TEXTOS BIBLICOS DEL DÍA
Primera Lección: Isaías 40:1-11
Segunda Lección: 1º Corintios 4:1-5
El Evangelio: Mateo 11:2-11
“LA PALABRA DEL SEÑOR PERMANECE PARA SIEMPRE”
Isaías comienza con las palabras: “Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios”. El profeta lleva este mensaje a un pueblo acosado por la guerra, rodeado de enemigos, de oscuridad y de incertidumbre, donde el luto y las penas eran moneda corrientes. El pueblo de Dios vivía las consecuencias de sus pecados y desobediencias, esto lo vivió antes, durante o después del cautiverio en Babilonia, era moneda corriente bajo la dureza de los romanos en el tiempo en que Jesús nació. A lo largo de la historia muchas cosas reales y duras conspiraron para extinguir la esperanza del pueblo de Dios.
En esta época del año recordamos y nos preparamos la venida del Señor, que ha de consolarnos. Este tiempo de Adviento es similar al que los santos del Antiguo Testamento esperaban. Pero ahora estamos esperando la segunda venida de nuestro Señor y compartimos el mismo mensaje de consuelo entre quienes nos rodean, entre las circunstancias que trataran de apagar nuestra esperanza y expectativa.
Dios da al profeta unas hermosas palabras al profeta para describir a la humanidad, en la vida y en la muerte. Él dice: “toda carne es hierba, y toda su gloria como flor del campo. La hierba se seca, y la flor se marchita, porque el viento de Jehová sopló en ella; ciertamente como hierba es el pueblo.
Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre”. (Is. 40:6-8). Dios muestra que la vida que llevamos aquí es fugaz y transitoria. Nuestras vidas florecen rápidamente, tienen la belleza y la gloria de las flores. Pero se marchitan y caen, porque el aliento del Señor sopla sobre nosotros. Por mucho que la medicina moderna, la cirugía estética, los planes de dieta y ejercicios traten de captar nuestra belleza y sostenerla en su mejor momento, tratando de congelar los efectos del tiempo, somos como la hierba que se marchita y termina por caerse. Nuestra belleza y fuerza también desaparecen, a medida que envejecemos y el tiempo manifiesta su paso.
Siempre parece que la muerte es la vencedora. Pero el salmista también resalta con poesía lo hermoso de la vida, el conocimiento de Dios con estas palabras: “Porque él conoce nuestra condición; Se acuerda de que somos polvo. El hombre, como la hierba son sus días; Florece como la flor del campo, Que pasó el viento por ella, y pereció, Y su lugar no la conocerá más. Mas la misericordia de Jehová es desde la eternidad y hasta la eternidad sobre los que le temen, Y su justicia sobre los hijos de los hijos; Sobre los que guardan su pacto, Y los que se acuerdan de sus mandamientos para ponerlos por obra”. (Salmo 103:14-18). Ambos pasajes describen nuestros días como la hierba y las flores, demasiados cortos, pasando y siendo olvidados con demasiada rapidez. Supongo que uno podría reaccionar negativamente a estas comparaciones y verlas como deprimentes.
Se puede tratar de negar la realidad de nuestra frágil naturaleza y tratar de luchar contra el envejecimiento y la muerte con todas las herramientas de nuestro arsenal médico, que cada vez se ve más poderosamente equipado. Pero si solo lo vemos como deprimente o como una visión desesperanzadora de nuestra mortalidad, nos falta ver lo que Dios nos está diciendo en Isaías y el Salmo citado. A diferencia de los días fugaces de nuestra vida, al cambio constante y la agitación de nuestra corta existencia, la Palabra de Dios permanece para siempre. Su Palabra permanece inalterada. Y el Salmo 103 nos dice que Dios “conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo”. Dios conoce nuestra fragilidad ya que Él hizo al hombre del polvo y más aún desde que Dios mismo se encarnó en Jesucristo, vivió, murió y resucitó como ser humano. Él nos conoce, literalmente, desde adentro hacia afuera. Por esto el salmista enfatiza sobre la misericordia de Dios, que es eterna para los que temen y le obedecen. Dios no cambia como tantas cosas en nuestras vidas, sino que es eternamente confiable. Pero el hecho de que la palabra de nuestro Dios permanece para siempre, no es sólo un contraste con nuestro frágil y cambiante estado, sino que por sobre todo es el remedio para nuestra deficiencia, vulnerabilidad y pecado. En lugar de la desesperación de la aparente inutilidad y fragilidad de la vida, en la Palabra de Dios, tenemos el ancla eterna para nuestra alma. Las personas y las generaciones pasarán, los problemas y dificultades van y vienen, como los tiempos de prosperidad también, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre. El consuelo de su buena noticia durará por siempre. Esta es la palabra eterna de consuelo, paz y esperanza.
¿De todo lo que conocemos en nuestra actualidad qué cosa permanecerá para siempre? Ciertamente no es nuestra seguridad o inseguridad económica, nuestro empleo o desempleo, nuestra seguridad sanitaria, o incluso la arquitectura de la cual disfrutamos en nuestras ciudades. Todas estas y otras preocupaciones muchas veces nublan nuestro futuro. Incluso éstas cosas son meras distracciones de nuestro verdadero problema, que es el pecado y la muerte. Al diablo le agradaría que nosotros nos preocupásemos por todos estos síntomas, mientras la enfermedad real de nuestro pecado permanece sin tratar y sin cuidado. Así que nos preocupamos por todo tipo de cosas que están fuera de nuestro control.
Los cristianos tenemos la certeza de que el Evangelio permanece para siempre y que es más grande que nuestras circunstancias, más grande que nuestras preocupaciones y problemas que hoy están aquí, mañana no. 1 Pedro 1:25 cita este versículo de Isaías, como “la Palabra del Señor permanece para siempre” y pasa a explicar lo que esta “Palabra” es, nada más ni nada menos que el mensaje de consuelo y amor de Dios, “el Evangelio (la buena noticia) que os ha sido anunciada”. Este es el anuncio dado a Isaías y los profetas para consolar al pueblo de Dios en la angustia. Pero este mensaje de consuelo, buena noticia, no son sólo palabras cálidas o alegres para usar en estas fiestas. No son promesas vacías a los oprimidos o temerosos. No son muleta para los débiles, es decir un escapismo, sino que la buena noticia de la Palabra de Dios se funda en la venida de Jesús al mundo, en su nacimiento, que recordamos en este Adviento. Su venida como el Buen Pastor prometido. Es la entrada real y personal de Dios en la historia como un ser humano, para dirigir con ternura a su pueblo y sobre todo para traer perdón, paz y vida a cada uno de nosotros.
El advenimiento de Jesús es el consuelo prometido para el pueblo de Dios. El anciano Simeón, que esperaba en el templo el cumplimiento de las promesas de Dios, lloró de alegría al ver al bebé Jesús.
Dice que estaba esperando para la “consolación de Israel” y que Dios le había prometido que no moriría hasta ver al Cristo, el Señor (Lucas 2:25-26). Jesús era realmente el consuelo para Israel, para el pueblo en tinieblas y problemas. Su venida marcó la revelación de la gloria de Dios para toda la humanidad. Entre nosotros, Él creció como la hierba y flor del campo. Él vino con piel de mendigo y forma de siervo. Sin embargo, fue por Él que las buenas noticias llegaron a Jerusalén y los ángeles anunciaron: “Gloria a Dios en la Alturas y en la tierra Paz a los hombres”. Él creció como la hierba y las flores, también se marchitó y cayó en medio de nosotros. Jesús, Dios en carne, se unió tan íntimamente a nuestra frágil naturaleza, que sufrió y murió en medio de nosotros. El soplo de Jehová sopló en Él y la muerte se hizo presente en la fatídica cruz, llevando nuestra fragilidad humana a su tumba. Pero gracias a su resurrección, el grito que se proclama ahora es: “levanta fuertemente tu voz, anunciadora de Jerusalén; levántala, no temas; di a las ciudades de Judá: ¡Ved aquí al Dios vuestro!”. Vemos que gran consuelo es para el pueblo de Dios que “la palabra del Señor permanezca para siempre”, Jesús es esa Palabra. No es sólo un contraste entre nuestras momentáneas vidas con la eternidad de Dios. Más bien se nos muestra cómo Jesús, el Verbo hecho carne, se unió a nuestra moribunda raza humana, a través de su muerte para vencer a la muerte. Él trae para los que confían en su obra, perdón y vida eterna. Es la cura para nuestras frágiles y fugaces vidas, marcadas por el pecado la muerte. Confiar y esperar que en el Señor Jesús es vivir en su resurrección, sabiendo que la muerte no será la vencedora. Por la fe, estamos apegados a la Palabra del Señor que permanece para siempre. Por medio de Él tenemos el consuelo que va más allá de las meras palabras, sino que es la Palabra.
Aquí está el consuelo que habla a nuestro corazón, la palabra de perdón y vida eterna de Dios, una proclamación de la Buena Nueva de Jesús, su Hijo. La fe cristiana está lejos de ser promesas para escapar de las difíciles circunstancias o de una negación de la realidad que nos rodea. Los cristianos también sufren los efectos de un mundo dividido y pecador. Enfrentamos a los mismos problemas de salud, sentimos los mismos efectos de una economía en crisis, problemas familiares y el miedo por la falta de trabajo. Nosotros también nos marchitamos y caemos como la hierba y las flores. La diferencia no está en lo que sufrimos en esta vida, no es una cuestión de huir de los problemas o negar la muerte. Por el contrario, la diferencia entre el cristiano y el no creyente, es que tenemos estas palabras de consuelo, la palabra de nuestro Dios, que permanece para siempre. En un mar de cambio y transitoriedad, donde hay tanto incierto, tenemos el ancla eterna de nuestra alma en Dios. La diferencia entre una vida de búsqueda vacía de dinero y placer, como si no hubiera mañana, o la desesperación potencial en el sentido de la existencia, el cristiano toma su cruz y camina tras su Señor Jesús por la fe, sabiendo el consuelo que trae por medio de su Palabra, con las buenas nuevas de su Evangelio. Aunque el pecado y la muerte podrían conspirar para apagar nuestra esperanza, tenemos la Palabra Eterna de consolación, que nuestros pecados han sido pagados y que la venida de Cristo pondrá fin a nuestros sufrimientos. Porque la Palabra Eterna misma se ha unido a nuestra mortalidad, que aunque se marchita y desvaneces, nos ha prometido la resurrección y la vida eterna.
En esta Navidad celebramos que la Palabra de Dios se ha hecho realidad en nosotros, nada más nos puede dar la seguridad, el consuelo y la fuerza, ya que la Palabra de Dios que permanece para siempre. Que la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús, para la vida eterna. Amén.