medio de la muerte.
Aquí encontramos no solo
el perdón de nuestros pecados, que es la mayor de las bendiciones que Dios nos
otorga, sino que además encontramos un sentido distinto para nuestras vidas,
nuestros problemas y nuestro futuro.
Los problemas no
desaparecen como por arte de magia, ni se resuelven inmediatamente. Pero en el
transitar por esta vida sabemos que Dios está con nosotros, acompañándonos,
protegiéndonos, guiando cada paso aunque no entendamos las circunstancias que
nos tocan vivir. De esto estamos plenamente seguros porque por medio de esta
reconciliación en Cristo es que somos llamados “hijos de Dios”. Ya no estamos
enemistados con Dios, no lo vemos como nuestro enemigo, sino como un Padre
amoroso que cuida de sus hijos en el presente y que nos guía hacia una victoria
final en el futuro no muy lejano.
Perfección futura.
Toda la encarnación,
muerte y resurrección de Cristo por nosotros tiene una gran implicancia futura,
y es para presentaros santos y sin mancha
e irreprensibles delante de él. Esta obra de reconciliación es completa,
no podemos agregar nada a ella, solo
seguir en el camino de arrepentimiento y fe para vivir diariamente el perdón y
paz de nuestro Dios. Además diariamente podemos mirar nuestro futuro con
esperanza y paz. Esta paz que con tanta frecuencia se ve frustrada por las
lágrimas, el desconsuelo, brillará en nuestros corazones de manera definitiva
cuando el Señor nos lleve definitivamente a su Reino.
Esta esperanza es firme y
segura, porque no depende de nosotros, sino de las promesas de Dios. Porque
ante Dios seremos presentados como lo que somos en Cristo: un pueblo santo, sin
mancha e irreprensible. Gracias a que hemos sido hechos nuevas criaturas por
medio de la Fe que nos ha sido dada en Cristo Jesús.
Habiendo sido extraños y
enemigos, ahora somos parte de la familia y herederos de su reino, estamos
reconciliados y viviremos con él por la eternidad. Recordemos que entre este
estado actual y el futuro, Dios sigue obrando constantemente en nosotros,
preparándonos, puliéndonos, pero sobre todo perdonándonos todos nuestros
pecados. Esto se lleva a cabo en nuestras vidas en las batallas diarias que nos
toca afrontar, entre los fracasos y alegrías, las lágrimas y risas. Recuerda
que no serán nuestras propias fuerzas las que nos permitan salir airosos de
estas vivencias sino el poder de Dios mismo desplegado en nuestra debilidad. El
poder de Dios que llega a ti por medio de la Palabra y los Sacramentos, que una
y otra vez te dicen: “Ya no eres un extraño o enemigo, ahora eres parte de mi
familia porque por medio de la obra de Cristo te he dado el perdón completo de
todos tus pecados”.
Que pongas los ojos en Cristo, el autor y consumador de tu fe. Que en
Él encuentres la paz y certeza del amor de Dios por ti y la seguridad del
perdón de todos tus pecados porque Con Cristo estoy juntamente crucificado, y
ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo
en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. No desecho la gracia de Dios; pues si por la
ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo. (Gálatas 2:20-21)
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